El ajetreo del proceso electoral
marroquí (aun sin cerrar, pues ayer sábado y de forma
incomprensible todavía no se conocen oficialmente los
resultados definitivos) ha dejado en la cuneta el
aniversario del macroatentado del 11-S, algunas
explicaciones pendientes (hay datos que siguen sin encajar)
y la fantasmagórica aparición de Osama Ben Laden
reivindicando la autoría. También un recordatorio a otra
matanza en suelo norteamericano, precisamente otro 11-S,
perpetrada por los Mormones (actualmente agrupados en la
‘Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”),
movimiento sectario con una particular versión del
cristianismo basada en la predicación de Joseph Smith
(1805-1844) y su infumable obra “El Libro del Mormón. Otro
testamento de Jesucristo” (1830), publicado por primera vez
en España en 1886.
El 11 de septiembre de 1857 y en el proceso de colonización
del “Far West” (Lejano Oeste), una caravana procedente de
Arkansas integrada por unas 150 personas (entre ellos
numerosas mujeres y niños) atravesaba la Gran Cuenca, Estado
de Utha, inhóspita tierra formalmente mexicana entregada al
naciente país de las barras y las estrellas por el Tratado
de Guadalupe Hidalgo y en la que, diez años antes, se había
asentado la fanática secta de los ‘Mormones’ instaurando una
férrea dictadura religiosa, teñida de teocracia y con
ribetes cosmogónicos abiertamente racistas, causante de
varias guerras civiles en Illinois, Missouri y Utah. Al
amanecer de otro 11 de septiembre las cuarenta familias de
la caravana, conducidas por su guía Alexander Fancher,
alcanzaban ‘Mountain Meadows’ (Las Praderas de la Montaña),
cerca de la frontera con Nevada. Los fanáticos mormones
dirigidos por su líder Brigham Young (los historiadores no
se han puesto de acuerdo sobre su participación, directa, en
la matanza) inducen primero a la tribu de indios “Paute” a
hostigarlos, para después y con engaño (se ofrecieron a
escoltarlos a cambio de sus bienes), masacrarlos fríamente
en una escalofriante y calculada matanza (no descubierta
hasta dos años más tarde por la Caballería de los Estados
Unidos) conducida por John Higbee: divididos en tres grupos
(hombres por un lado, mujeres y adolescentes en otro, más un
tercero con niños pequeños) y al grito de “¡Cumplid con
vuestro deber!”, los hombres fueron asesinados y las mujeres
sacrificadas, no sin antes ser salvajemente violadas; los
niños supervivientes fueron entregados a familias mormonas.
El crimen nunca fue oficialmente perseguido; los mormones
siguen controlando Utah e, incluso, prominentes políticos de
esta secta forman parte de la vida política norteamericana.
Activos misioneros, se les ve de vez en cuando en parejas
(siempre hombres, de tez blanca y pulcramente vestidos con
camisa… blanca) propagando las miserias de su desnortada fe.
En Ceuta recalaron hace un tiempo y no me extrañaría que
dejaran, por algún rincón, la simiente de su oscurantista
ideología religiosa.
Por todas las partes y en todos los tiempos, al amparo de la
respetable idea de “Dios”, el ser humano ha ido
desarrollando fenomenologías religiosas con rasgos opresivos
y patológicos de los que, seguramente, se librará el Buen
Dios… pero no los hombres, claro que si han sido creados a
su imagen y semejanza… ¡no sé a donde vamos a parar!.
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