Pienso que, dado el funcionamiento
actual del Parlamento; teniendo en cuenta el triste papel
que representan el ochenta por ciento de los diputados y el
aburrimiento que se refleja en los rostros de la mayoría de
ellos, condenados a sesiones maratonianas donde sólo se
habla de estupideces y en las que los únicos momentos de
regodeo quedan reducidos a cuando algún miembro de la
oposición y un representante del partido mayoritario se
enzarzan en alguna discusión en la que las buenas formas
suelen brillar por su ausencia, sustituidas por los modos y
expresiones barriobajeras. Dada esta premisa que, por
cierto, se repite en todas las autonomías, sean históricas o
recién llegadas, y considerando el exceso de cargos públicos
que nutren sus economías a base de los impuestos de los
sufridos ciudadanos de a pie; a mí se me ocurre que no sería
una mala idea que los partidos mayoritarios llegasen a una
entente, una especie de acuerdo de mínimos, por el que se
decidiera suprimir una parte importante de los señores
parlamentarios en aras de la economía nacional y del
saneamiento de las arcas del Estado. Veamos, si damos por
supuesto que existen en el Parlamento unos 330 diputados
repartidos entre los distintos partidos políticos y si,
además, consideramos que, aparte de dormitar, mirarse las
uñas, darse un lote de teléfono móvil y apretar el botón del
voto siguiendo instrucciones de su jefe de filas, su misión
es prescindible; no sería una mala decisión que se produjera
una reducción radical en la que, por supuesto, las
proporciones obtenidas en los comicios se respetaran, pero,
en lugar de quedar materializadas en escaños se redujeran a
un tanto por ciento del total representado que se asignaría
a cada partido, de modo que un diez por ciento de los
actuales diputados asumiera la representatividad de los 330
actuales. De esta forma nos ahorraríamos tantos sujetos
inoperantes y apoltronados. El Parlamento, y lo mismo vale
para el Senado, quedaría reducido a unos pocos dipitados,
los imprescindibles para que funcionara con lo cual se
ahorrarían muchas discusiones y sería mucho más fácil pnerse
de acuerdo sobre los resultados de las votaciones. Ahora,
aun que los socialistas sepan que van a votar en contra del
PP, les dejan hablar hasta que se les agotan los tiempos;
después agotan Pienso que, dado el funcionamiento actual del
Parlamento; teniendo en cuenta el triste papel que
representan el ochenta por ciento de los diputados y el
aburrimiento que se refleja en los rostros de la mayoría de
ellos, condenados a sesiones maratonianas donde sólo se
habla de estupideces y en las que los únicos momentos de
regodeo quedan reducidos a cuando algún miembro de la
oposición y un representante del partido mayoritario se
enzarzan en alguna discusión en la que las buenas formas
suelen brillar por su ausencia, sustituidas por los modos y
expresiones barriobajeras.
Dada esta premisa que, por cierto, se repite en todas las
autonomías, sean históricas o recién llegadas, y
considerando el exceso de cargos públicos que nutren sus
economías a base de los impuestos de los sufridos ciudadanos
de a pie; a mí se me ocurre que no sería una mala idea que
los partidos mayoritarios llegasen a una entente, una
especie de acuerdo de mínimos, por el que se decidiera
suprimir una parte importante de los señores parlamentarios
en aras de la economía nacional y del saneamiento de las
arcas del Estado.
Veamos, si damos por supuesto que existen en el Parlamento
unos 330 diputados repartidos entre los distintos partidos
políticos y si, además, consideramos que, aparte de
dormitar, mirarse las uñas, darse un lote de teléfono móvil
y apretar el botón del voto siguiendo instrucciones de su
jefe de filas, su misión es prescindible; no sería una mala
decisión que se produjera una reducción radical en la que,
por supuesto, las proporciones obtenidas en los comicios se
respetaran, pero, en lugar de quedar materializadas en
escaños se redujeran a un tanto por ciento del total
representado que se asignaría a cada partido, de modo que un
diez por ciento de los actuales diputados asumiera la
representatividad de los 330 actuales. De esta forma nos
ahorraríamos tantos sujetos inoperantes y apoltronados. El
Parlamento, y lo mismo vale para el Senado, quedaría
reducido a unos pocos dipitados, los imprescindibles para
que funcionara con lo cual se ahorrarían muchas discusiones
y sería mucho más fácil pnerse de acuerdo sobre los
resultados de las votaciones. Ahora, aun que los socialistas
sepan que van a votar en contra del PP, les dejan hablar
hasta que se les agotan los tiempos; después agotan Pienso
que, dado el funcionamiento actual del Parlamento; teniendo
en cuenta el triste papel que representan el ochenta por
ciento de los diputados y el aburrimiento que se refleja en
los rostros de la mayoría de ellos, condenados a sesiones
maratonianas donde sólo se habla de estupideces y en las que
los únicos momentos de regodeo quedan reducidos a cuando
algún miembro de la oposición y un representante del partido
mayoritario se enzarzan en alguna discusión en la que las
buenas formas suelen brillar por su ausencia, sustituidas
por los modos y expresiones barriobajeras. Dada esta premisa
que, por cierto, se repite en todas las autonomías, sean
históricas o recién llegadas, y considerando el exceso de
cargos públicos que nutren sus economías a base de los
impuestos de los sufridos ciudadanos de a pie; a mí se me
ocurre que no sería una mala idea que los partidos
mayoritarios llegasen a una entente, una especie de acuerdo
de mínimos, por el que se decidiera suprimir una parte
importante de los señores parlamentarios en aras de la
economía nacional y del saneamiento de las arcas del
Estado.
Veamos, si damos por supuesto que existen en el Parlamento
unos 330 diputados repartidos entre los distintos partidos
políticos y si, además, consideramos que, aparte de
dormitar, mirarse las uñas, darse un lote de teléfono móvil
y apretar el botón del voto siguiendo instrucciones de su
jefe de filas, su misión es prescindible; no sería una mala
decisión que se produjera una reducción radical en la que,
por supuesto, las proporciones obtenidas en los comicios se
respetaran, pero, en lugar de quedar materializadas en
escaños se redujeran a un tanto por ciento del total
representado que se asignaría a cada partido, de modo que un
diez por ciento de los actuales diputados asumiera la
representatividad de los 330 actuales. De esta forma nos
ahorraríamos tantos sujetos inoperantes y apoltronados.
El Parlamento, y lo mismo vale para el Senado, quedaría
reducido a unos pocos dipitados, los imprescindibles para
que funcionara con lo cual se ahorrarían muchas discusiones
y sería mucho más fácil pnerse de acuerdo sobre los
resultados de las votaciones. Ahora, aun que los socialistas
sepan que van a votar en contra del PP, les dejan hablar
hasta que se les agotan los tiempos; después agotan
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