La beatificación es una declaración, hecha por el Papa, de
que un siervo de Dios vivió una vida de santidad o que ha
sufrido el martirio y está ahora en el cielo. Antes de la
beatificación de un mártir hay varios procesos. En el primer
caso, hay que probar que murió practicando las virtudes de
modo heroico; en el segundo, que fue mártir de la fe. Los
dos se llaman procesos apostólicos, que están a cargo de la
Congregación para la Causa de los Santos.
El proceso de los 98 agustinos ha durado 50 años. Ha sido
una investigación jurídico-diocesana muy minuciosa y con
rigor documental y testimonial en la que se levantaban actas
de cada sesión. Todas las investigaciones se formulaban bajo
juramento de decir la verdad y de guardar secreto. El
postulador elaboró la ponencia y la envió a la Congregación
de la Causa de los Santos y, como el proceso había sido
serio y profundo, los cardenales propusieron al Papa el
Decreto del Martirio y se procedió a la Beatificación.
En consecuencia, la Iglesia, al publicar el Decreto de
Beatificación, propone al mártir como modelo a imitar, como
patrono a celebrar y como intercesor para orar. Para que un
mártir suba a los altares no necesita hacer ningún milagro,
sólo que haya sido asesinado “por odio a la fe”.
El siglo XX ha sido el siglo de los mártires. Se calcula que
el 75 % de los martirios de toda la historia de la Iglesia
han acontecido en el siglo XX. Europa se vio inmersa en un
desatino de violencia, arrastrada por ideologías
totalitarias (nazismo y marxismo), que pretendieron eliminar
sus raíces religiosas, endiosando sus utopías terrenas y
pisando la dignidad humana.
España no fue una excepción y, sin duda, la tercera década
del siglo XX ha sido la época más cruel de nuestra historia.
La descomposición de la justicia era total: cualquier comité
de barrio se creía con atribuciones para eliminar a los
católicos y mucho más a los religiosos. En aquella vorágine
el odio religioso aumentaba con la ignorancia y el
resentimiento.
Nuestros Mártires no murieron en el frente, luchando, ni se
caracterizaron por ser militantes de partidos. Tampoco
agitadores activos, sino personas que vivían el Evangelio
pacíficamente y fueron perseguidos, detenidos y sacrificados
por amar y por servir a la Iglesia. No existen razones
políticas ni sociales en los asesinatos de los 12 obispos,
4.000 sacerdotes, 3.000 religiosos y 300 religiosas. Las
muertes tuvieron una causa fundamental. Un móvil único: el
odio a la fe y el odio a la Iglesia. Detrás existía una
ideología materialista, nihilista y violenta por sistema que
quiso imponer una utopía social que desarraigaba al hombre
de su naturaleza trascendente y de la posibilidad de la
felicidad plena.
Algunos de ellos –cerca de medio millar- ya han sido
elevados a los altares. Recientemente, en la última Asamblea
Plenaria de la Conferencia Episcopal, se hizo público un
comunicado “en el que se anuncia para el 28 de octubre la
beatificación en Roma de 498 nuevos mártires de la
persecución religiosa”. Estamos de fiesta, pues en toda la
Iglesia de España, no hubo apóstatas, ni renegados de
nuestra fe. Y como el martirio es el sufrimiento voluntario
de la condenación a muerte infligida por odio contra la fe o
la ley divina, que se soporta firme y pacientemente y que
permite la entrada inmediata en la bienaventuranza, nosotros
nos sentimos orgullosos y, emocionados, damos infinitas
gracias a Dios por sus muertes ejemplares.
Hoy ya tenemos bastante perspectiva para celebrar esta
beatificación como un triunfo eclesial de comunión y
reconciliación. El 28 de octubre próximo los 498 nuevos
mártires se sumarán a los 479 beatificados. Nos
encontraremos con 977 mártires, de ellos 98 agustinos.
Lo único importante es que sus muertes fueron por causa de
su Fe adulta. El padre Severiano fue uno de los futuros
mártires que dejaron honda huella en Ceuta.
El P. Severiano Montes Fernández
Había nacido en 1887 en San Julián de Bimenes, un pueblo
minero del centro de Asturias. Cursó las Humanidades en el
Seminario de Valdediós. Cumplidos los dieciséis años ingresó
en el noviciado agustiniano del Real Colegio de Valladolid,
el 28 de agosto de 1904. Profesó de votos temporales al año
siguiente. En Valladolid, aprobó el bachillerato y cursó los
tres años de filosofía con notable aprovechamiento.
