José Sánchez Pedrero, Pepe “El Pescador” para todos, perdió
su barco en uno de esos golpes desgraciados y tontos del
destino. El oleaje de un día de fuerte levante había
arrojado su pequeño barquito contra las rocas de la playa
del Sarchal, muy cerca del punto donde se alza el actual
depósito de aguas del Recinto Sur, poco más a la izquierda
de la antigua cárcel de mujeres. Pese a la pericia que
siempre tuvo en las artes de manejar su barco y lanzar las
redes, no pudo evitar la hecatombe al calársele el pequeño
motor Perkins y pese a los posteriores esfuerzos por
arrancar de nuevo el motor, la hélice no consintió en
moverse.
José Sánchez Pedrero, Pepe “El Pescador”, tuvo la fortuna de
salir ileso del incidente y en aquella nefasta ocasión sólo
le acompañaba Mohamed, uno de los marroquíes que se salvó
por los pelos, nunca mejor dicho, pelos que agarraron las
fuertes manos de Pepe “El Pescador” sacándolo de las
turbulentas aguas antes de que el joven moro se destrozara
contra las rocas. Desde entonces Mohamed le tiene un
especial aprecio que resulta difícil expresarlo aquí.
Mohamed Hiddrissi es un hombre de complexión delgada pero
muy nervuda, como de unos 22 años, de 1,65 m de estatura y
residente en la barriada del Príncipe Ildefonso, en la casa
de un tío suyo. Aunque no tiene papeles legales, sólo el
pasaporte marroquí, nunca ha sido molestado por las
autoridades ceutíes. En parte porque es buena persona y en
parte porque nunca hace alardes de que existe. El otro joven
marroquí, Mustafá Bouz, no había llegado a la hora de la
cita por lo que zarparon sin él. La única pega que tiene
Pepe “El Pescador” de sus dos ayudantes es el tiempo que
dedican a la oración. En varias ocasiones se le ha pasado
por la mente pegarles sendos puntapiés en el trasero,
mientras se encontraban de rodillas cara a donde siempre se
dirigen los musulmanes, y mandarlos a hacer gárgaras al
fondo de la bahía sur, pero siempre se ha refrenado a tiempo
en esas explosiones momentáneas de ira.
José Sánchez Pedrero, Pepe “El Pescador”, rememora aquellos
tiempos en que surcaba las espléndidas aguas de
Mediterráneo, siempre en la bahía sur, saliendo del recoleto
y pequeño puerto de pescadores ubicado a la sombra del
malecón del Paseo de las Palmeras y del muelle de España,
con un coqueto y cortito dique y recorriendo el foso de las
murallas reales para salir al otro lado de la ciudad. Solía
dejar el barquito fondeado dentro del pequeño espacio, muy
cerca del Club de Actividades Subacuáticas y regresar a
tierra en la barca que acostumbraba a recoger a los
pescadores que regresaban…
-¡Peeeepeeee!, ¡Buenos días tengas, a la paz de Dios!-
La primera llamada, la primera salutación y exposición
verbal del contenido de la carretilla, la primera venta del
día…
María Sarmiento de Páez, señora bien avenida, viuda de don
Celestino vive en el primero segunda del primer portal de la
calle de La Legión a la derecha según se sube. Es una mujer
ya entrada en años, de cuerpo bastante rollizo, siempre muy
bien peinada y enjoyada. María Sarmiento de Páez es viuda,
su difunto marido, que se llamó en vida Celestino Bernardez
Miranda, había fallecido años atrás de un infarto mientras
observaba la arribada de un crucero turístico, allá por el
muelle de Poniente. Celestino Bernardez Miranda era un
pasante del prestigioso bufete de abogados Meléndez-Martínez
cuyo despacho se encuentra en el edificio Trujillo, encima
del Centro de Hijos de Ceuta.
María Sarmiento de Páez acostumbra a ser la primera clienta
de Pepe “El Pescador” y si alguna vez se le adelanta
alguien, toma tal berrinche que no adquiere pescado hasta el
día siguiente y si ese día siguiente alguien se le adelanta
de nuevo, vuelve a repetirse la escena del berrinche. A
veces queda semanas enteras sin adquirir pescado por ese
motivo, pero nunca, nunca se enfada con Pepe “El Pescador”
cosa extraña. Pepe “El Pescador” ya está acostumbrado a ello
y siempre tiene la excusa de que necesita desprenderse de la
pesca lo más pronto posible por razones de salubridad, cosa
que convence enseguida a la irascible señora, pero que no
cede en su empeño de no comprar en segunda posición, siempre
quiere ser la primera en catar el contenido de la rebosante
carretilla.
