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sociedad - DOMINGO, 23 DE SEPTIEMBRE DE 2007


antiguo curso. cedida.

reportaje
 

Siete antiguos profesores
del Colegio San Agustín de
Ceuta serán beatificados

La beatificación se llevará a efecto
en Roma el 28 de octubre de 2007
 

CEUTA
Redacción

local
@elpueblodeceuta.com

La beatificación es una declaración, hecha por el Papa, de que un siervo de Dios vivió una vida de santidad o que ha sufrido el martirio y está ahora en el cielo. Antes de la beatificación de un mártir hay varios procesos. En el primer caso, hay que probar que murió practicando las virtudes de modo heroico; en el segundo, que fue mártir de la fe. Los dos se llaman procesos apostólicos, que están a cargo de la Congregación para la Causa de los Santos.

El proceso de los 98 agustinos ha durado 50 años. Ha sido una investigación jurídico-diocesana muy minuciosa y con rigor documental y testimonial en la que se levantaban actas de cada sesión. Todas las investigaciones se formulaban bajo juramento de decir la verdad y de guardar secreto. El postulador elaboró la ponencia y la envió a la Congregación de la Causa de los Santos y, como el proceso había sido serio y profundo, los cardenales propusieron al Papa el Decreto del Martirio y se procedió a la Beatificación.

En consecuencia, la Iglesia, al publicar el Decreto de Beatificación, propone al mártir como modelo a imitar, como patrono a celebrar y como intercesor para orar. Para que un mártir suba a los altares no necesita hacer ningún milagro, sólo que haya sido asesinado “por odio a la fe”.

El siglo XX ha sido el siglo de los mártires. Se calcula que el 75 % de los martirios de toda la historia de la Iglesia han acontecido en el siglo XX. Europa se vio inmersa en un desatino de violencia, arrastrada por ideologías totalitarias (nazismo y marxismo), que pretendieron eliminar sus raíces religiosas, endiosando sus utopías terrenas y pisando la dignidad humana.

España no fue una excepción y, sin duda, la tercera década del siglo XX ha sido la época más cruel de nuestra historia. La descomposición de la justicia era total: cualquier comité de barrio se creía con atribuciones para eliminar a los católicos y mucho más a los religiosos. En aquella vorágine el odio religioso aumentaba con la ignorancia y el resentimiento.

Nuestros Mártires no murieron en el frente, luchando, ni se caracterizaron por ser militantes de partidos. Tampoco agitadores activos, sino personas que vivían el Evangelio pacíficamente y fueron perseguidos, detenidos y sacrificados por amar y por servir a la Iglesia. No existen razones políticas ni sociales en los asesinatos de los 12 obispos, 4.000 sacerdotes, 3.000 religiosos y 300 religiosas. Las muertes tuvieron una causa fundamental. Un móvil único: el odio a la fe y el odio a la Iglesia. Detrás existía una ideología materialista, nihilista y violenta por sistema que quiso imponer una utopía social que desarraigaba al hombre de su naturaleza trascendente y de la posibilidad de la felicidad plena.

Algunos de ellos –cerca de medio millar- ya han sido elevados a los altares. Recientemente, en la última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, se hizo público un comunicado “en el que se anuncia para el 28 de octubre la beatificación en Roma de 498 nuevos mártires de la persecución religiosa”. Estamos de fiesta, pues en toda la Iglesia de España, no hubo apóstatas, ni renegados de nuestra fe. Y como el martirio es el sufrimiento voluntario de la condenación a muerte infligida por odio contra la fe o la ley divina, que se soporta firme y pacientemente y que permite la entrada inmediata en la bienaventuranza, nosotros nos sentimos orgullosos y, emocionados, damos infinitas gracias a Dios por sus muertes ejemplares.

Hoy ya tenemos bastante perspectiva para celebrar esta beatificación como un triunfo eclesial de comunión y reconciliación. El 28 de octubre próximo los 498 nuevos mártires se sumarán a los 479 beatificados. Nos encontraremos con 977 mártires, de ellos 98 agustinos.

Lo único importante es que sus muertes fueron por causa de su Fe adulta. El padre Severiano fue uno de los futuros mártires que dejaron honda huella en Ceuta.

El P. Severiano Montes Fernández


Había nacido en 1887 en San Julián de Bimenes, un pueblo minero del centro de Asturias. Cursó las Humanidades en el Seminario de Valdediós. Cumplidos los dieciséis años ingresó en el noviciado agustiniano del Real Colegio de Valladolid, el 28 de agosto de 1904. Profesó de votos temporales al año siguiente. En Valladolid, aprobó el bachillerato y cursó los tres años de filosofía con notable aprovechamiento.