Para estudiar la Sagrada Teología se trasladó al monasterio
de Santa María de la Vid. El 28 de julio de 1912 se ordenó
presbítero. Pidió voluntariamente para las misiones de
China, pero los superiores le destinaron al colegio de
Calatrava en Salamanca. Después de cuatro años de docencia
en “la bella ciudad del Tormes”, en 1916, pasó al colegio
San Agustín de Ceuta, recientemente construido. Pronto
empieza a desarrollar una gran actividad didáctica y
catequética como Subdirector y Director Espiritual. Funda la
Congregación de la Doctrina Cristiana en el Colegio y
organiza el equipo de Damas Catequistas y de Señoritas
colaboradoras que le facilitan la formación religiosa a
muchos niños no matriculados, e imparte atención benéfica
social a las familias más necesitadas. Por todo ello el
Siervo de Dios fue muy estimado por los alumnos. Unas
fiebres paratíficas degeneraron en un proceso reumatoide que
le postró dos meses en cama y el Dr. Prat dictaminó su
traslado a un clima mas seco.
Llega a Salamanca a primeros de julio y, recuperada la
salud, el Siervo de Dios obtiene la licenciatura en
filología románica. En sus relaciones con los jóvenes
sobresale su proselitismo y su buen tacto para suscitar
vocaciones. Yo conocí a hermanos de la doctrina cristiana, y
a hermanas del Santo Angel, y a sacerdotes como el P.
Vieites y el P. Leovigildo Tabernero cuyas vocaciones
religiosas promovió él. Los años restantes hasta su muerte
los pasa como profesor de latín y francés en el Colegio
Cántabro de Santander. De él dicen sus alumnos –don R.
Martínez Casanueva- que era uno de los profesores más
innovadores que recuerdan, empleaba un método de buen
rendimiento y desarrollaba un trabajo exhaustivo, para ello
dividía la clase en equipos de tres o cuatro alumnos y
siempre lograba que todos dominaran la asignatura. Entonces
se examinaban en el Instituto y conseguía resultados
espléndidos. Dedicaba mucho tiempo al seguimiento personal
de la sección de mayores. Los domingos después de la Misa
daba una hora de formación cristiana a los internos.
La década de 1930 abarca los años de la persecución
religiosa, de la revolución de Asturias, del Frente Popular.
En ningún otro momento de la historia de Europa, afirma Hugh
Thomas, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la
religión y todas sus obras como en la contienda española.
Son años en los que él trabajó incansablemente. En el
octubre rojo, quemaron los altares de la iglesia de San
Julián de Bimenes, y los feligreses se quedaron sin párroco.
En las vacaciones de Semana Santa del año 1935, organizaba
la catequesis de los niños de la Primera comunión, visitaba
a los enfermos, instruía a los mineros, con los que, según
el alcalde, dialogaba con frecuencia. Parte de sus
vacaciones estivales las pasaba también en Las Caldas para
curar su artritis y parte en Francia, practicando el
francés. Allí mantenía encuentros con los obreros españoles
para orientarles espiritualmente, invirtiendo muchas horas
en solucionarles sus problemas religiosos y sociales.
A mediados de julio de 1936 se trasladó a Las Caldas para el
tratamiento anual antirreumático. El administrador le
aconsejó que no rezara el Breviario en la azotea y que
vistiera con traje de calle. Allí se llevó también al
párroco que estaba muy asustado. A primeros de agosto, el
Comité Rojo de Las Caldas exigió su identificación personal.
El Siervo de Dios no oculta su condición de sacerdote
agustino, profesor del Colegio Cántabro de Santander.
Suplicó que pidieran informes a los padres de familia. Los
pidió el Comité y llegaron impecables, pero él y el párroco
quedaron bajo vigilancia y, para no comprometer a nadie,
decían Misa en privado, ayudándose el uno al otro.
En la noche del 14 al 15 de agosto, en un interrogatorio
nocturno, fueron detenidos y, un piquete local los llevó en
coche a un lugar desconocido. Uno de los del piquete
confesó, en su proceso después de la Guerra, que pidió unos
minutos para prepararse a bien morir y, tras recogerse
profundamente de rodillas, meditando en la suprema entrega
de Jesús en la Cruz, dijo sereno “yo os perdono ante Dios y
ante los hombres” y fue injustamente asesinado por odio a la
religión.
A los 49 años era el P. Severiano de buena estatura, con
espaciosa frente, jovial, luminoso; con sus ojos inteligente
y parleros irradiaba franqueza. Comprometido por vocación
con el servicio a los demás, seguía aprovechando las
vacaciones para ayudar y orientar a los emigrantes afincados
en Francia. Vivía su fe como valor supremo y la cordialidad
era uno de sus mejores atributos. Era amable, comunicativo y
dialogante, esperanzado y alegre.
Sin duda que a la comunidad cristiana de Ceuta le agradará
sobremanera saber que en la próxima Beatificación se cuentan
siete profesores del Colegio San Agustín de Ceuta que
tuvieron la gracia de morir por Cristo, perdonando a sus
asesinos, estos son sus nombres y las fechas de su actuación
en la Ciudad:
Lorenzo Arribas Peláez (1926-1928)
Antolín Astorga Díez (1933-1935)
Emilio Camino Noval (1929-1932)
Jacinto Martínez Ayuela (1916-1930)
Nicolás de Mier Francisco (1932-1936)
Severiano Montes Fernández (1916-1921)
Vidal Ruiz Vallejo (1916-1928)
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