El taxista, musulmán, me lleva a la Terminal del puerto
conduciendo su flamante Mercedes de manera tan lenta, tan
lenta que me dispara los nervios. No le digo nada y le dejo
hacer, llego a la Terminal un poco nervioso porque la hora
de partida del Avemar Dos es ya.
Para colmo, de tanto sulfurar el sistema nervioso, la
empleada de Buquebus que expende las tarjetas de embarque
tiene el día tonto o vago. Mientras los viajeros esperamos
en la cola para que nos entregue la tarjeta, esa empleada
desvergonzada no tiene ni la más mínima consideración con
los clientes y se mantiene leyendo el periódico dominical en
la mesa justo delante de las narices de los desconcertados
pasajeros. Pasajeros desconcertados como uno mismo,
conocedores de los retrasos que imponen las medidas de
seguridad antes del embarque.
La empleada que atiende la venta de los billetes le llama la
atención a lo que la sinvergüenza responde que se esperen un
ratito –por muy bajito que hablaran, tengo una gran
facilidad de captación del movimiento de labios- mientras
continúa ojeando el periódico. Al cabo de tres minutos, y de
manera perezosa, se acerca a la ventanilla; coge mi billete
y lo mira y remira un rato largo. Se levanta del asiento y
se vuelve a acercar a la mesa donde está reposando el
periódico; repasa unos documentos que están apilados en una
caja, lo que le lleva un rato largo, y luego coge un
teléfono de esos antiguos con antena (tal vez un walkie-talkie)
y un montón de sobres que están apilados en un rincón de la
misma mesa. Se acerca a un armario ubicado en un rincón del
despacho y mira y remira una serie de carpetas colocadas en
dos estanterías sin tocar ninguna; coloca los sobres sobre
un espacio libre del mencionado armario y regresa a la
ventanilla. Vuelta a mirar y remirar mi pasaje, intenta
hablar por el teléfono de marras y al fín se decide a
actuar; coge mi pasaje y saca fotocopia del mismo. La dejo
hacer, sin decirle nada, porque no me cabe duda, a esas
horas, de que esa empleada de Buquebus está mal de la
cabeza. Por fin me entrega la tarjeta de embarque tras unos
malos quince minutos de inútil espera.
Lo no raro es que a los demás pasajeros no les hace
fotocopias de sus respectivos pasajes. Parece como si fuera
una lectora que odiara, con toda su alma, a mis artículos o
bien que mi cara le sonara a alguien conocido que la
despechó en su día. Ni la conozco ni quiero conocerla, desde
luego, tal persona merece estar en el almacén, limpiándolo,
que no ante el público. No es consciente, ¿o sí?, del
perjuicio, a ella misma y a la compañía para la que trabaja,
que habría causado si el catamarán hubiera partido sin los
pasajeros que esperaban pacientemente en la cola.
Ya no me cabe duda de que Ceuta es otro mundo; un mundo
donde los empleados le dan más importancia a un café con
leche o a la página tal de cual periódico, antes que a las
personas. El desprecio hacia sus semejantes es de órdago y
ello dice mucho de lo malo que resulta. Que a estas alturas
del siglo XXI sigan existiendo todavía esa gente miserable,
puesta al servicio del público, conlleva un sentimiento de
asco que si no va a más es merced al aguante de la gente
para no empeorar sus propios momentos importantes.
Por otro lado, y en otro concepto, me alegro mucho que
algunos de mis artículos tengan repercusión en la ciudad. Al
de los moteros a caballo y sin casco por la Gran Vía
respondió las autoridades locales con puesta a punto de lo
que se tiene que hacer en éste y todos los casos; al que
trataba sobre el “estercolero plástico y neumático” del
Tarajal, otro medio de comunicación se hizo eco y con la
idea montó un artículo-reportaje de vídeo…, bueno, sobre
ello no pretendo presumir absolutamente de nada. Creo
firmemente que muchos y buenos articulistas deben salir del
“armario” (no me refiero al de los gays, que quede claro) y
escribir sin miedo alguno. La propia Constitución los
respalda y, mientras no digan mentiras, ni calumnien, ni
insulten groseramente, deben y pueden narrar cualquier
asunto anormal. Hoy por hoy están algunos que se pueden
contar con los dedos de media mano. Me alegro por ellos y
les felicito sinceramente, con éste deseo de que no muerdan
la pluma.
Cansados estamos, de verdad y muchos se muerden la lengua,
de que nos miren a los caballas como gente de un mundo
inferior. No digo más. Si hay articulistas que escupen
fobias contra gente y entidades con la mentira y la falsedad
por delante… ¿por qué no puede haber articulistas que
escriban con la verdad y la franqueza por delante?
Las posturas de gente como las que he descrito son propias
de países tercermundistas; con dirigentes déspotas y con sus
subordinados dedicados a la “mordida”, en una amplia visión
de aquellos tiempos que Arturo Pérez-Reverte describe, con
exacta definición, en las novelas de Alatriste: esquilman
los derechos de las personas mientras glorifican a Dios.
Menudo mundo aparte.
Gritar que Ceuta es española cuando funciona de manera
bastante distinta a las ciudades del país… es de guasa. Se
acerca más a un feudo condal donde todo se divide en partes,
siendo las principales tres cuartas para los señores de la
ciudad, el resto se queda para quienes tenga el valor de
extender la mano. Sería un milagro que no resultara cortada,
habida cuenta de que el tiempo no parece cambiar en esta
Ceuta que es otro mundo. Otro mundo en el que no existe el
IVA pero sí otro impuesto del 4%... y encima a vivir del
cuento.
¿De qué vivo yo?... de medrar mendrugos podridos desde luego
que no.
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