A partir de ahí, venda o no venda a la señora Sarmiento,
Pepe “El Pescador” va vendiendo a las amas de casa del resto
de viviendas de la calle de La Legión que van saliendo y que
adquieren tantos o cuantos para su satisfacción y formando
luego corrillos cotorráqueos, durante una media hora, donde
las murmuraciones dañinas campean llanamente. La única vez
que Pepe “El Pescador” abandona su carretilla en medio de la
calle es cuando llega a la altura de una casa de una planta,
en mitad exacta a la derecha de ese tramo, según se sube, de
la calle de La Legión entre La Marina y la calle del
Teniente Pacheco. Pepe “El Pescador” siente mucho respeto
por doña Josefina, la propietaria de esa vivienda, y siempre
le ofrece el mejor pescado de la carretilla y que doña
Josefina adquiere sin inmutarse y sin dejarse ver. Día a día
sube los dos escalones de acceso a la entrada principal de
la vivienda y tras pulsar por tres veces el timbre de la
puerta, la empuja, entra en el recibidor que siempre está en
penumbra, de atmósfera límpida y fría y deposita el pescado
en una bandeja colocada en una mesita que ni colocada ex
profeso. Y como siempre, encuentra el dinero justo en el
mismo lugar donde deja el pescado. Invariablemente. Nadie
sabe a ciencia cierta el porqué de esa actitud. Las malas
lenguas dejan mucho que desear para expresar, ni siquiera,
lo más mínimo de lo que murmuran. Ninguna otra vecina ha
conseguido ese trato por parte de Pepe “El Pescador” aunque
se lo pidieran de rodillas o rogándole que se lo llevara a
su piso por estar enfermas.
Poco antes de alcanzar la esquina con Teniente Pacheco,
cerca de la tienda de ultramarinos y bar a la vez del
Leoncio, Pepe “El Pescador” se cruza con Guadalupe Corral
Sarmiento.
-¡Guaaapa!, mis ojos se vuelven más azules cada vez que te
ven y superan con creces el brillo del farito de la
Puntilla.
-Gracias, Pepe. ¡Buenos días!
Pepe “El Pescador” es un incorregible maestro del piropo,
aunque a decir verdad solamente los suelta a las mujeres que
conoce de toda la vida. Con las desconocidas se limita a
mirarlas con ojos de experto en arte corporal y con
movimientos de cabeza las deja pasar. Cuando Pepe “El
Pescador” mueve afirmativamente la cabeza quiere indicar que
la desconocida mujer está buena, en caso contrario la
encuentra normalita, nunca expresa desagrado por ninguna
mujer, a todas las encuentra bellas dentro de las propias
limitaciones del concepto de belleza que el supuestamente
experto piropeador tiene como bagaje. Su colección de
piropos propios y ajenos es incalculable.
Guadalupe Corral Sarmiento es una bellísima mujer de unos 25
años, hija única de una hermana de María Sarmiento de Páez,
con un cimbreante cuerpo de caderas y nalgas típicamente
andaluzas. Luce una esplendorosa cabellera azabache en
onduladas melenas que le llegan casi a la cintura, peinadas
en primorosas cascadas que bajan por la bien proporcionada
espalda y acarician sus redondos y bien torneados hombros en
un suave vals acompasado por el vigoroso andar que las
esbeltas y largas piernas de la mujer imprime.
Guadalupe Corral Sarmiento visita cada día a su tía María
con quién toma el desayuno que siempre le prepara la criada
mora, por nombre Fátima -¿porqué será que la mayoría de las
chachas moras se llaman Fátima?- antes de emprender la
limpieza de la casa. El desayuno consiste, invariablemente,
en media molleta untada con manteca margarina holandesa, de
esas que se venden en paquetes de papel semi-transparente, y
un tazón endulzado de malta con leche que paga puntualmente
la chica con una peseta.
Guadalupe Corral Sarmiento trabaja en la Casa Morrós, justo
al lado de la casa de su tía, en La Marina esquina con La
Legión. Ella siempre miente a su familia diciendo que
trabaja como administrativa, pero lo cierto es que trabaja
como moza de almacén y se encarga de distribuir los pedidos
en grupos. Guadalupe Corral Sarmiento trabaja de lunes a
viernes, de ocho a una y de cuatro a ocho y los sábados de
ocho a dos, recorre siempre una ruta que cualquier día
podría seguir con los ojos vendados. Vive con sus padres en
la calle Canalejas, en un edificio de dos plantas un poco
estrafalario: a la primera planta en la que vive la familia
Casas Lorán se accede por una escalera exterior en fachada y
a la segunda planta, que es donde vive la familia Corral
Sarmiento, se sube por otra escalera ubicada en el lateral
izquierdo del extraño bloque según se mira de frente y que
corresponde a un callejón que ataja la calle Canalejas con
la de Sevilla y se accede por la parte trasera del edificio…
Evocando tiempos pretéritos. Los personajes son ficticios,
la situación real.
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