Para estudiar la Sagrada Teología se trasladó al monasterio de Santa María de la Vid. El 28 de julio de 1912 se ordenó presbítero. Pidió voluntariamente para las misiones de China, pero los superiores le destinaron al colegio de Calatrava en Salamanca. Después de cuatro años de docencia en “la bella ciudad del Tormes”, en 1916, pasó al colegio San Agustín de Ceuta, recientemente construido. Pronto empieza a desarrollar una gran actividad didáctica y catequética como Subdirector y Director Espiritual. Funda la Congregación de la Doctrina Cristiana en el Colegio y organiza el equipo de Damas Catequistas y de Señoritas colaboradoras que le facilitan la formación religiosa a muchos niños no matriculados, e imparte atención benéfica social a las familias más necesitadas. Por todo ello el Siervo de Dios fue muy estimado por los alumnos. Unas fiebres paratíficas degeneraron en un proceso reumatoide que le postró dos meses en cama y el Dr. Prat dictaminó su traslado a un clima mas seco.

Llega a Salamanca a primeros de julio y, recuperada la salud, el Siervo de Dios obtiene la licenciatura en filología románica. En sus relaciones con los jóvenes sobresale su proselitismo y su buen tacto para suscitar vocaciones. Yo conocí a hermanos de la doctrina cristiana, y a hermanas del Santo Angel, y a sacerdotes como el P. Vieites y el P. Leovigildo Tabernero cuyas vocaciones religiosas promovió él. Los años restantes hasta su muerte los pasa como profesor de latín y francés en el Colegio Cántabro de Santander. De él dicen sus alumnos –don R. Martínez Casanueva- que era uno de los profesores más innovadores que recuerdan, empleaba un método de buen rendimiento y desarrollaba un trabajo exhaustivo, para ello dividía la clase en equipos de tres o cuatro alumnos y siempre lograba que todos dominaran la asignatura. Entonces se examinaban en el Instituto y conseguía resultados espléndidos. Dedicaba mucho tiempo al seguimiento personal de la sección de mayores. Los domingos después de la Misa daba una hora de formación cristiana a los internos.

La década de 1930 abarca los años de la persecución religiosa, de la revolución de Asturias, del Frente Popular. En ningún otro momento de la historia de Europa, afirma Hugh Thomas, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y todas sus obras como en la contienda española. Son años en los que él trabajó incansablemente. En el octubre rojo, quemaron los altares de la iglesia de San Julián de Bimenes, y los feligreses se quedaron sin párroco. En las vacaciones de Semana Santa del año 1935, organizaba la catequesis de los niños de la Primera comunión, visitaba a los enfermos, instruía a los mineros, con los que, según el alcalde, dialogaba con frecuencia. Parte de sus vacaciones estivales las pasaba también en Las Caldas para curar su artritis y parte en Francia, practicando el francés. Allí mantenía encuentros con los obreros españoles para orientarles espiritualmente, invirtiendo muchas horas en solucionarles sus problemas religiosos y sociales.

A mediados de julio de 1936 se trasladó a Las Caldas para el tratamiento anual antirreumático. El administrador le aconsejó que no rezara el Breviario en la azotea y que vistiera con traje de calle. Allí se llevó también al párroco que estaba muy asustado. A primeros de agosto, el Comité Rojo de Las Caldas exigió su identificación personal. El Siervo de Dios no oculta su condición de sacerdote agustino, profesor del Colegio Cántabro de Santander. Suplicó que pidieran informes a los padres de familia. Los pidió el Comité y llegaron impecables, pero él y el párroco quedaron bajo vigilancia y, para no comprometer a nadie, decían Misa en privado, ayudándose el uno al otro.

En la noche del 14 al 15 de agosto, en un interrogatorio nocturno, fueron detenidos y, un piquete local los llevó en coche a un lugar desconocido. Uno de los del piquete confesó, en su proceso después de la Guerra, que pidió unos minutos para prepararse a bien morir y, tras recogerse profundamente de rodillas, meditando en la suprema entrega de Jesús en la Cruz, dijo sereno “yo os perdono ante Dios y ante los hombres” y fue injustamente asesinado por odio a la religión.

A los 49 años era el P. Severiano de buena estatura, con espaciosa frente, jovial, luminoso; con sus ojos inteligente y parleros irradiaba franqueza. Comprometido por vocación con el servicio a los demás, seguía aprovechando las vacaciones para ayudar y orientar a los emigrantes afincados en Francia. Vivía su fe como valor supremo y la cordialidad era uno de sus mejores atributos. Era amable, comunicativo y dialogante, esperanzado y alegre.

Sin duda que a la comunidad cristiana de Ceuta le agradará sobremanera saber que en la próxima Beatificación se cuentan siete profesores del Colegio San Agustín de Ceuta que tuvieron la gracia de morir por Cristo, perdonando a sus asesinos, estos son sus nombres y las fechas de su actuación en la Ciudad:

Lorenzo Arribas Peláez (1926-1928)

Antolín Astorga Díez (1933-1935)

Emilio Camino Noval (1929-1932)

Jacinto Martínez Ayuela (1916-1930)

Nicolás de Mier Francisco (1932-1936)

Severiano Montes Fernández (1916-1921)

Vidal Ruiz Vallejo (1916-1928)
 

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