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OPINIÓN - SÁBADO, 22 DE SEPTIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Pedro Román: la cárcel, el
manicomio y el confesionario

 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

¿Han observado ustedes como, desde que se largó el, que nunca fue lo suficientemente bien llorado, juez Torres, el interés por la Malaya se va diluyendo? Sí, quedan cuatro carroñeros de las tertulias insulsas que intentan hacer sangrar un poco más los despojos de la carnicería mediática, para refocile de la poca gentuza que sigue interesada en el tema. ¿Qué musitan? ¿Qué si sigo opinando que, el asunto no es más que un torticero montaje en plan cortina de humo de los problemas reales de nuestra España?. Por supuesto. Es mi opinión. Como lo es el que, el cautiverio de Pedro Román , el supuesto “malayo olvidado” cada vez se parece más a un secuestro y a un castigo “por ser vos quien sois, bondad infinita”.

La prisión preventiva de Pedro Román conculca tantas leyes, zamarrea tan rudamente el Principio de Igualdad de esa Constitución tan bonita, tan bien redactada, tan irreal, tan “como nos gustaría que fuera y ojalá que fuera verdad”. ¿Principio de Presunción de Inocencia? ¡Vamos, seamos serios, que los españoles no nos chupamos el dedo más que cuando tenemos que apurar la gota sutil de una buena salsa ¡ Y eso disimuladamente, como quien no quiere la cosa, lametón y tente tieso. Aquí es culpable hasta el apuntador, hasta que no contrate a buenos leguleyos, se rasque la faltriquera y apoquine a los picapleitos para que se partan el culo por demostrar que, el tipo no es directamente un culpable hijoputa. Aquí, el imputado, encaja la carga de la prueba y se deja la cornamenta, partiendo del Principio Más Auténtico que es el Principio de Presunción de Culpabilidad. Ese que entra en vigor cuando, en las tripas de una comisaría, te dicen “Quítese los cordones de los zapatos, las gafas y el reloj”. Y a partir de ahí, a partirse el alma para demostrar la inocencia. Porque, el Sistema, no te va a amparar ni a ayudar. Si das con gente honesta durante el camino, con buenas personas y dignos profesionales, alguna esperanza hay. De lo contrario, todos jodidos.

¿Qué como lo lleva mi particular y feroz crítico literario Pedro Román en el módulo II alhaurino? Pues con señorío, se nota que ha mamado el ADN del castellano viejo, los arquetipos hermosos del bochinche genético celtíbero. Valor, coraje, dignidad, hombría, religiosidad y rectitud. ¡Por Dios, que buen vasallo si hubiera un buen señor!. Reflexiona el promotor- productor, con ese humor con retranca, tan salmantino y cuenta que siempre deseó, desde estudiante universitario, pasar una semana en una cárcel, otra en un manicomio y una tercera en un confesionario. Tres experiencias que templan las entrañas y, o te hunden, o te hacen crecer. O te masacran el cerebro o te cargan de vivencias distintas y no distantes, sino cercanas. Deseo sinceramente, pues como española, mi corazón está siempre junto al de las víctimas de la injusticia y como cristiana junto al de los bienaventurados que sufren persecución, deseo que Pedro, el hijo de Don Pedro el médico, el nieto del doctor Don Pedro, cumpla sus experiencias de vida. ¿Qué la de estar en prisión por la cara ya está más que cumplida? Sí. Pero el buen Dios siempre escribe derecho, aunque los renglones parezcan torcidos y Pedro Román, con sus ademanes pausados, con esa serenidad del hombre de fe, con la disponibilidad y la generosidad más absolutas, hacía mucha faltita en un lugar de dolores y desdichas. Aquí le explica un Auto judicial a uno, allí le escribe una carta a otro, aquí compra un paquetillo de tabaco, aunque no fuma, para repartirlo entre los que nada tienen, acullá escucha las penas, aprieta una mano y da un abrazo a un hombre que llora, compartiendo el cafelito con el calé y entrenando con el preso ruso que es un cacho de pan. ¿Qué si me da pena Pedro Román? No exactamente, secuestrado está, pero, la inversión en amor y en humanidad es tan inmensa que, a partir de aquí aparecerá en la lista Forbes de los hombres más ricos del mundo. Y eso es de envidiar y de admirar.
 

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