Francisco Sánchez Paris
estudió medicina y se abrió camino en la vida, lejos de su
ciudad: Ceuta. Alternó su profesión con la política activa y
logró ocupar cargo destacado, en tierras jiennenses, porque
así lo quisieron los prebostes de la Junta de Andalucía. Un
buen día, tal vez debido a su amistad con Pedro Gordillo,
forjada, según dicen, en la Casa de Estudios CE-70, decidió
regresar a su lugar de nacimiento.
El hecho de volver a su patria, sitio de recuerdos
imborrables de la niñez y de un crecer compartido con amigos
que también andaban deseosos de labrarse un futuro, tendría
que haber sido motivo de satisfacción para cuantos lo
conocían de cuando en sus años mozos paseaba la ciudad
melena al viento y pantalones vaqueros ceñidos.
Incluso deberían haber dicho de él: he aquí a un hombre que
consiguió salir adelante por sí mismo. Estudió con provecho
y supo estar en el sitio justo y en el momento oportuno para
sacar adelante a su familia y vivir con algo más que
holgura. En suma: el regreso de FSP a su pueblo tendría que
haber caído la mar de bien. Como debe ser.
Pero hete aquí que la vuelta de este “caballa”, a no ser que
la condición de “caballa” se pierda por estar equis años
fuera de aquí, les sentó como un tiro a ciertas personas que
no han cesado, desde entonces, de perseguirle con saña. Algo
que a mí no me ha causado la menor sorpresa.
Me explico: un día, recién nombrado jefe del Gabinete de
Juan Vivas, FSP me citó en una oficina de una planta del
edificio municipal, con el único fin de conocerme y de saber
cómo respiraba yo acerca del comportamiento de ciertos
individuos. Le puse al tanto de cómo se maniobraba en
ciertos despachos y de las reacciones peligrosas de algunos
sujetos. Y, desde luego, le auguré los muchos problemas que
se iban a cernir sobre él si no era capaz de descubrir con
celeridad de qué manera actuaba el sacristán del Partido
Popular.
Mentiría si dijera que Francisco Sánchez-Paris entendió el
mensaje. Todo lo contrario: lo de sacristán le sonó a griego
y, claro, hube de explicarle quién era la persona encargada
de manejar el campanario del partido. Un tipo que goza
doblando las campanas. El ser campanero, le dije a mi
interlocutor, es una vocación de niño. Y él ha conseguido,
no sin esfuerzos, ser nombrado campanero profesional de los
populares de Ceuta a raíz de que éstos perdiesen las
elecciones generales. Ya que el sacristán presume de ser
limpio de corazón a la par que se jacta de no haberse
aprovechado nunca de nada ni de nadie.
El sacristán, que es además presidente de la Federación de
Fútbol de Ceuta, reza tanto como insulta. E insulta cada vez
que alguien le pregunta por las cuentas de la federación o
no accede a sus peticiones y deseos de medrar. Porque el
sacristán, con vicios de sacristía muy desarrollados, lo
mismo coloca a un pariente en un puesto codiciado que hace
uso de su cargo para obtener prebendas. El sacristán, que es
además presidente de la Federación de Fútbol de Ceuta, se ha
propuesto doblar las campanas por Francisco Sánchez Paris.
Aunque en el empeño haya de sembrar de cizaña la sede sita
en la calle del teniente Arrabal. Cuidado con el campanero.
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