La ciudad, mal que nos pese, se había convertido -como el
propio país- en un lugar refugio, en un lugar de paso de
quienes abanderando la filosofía personal y extremista
fabricada en Oriente Próximo encontraba resuello en un ‘país
amigo’ de lo árabe.
Sin embargo, los posicionamientos políticos en el ámbito de
lo internacional de nuestro país supuso un golpe duro a
estos ‘refugiados’ amparados en la tranquilidad de España.
Todo cambió tras el 11 de septiembre. España se plantó ante
la presencia de combatientes del islam en tierras afganas,
pakistaníes o de Cachemira. Y a Ceuta llegaban los huidos de
la persecución marroquí, país que también ha planteado una
guerra sin cuartel contra el extremismo fundamentalista.
Policía y Guardia Civil conocen [cada uno una facción
-saudíes y malaquitas-] de sus andanzas por Ceuta y de algún
que otro piso franco utilizado.
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