Van pasando los años boyantes, que
suelen serlo para los de siempre, y el adverso balance se
impone en las familias con menos recursos. El despilfarro y
el estraperlo no entienden de repartos. Y la realidad es la
que es por muchas esperanzas que nos quieran vender. Que se
lo digan a esos jóvenes que no acaban de entrar por la
puerta de la actividad europea, que, a pesar, de su sesuda
preparación academicista no encuentran hueco laboral para
valerse por si mismos e independizarse. La integración
sociolaboral de los más jóvenes es una de las grandes
asignaturas pendientes que sigue sin resolverse. Es más,
pienso que son víctimas de un sistema injustamente
competitivo; donde unos, los niños de papá, juegan con las
cartas marcadas frente a otros. Los frutos de este caos, por
mucho que nos lo nieguen, son verdaderamente alarmantes, el
riesgo de caer en la marginalidad y en las adicciones está a
la orden del día. Por otra parte, no hay cuerpo de
“mileurista” que soporte tanta esclavitud, tantas
situaciones abusivas, empezando por unas buenas tragaderas
de servilismo con el empleador, no nos vaya a cambiar por
otro en unas vacaciones. Conozco más de un caso.
El desbarajuste y descontrol en el que estamos sumidos, bajo
la cruel sombra de la incertidumbre que dispara los nervios
a cualquiera, la politización de las instituciones, hace
mucho más dificultosa esa integración real. Muchos de
nuestros contemporáneos, incluidos los jóvenes, han perdido
conciencia de vida y buscan desesperadamente huidas en un
consumismo desenfrenado, en la droga que se dispara su
consumo, en los baños de alcohol y en el erotismo sin
cerebro ni amor. Cada cual busca su goce como puede, seguro
que para olvidarse de esta galopante exclusión de don nadie,
propiciada por un sistema de poderes corruptos a más no
poder, pero más pronto que tarde le invade la tristeza, el
vacío, la depresión que llega a ser tan honda que raya la
desesperación. Todos los Estados bien gobernados y todos los
príncipes inteligentes –dijo Maquiavelo- han tenido cuidado
de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo
al descontento. Aquí hace tiempo que los insatisfechos son
un enjambre, lo que sucede es que todavía están mal
organizados, ya verán cuando se organicen y nos pasen
factura de nuestros derroches y soberbias.
España que, a mi juicio, ha crecido de forma importante para
los que estaban mejor situados económicamente, no así para
los jóvenes y las familias hipotecadas hasta los dientes, lo
que ha hecho crecer las desigualdades a un ritmo
vertiginoso, duerme bajo la orquesta de los trepas, los
zánganos, el insecto violín, los abejorros pelotas… Yo tengo
esperanza, palabra que tengo deseo de esperanza, que los
presupuestos del próximo año sirvan para corregir estos
injustos desequilibrios que saltan a la vista. Una mínima
sensibilidad, señoras y señores, ustedes que tienen la
sartén por el mango. Solbes acaba de decir que la economía
española dispone de mecanismos de protección para la posible
pérdida de empleos, lo que no entiendo porque no se hace ya
si los pobres cada día son más pobres porque no tienen
empleos dignos, retribuidos en su justa medida y no con
migajas, aplíquese con urgencia, también en los sectores de
juventud que tanto engordan las bolsas de pobreza en un
mundo de ricos. No dejen que sigan desangrándose como una
fuente más corazones, mirando para otro lado, como si el
dolor humano no valiese nada. Solidaridad, señorías.
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