“De Larache vengo ahora, donde el
Tercio he servido y traigo conmigo a una mora que por mí
pierde el sentido (…)”.
Hoy y como es tradición se conmemora en Ceuta, cuna de la
Legión (desde el alistamiento en el antiguo Cuartel del Rey
a la antigua “Posición A”, pasando por la primera Jura de
Bandera en el arroyo de El Tarajal), el aniversario de la
fundación de este peculiar unidad de combate creada a imagen
y semejanza de la Legión Extranjera francesa; cierto es que
su fundador, Millán Astray, incorporó a la misma la
nomenclatura de los Tercios de Flandes dotando a las
Banderas tanto de legendarios nombres como de la
carpetovetónica ideología católica, una de las causas
precisamente tanto de nuestro declive como potencia
(hipotecándonos en absurdas guerras de religión al servicio
del Papado) y de nuestro atraso secular. Bien está lo que
bien parece y sirvan estas modestas líneas como homenaje a
los Caballeros Legionarios caídos a lo largo de la geografía
africana: desde Uad-Lau (primer destino en el Protectorado;
utilizo la grafía de Franco en “Diario de una Bandera”) a
Melilla, sin olvidarnos de la campaña de Sidi Ifni y el
Sáhara. Supongo que hoy, al son de cornetas y tambores y con
vibrantes discursos se hará un repaso a gloriosos hechos de
armas y, sobre todo, una loa a los menguados efectivos
legionarios en nuestras actuales FAS. Y ahí quería yo
llegar: el legionario está imbuido de un adoctrinamiento y
una mística especial; para calificar una unidad de
“legionaria” hace falta algo más que definirla como tal
sobre el papel y dotarla de la uniformidad al efecto. Es
preciso imbuir a la tropa de un espíritu individual, de
grupo, “único y sin igual”… Las condiciones geopolíticas de
1920 eran harto diferentes a las de ahora, pero también las
actuales precisan (escasez de efectivos, variados teatros de
operaciones camuflados tras “misiones de paz” y la guerra
abierta que tenemos a las puertas…) de unidades con una
impronta especial y en número suficiente, capaces de
afrontar con éxito los riesgos dimanados de la nueva
tipología de enfrentamientos y dispuestas en definitiva (voy
a decirlo) a hacer el “trabajo sucio” de una sociedad
meliflua, acobardada y sin rumbo que es ya, incapaz, de
luchar hasta por su propia supervivencia.
Si en octubre de 1919 Millán Astray viajó hasta Sidi Bel
Abbés desplazándose a “experimentar” un par de semanas,
gracias a la aquiescencia del general francés Vherrier, con
el Regimiento legionario de Tlemecén, hoy día alguien
tendría que hacer su viaje iniciático y proponer un cambio
en la doctrina, alistamiento y otras circunstancias
inherentes a nuestra mítica Legión.
El resto son puros brindis al sol en medio de una desoladora
decadencia. Lo siento en el alma, pero la relación entre las
actuales unidades legionarias y sus predecesoras es casi
meramente nominal; la Legión hoy no pasa la ITV. ¡Y este
cuerpo militar es hoy más necesario que nunca!. Valórese la
situación y ¡refúndese la Legión!.
Si empecé la columna con la estrofa de una vieja canción
legionaria, permítame el lector acabar con otra: “¡Cómprate
una gabardina, cabrón!”. Y el que quiera entender, que
entienda.
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