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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 19 DE SEPTIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Vergüenza ajena
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Estuve en El Puerto a mediados de agosto. Toreaba José Tomás y unos amigos me invitaron a verle en la plaza que inmortalizó Joselito con célebre frase...

Pasada esa hora vaga de mediodía, nos dimos una vuelta por el hotel Santamaría. Establecimiento donde se suelen vestir muchos toreros. Efectivamente, allí estaba alojado Manuel Jesús “El Cid”. El cual, junto con Finito de Córdoba, compartía cartel con el ya mítico torero de Galapagar.

Con el aperitivo por delante, y enfrascados en hablar de nuestra niñez y demás cuestiones entre amigos crecidos en el mismo barrio, caímos en la cuenta de cómo un niño corría por el salón de estar del hotel, tratando de esconderse de alguien que lo andaba buscando. De pronto apareció El Cid: padre de la criatura con la que jugaba al escondite. Las risas cascabeleras del crío divirtiéndose con su famoso progenitor, nos puso a todos de acuerdo: padre e hijo estaban dándole una larga cambiada a la tradición; esa costumbre trágica de que el torero esté recogido en la habitación, rodeado de imágenes y sometido a las devoterías y rezos.

Tamaña normalidad, en alguien que horas más tarde se tenía que enfrentar con la enorme responsabilidad de lidiar y estoquear dos toros, nos alegró a todos y a punto estuvimos de pedir ya las orejas para el torero nacido en Salteras.

Con el comentario agradable de lo presenciado aún en la boca, cruzamos la calle y tras andar lo mínimo nos adentramos en Casa de Eugenio: restaurante donde se habían dado cita artistas y famosos llegados desde todos los rincones de España y que acuden a cada actuación de José Tomás por si acaso… es la última oportunidad que tienen de verlo.

He aquí, dijo uno de nosotros, el reverso de la fiesta. Tomás lleva el drama consigo y lo contagia. El Cid, en cambio, procura ahuyentar la muerte inyectándose savia infantil de sus propios genes. Fue entonces, tras ese comentario andaluz ciento por ciento, cuando otro miembro de la reunión me preguntó por José Antonio Rodríguez. Y le respondí que ya no era viceconsejero de Turismo.

Que lo habían nombrado consejero de Gobernación. Y la contestación fue tan rápida como certera: “Ya me extrañaba a mí que este hombre careciera de tacto y de saber estar como para olvidarse de invitar a los políticos del Grupo Independiente e incluso del PP, de nuestra tierra, a la Feria de Ceuta”.

Quien así hablaba, con serenidad y sin ser doliente de la carencia de estilo demostrada por los gobernantes ceutíes, había vivido intensamente la entrega exhibida por las autoridades de El Puerto de Santa María con el séquito que acompañó a Juan Vivas durante la inauguración de las Fiestas de la Primavera y del Vino Fino, dedicadas a Ceuta.

Durante algunos segundos me pudo el silencio producido por una crítica justa. Carraspeé cuanto me fue posible. Incluso noté el trallazo del sonrojo calcado en los pómulos. En una palabra: pasé vergüenza ajena. Menos mal que otro amigo, al darse cuenta de mi estado de ánimo, intervino a tiempo contando el chiste de guardia para sacarme del apuro. Del apuro de una mala caja solían salir también algunos establecimientos con la llegada de los visitantes del sombrerito. A ver quién es el guapo de Turismo que se pone ahora a contarles un chiste a los dueños de los restaurantes.
 

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