Acabó la Pasarela Cibeles con el
desfile de la gitana cordobesa Juana Martín, que es la que
mejor retrata el aire barroco andaluz de toda España. ¿Qué
si me interesan las distintas pasarelas, léase Gaudí o
Cibeles? Pues tanto como a ustedes, es decir, una higa, poco
más o menos. Pero la frivolidad endémica en el Sistema
Buenista que padecemos, da bombo y platillo a auténticas
nimiedades. ¿Saben ustedes lo que cuestan, en euros
contantes y sonantes, por ejemplo, diez minutos de
televisión? Una auténtica fortuna, un genuino perraje, un
huevo y parte del otro, una pastora, una barbaridad y ese
dispendio terrible se utiliza en polemizar y decir
gilipolleces acerca de que, las modelos, ya alcanzan un
dieciocho de masa corporal. Y las locutoras modulan la voz,
para dar un tono entre maternal y entusiasmado “¡Una
pasarela saludable!”. Luego se alargan al backstage que es
por donde pululan las señoritas saludables y hacen
comentarios, cámara y locutora, de lo que comen las bellas,
todo ello “¡Sano y saludable!”.
Mientras, me consta, les consta, que, en la barriada ceutí
del Príncipe, en la malagueña de las Castañetas, o en la
sevillana de las Tres Mil Viviendas, muchas familias no
consiguen que, sus chiquillos coman sano, ni tampoco
saludable, ni tan siquiera que coman malamente. Y no digamos
en el averno de los enganchados que son las Barranquillas de
Madrid. Porque, sabemos, que, prácticamente, cada ciudad o
pueblo de España, tiene alrededor o en su corazón, eso que
se llama “zonas marginales” donde viven, según los espíritus
puros los “económicamente débiles” o “en riego de exclusión
social”. Eso se dice porque resulta elegantemente
caritativo, aunque lo que se piensa es que viven los pobres,
los marginales y la gentuza. Sin riesgo alguno de
encapricharse de uno de los modeletes que desfilan por
Cibeles y si se encaprichan que se jodan porque no se los
pueden comprar. Aunque no hay que alargarse a los extremos
para topar con dificultades, en absoluto, tan solo darnos la
vuelta a la manzana y toparnos con los JASP, los jóvenes
aunque sobradamente preparados, mileuristas, en un país de
tiburones y buitres donde, el alquiler más rácano, ronda los
quinientos euros.
¿Ayudas para los más jóvenes? Hay que mover más papeles que
si un esquimal se obstina por adquirir la nacionalidad
guineana. ¡Y vengan ventanillas!.
Pero, lo importante es que, en esta Feria de las Vanidades,
las chicas que desfilan en pasarela son una muestra contra
los trastornos alimentarios, porque tienen 18 de índice de
masa corporal. Tema a debatir durante horas por expertos,
sociólogos, nutricionistas, endocrinólogos, psicólogos y
políticos.
Todos ellos, talentosos y sabios, han decidido incluso algo
tan trascendental como unificar las tallas y mostrar en los
escaparates maniquíes orondas y tetudas, mujeronas de
bandera que espanten los fantasmas de las sílfides
transparentes, de las huesudas que parecen el espíritu de la
golosina y de las gurruminas sin remedio. Y eso me hace
recordar esos versos dedicados en el Siglo de Oro de las
letras españolas a una individua llamada Estefanía que, la
criatura, era tuerta y encima anoréxica, he aquí su
epitafio, escritos por el genial poeta “Aquí yace Estefanía,
flaca y aguda mujer. Que bien pudo aguja ser, pues solo un
ojo tenía“.
Flaca, esqueleto de alambre, en tono a sus huesos vanos,
yacen también los gusanos, pues se murieron de hambre”.
¿Qué susurran, trabajosos y vacilones como son ustedes? ¿Qué
que carajillo con mazapán nos importan la tuerta Estefanía y
las nuevas normas para las muñecas de los escaparates,
cuando nuestra juventud comparte pisos, se come los mocos,
es explotada por empresarios golfos y siente que tiene
encima más ruinas que Mérida? No nos importa,. Es verdad. Ni
el índice 18 de la Feria de las Vanidades, ni su repajolera
madre.
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