Hay personas que tienen facultades
innatas de atraer o seducir a la gente. A esa atracción que
esas personas ejercen sobre los demás, la han dado en llamar
carisma. A mí me gusta más denominarla encanto o catalogarla
de tirón popular.
Quienes tienen la suerte de estar circundados por un aura
capaz de envolver entre sus redes a cuantos les rodean,
disfrutan de unas ventajas que no tenemos los demás
mortales.
En una palabra: se pueden permitir el lujo de tomar
decisiones que jamás les serían permitidas a nadie. Con el
añadido, además, de que si lo emprendido no finaliza con el
éxito deseado, ellos apenas sufren el menor desgaste. De
modo que suelen jugar siempre con el comodín entre las
manos.
Cuando se habla de los nimbados, es decir de las personas
que lucen un halo capaz de lograr que innumerables
voluntades se queden pegadas a sus palabras como las moscas
a la miel, hemos de reconocer que algo tendrán cuando los
ciudadanos deciden otorgarles suma confianza y encima no
cesan de hacerles el artículo diario.
Se me viene a la memoria, entre otros nombres destacados de
la política, el de Pedro Pacheco. Y es así, porque irrumpió
en la vida pública de su pueblo, Jerez, con una fuerza
inusitada. Arrollando en las urnas y generando unas
ilusiones jamás nunca antes vividas por sus conciudadanos.
Cuando uno llegaba a Jerez de la Frontera y preguntaba por
el alcalde, la respuestas de las gentes eran, salvo
excepciones, tan favorables y saturadas de optimismo, que,
inmediatamente, uno tenía que percatarse de que esa pasión
por Pedro Pacheco le insuflaba a éste ánimos suficientes
para emprender acciones y soñar con proyectos para su
tierra, que los foráneos y adversarios consideraban
imposibles de realizar por su carácter faraónico.
Así, aprovechó el alcalde el tirón popular para luchar con
todas sus fuerzas a fin de dejarle a su pueblo un patrimonio
que sirviera cual recuerdo imborrable de sus 25 años
manejando los destinos de la ciudad. Me refiero al circuito
jerezano: una obra que ni siquiera el desgaste que fue
acumulando durante los años de mandato el tal Pacheco y que
le fue cercenando el aura como a cualquier preferido venido
a menos, hará mella en el reconocimiento de tan grande
legado.
En Ceuta, Juan Vivas lleva ya mucho tiempo cobijado en el
corazón de sus fieles. Goza de un atractivo entre los
ceutíes, tan manifiesto como apasionado. Cabe hasta valerse
del refrán tan manoseado: algo tendrá el agua cuando la
bendicen. Por supuesto que sí. Pues negarlo sería faltar a
la verdad y, sobre todo, oponerse a una mayoría que no se
cansa de jalearlo y de presumir de alcalde.
Juan Vivas, actualmente, es el único político de esta ciudad
que está en posesión de ese carisma personal para arrastrar
a la opinión pública tras él, al menos sentimentalmente. Los
hechos, además, son irrefutables. Y él lo sabe. Pues de
torpe tiene poco y es tan astuto como inteligente.
Y, por encima de todo, conoce a sus paisanos perfectamente.
Sin embargo, conviene recordarle que vaya pensando en imitar
a Pedro Pacheco, en lo de dejar un legado extraordinario.
Antes de que el halo misterioso comience a difuminarse.
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