Escribir periódicos es una tarea
que uno comenzó hace ya bastantes años. La mayor parte de
ese tiempo hube de pasarlo en unas redacciones inhospitas.
Las muchas horas recluido en unas oficinas nada gratas para
permanecer en ellas, despertaban el malhumor y disminuían el
rendimiento. Era indispensable echar mano de la voluntad
para no verse superado por unas circunstancias negativas.
En mi caso, y dado que irrumpí en el oficio con vocación
tardía pero repleto de ilusiones, fui sorteando las enormes
inconveniencias con mejor talante que muchos otros
compañeros. Si bien es verdad que las decrépitas
instalaciones invitaban a dejarse llevar por la atonía que
generaba un habitáculo impropio de dar cabida a unos
profesionales del periodismo.
No es el momento de recordar ni el frío ni el calor que
hemos pasado en esas redacciones cuyos nombres prefiero
olvidar. Pero sí debo decir lo que hablé con el editor de
este medio en mayo de 2006.
Entré en el despacho de José Antonio Muñoz y nos pusimos a
conversar en relación con el futuro del periódico. Yo había
cumplido 242 días en la empresa, tras mi regreso después de
haber participado en su nacimiento. Hecho ocurrido en 1995.
En un momento determinado, el propietario del periódico me
contó sus deseos de mejorar las instalaciones; me confesó
que El Pueblo de Ceuta, con más de una década de existencia
-ya ha cumplido doce años-, merecía unas oficinas dignas de
una cabecera que se ha mantenido firme, contra viento y
marea. Y, desde luego, me habló de que ya era hora de
ofrecer a los profesionales la comodidad de una redacción
que los tiempos actuales exigen.
Fue entonces, nada más finalizar nuestra charla, cuando
escribí lo siguiente: “José Antonio Muñoz es el editor de un
medio que ha sufrido varios y duros embates, con el único
fin de acabar con su publicación. Pero él ha sabido afrontar
las épocas difíciles con la tranquilidad necesaria y
procurando que jamás se le notara el menor síntoma de
desfallecimiento que los problemas suelen proporcionar.
Reflejarlo en este artículo es, sin duda, un acto de
justicia hacia quien se han dirigido siempre las miradas
airadas de quienes no soportan verlo situado al frente de un
periódico al que le auguraban escasa vida. No obstante, su
deseo de superación, debido a que El Pueblo de Ceuta le
tiene comida la sesera, hará posible que las instalaciones
del periódico sean, más pronto que tarde, dignas de
encomio”.
El martes pasado, cuando llegué a las instalaciones de este
periódico, situadas en la calle Independencia, exclamé a voz
en cuello: !coño, qué bonitas han quedado las oficinas del
periódico!... Aquí sí que merece la pena volver a ser
redactor. Aun a costa de permanecer en el edificio muchas
horas.
La promesa del editor, aquel 12 de mayo de 2006, cuando
dialogamos en su despacho, se ha cumplido: ha conseguido
finalizar una obra acorde con la categoría de un periódico
que se ha consagrado en la vida de una Ceuta, siempre reacia
a admitir publicaciones nuevas.
Y se ha consagrado El Pueblo de Ceuta, por encima de
envidias, rencores y actividades turbias o enredosas, por
haber hecho de la coherencia un ejemplo constante. En esta
Casa jamás se han permitido los bandazos. Sabemos, al menos
así lo entiendo yo, dada mis charlas con el propietario, en
qué sitio estamos. Como también somos conscientes de que,
ante cualquier desaire, no nos temblará el pulso de la
respuesta.
Pero eso es harina de otro costal. Ahora lo que prima es
alegrarse de que bien pronto sean inauguradas unas
instalaciones modélicas.
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