Es difícil tomar conciencia de lo
que verdaderamente está sucediendo en este país al que,
algunos, aún nos atrevemos a llamar España. Si hace ya
muchos años empezó a crecer en nuestra nación un pequeño
nódulo, un grano purulento, que se inició en el País Vasco y
que, en una contínua metástasis, ha acabado por afectar a
todo el territorio español y al que, todos, hemos llegado a
conocer, mal que nos pese, como la banda terrorista ETA; en
estos momentos nos encontramos en una situación en la que,
pese a la terapia de choque que practicaron el PP y el PSOE,
en los años de Aznar y Felipe González, no sólo no ha sido
erradicado, sino que sigue en fase de reanimación y
desarrollo, a pesar de que el señor Zapatero no ha tenido
otro remedio, de cara a la galería, que mostrase firme y
seguir la política de su homólogo frances, señor Nicolás
Sarkozy, de darles con la estaca a los terroristas.
Observen, no obstante, que donde más efectiva resulta la
lucha antiterrorista, paradójicamente, es en el país vecino.
Por si no nos bastaran las tarascadas secesionistas que nos
llegan desde el País Vasco y Catalunya, autonomías en las
que se han implantado como elemento identitario el que se
hable en las lenguas vernáculas, desterrando de raiz el uso
del castellano en la educación para sustituirlo por el
vazcuence o el catalán; después de las última elecciones
autonómicas estos planteamientos discordes con lo que
representa la unidad nacional han brotado en las Baleares
con similares procedimientos y, por si fuera poco, acabamos
de leer en la prensa (cuya lectura diaria constituye un
serio peligro para nuestro, un tanto envejecido, corazón)
que en Galicia, siguiendo la pauta marcada por los vascos,
se van a inaugurar un remedo de las famosas ikastolas a las
que, por lo visto, se las va a denominar “galescolas” que
impartirán enseñanza sólo en gallego. Vamos que, si alguien
no lo remedia y nos tememos que va a ser difíl que resucite
un Miguel de Cervantes que se dedique a remozar a este viejo
y denostado idioma patrio; es posible que en la vieja Piel
de Toro se reproduzca el bíblico castigo divino de la famosa
Torre de Babel. Por supuesto que no nos debemos llevar a
engaño, porque todas estas posturas levantiscas no son más
que trucos, ardides y malicias de la izquierda, secular
defensora del famoso dicho “divide y vencerás” y, por
desgracia, experta indiscutible en este tipo de trucos a los
que sabe adornar con una eficaz propaganda.
Lo curioso de esta situación es que en regiones como las
Baleares, de las que soy descendiente, nunca se había dado
este sentimiento de rechazo al castellano. Por su particular
condición de islas, por su modus vivendi –que depende, en un
noventa por ciento, del turismo –, si en algo se ha
caracterizado el pueblo insular ha sido por ser políglota y
abierto a recibir a turistas de todo el mundo. Y no crean
que la mayoría haya cambiado de repente sus ideologías; lo
que ocurre es que, como en tantos otros territorios
peninsulares, la mecánica implantada por un sistema
electoral caduco y absurdo, ha permitido que minorías
exiguas se hayan hecho con el poder y hayan implantado sus
exigencias secesionistas. Pero es que, incomprensiblemente,
en mi tierra (Mallorca) se ha llegado al extremo de
renunciar al idioma autóctono (el mallorquín) para
entregarse en manos de los de ERC, que les han impuesto el
catalán de Catalunya; como si fueran nuevos conquistadores,
sólo que, en vez de Jaime I hemos sido ocupados por los
Carot y Puigcercós de marras.
Hay que decir que, lamentablemente, los partidos de derechas
han caido en la tentación populista de no querer ser menos
que sus adversarios políticos y, aquí tenemos a personajes,
nada sospechosos de ser separatistas, como don Manuel Fraga
que, sin embargo, han hecho el juego a los independentistas,
favoreciendo la proliferación de las lenguas autonómicas en
detrimento del idioma de la nación, el castellano. Y claro,
de una simple reivindicación lingüística se pasa a otras y
otras, hasta que se acaba como en Catalunya o el País Vasco
en cuyas comunidades se saltan la Constitución en todos
aquellos asuntos que les convienen. Lo peor es que, el
Gobierno central, –aquel que debiera estar vigilante para
que se cumplan las normas constitucionales – y los
tribunales de justicia, aquellos que debieran ser los
garantes del cumplimiento de las leyes comunes a todos los
españoles; así como, los propios fiscales encargados de
promover las acciones penales precisas para que la justicia
sea respetada por todos los españoles; parece que no estan
por la labor de que España siga siendo una nación única,
independiente y solidaria. Les va más favorecer lo que ellos
denominan el “hecho diferencial”, o sea, el federalismo
disgregador utilizado habilmente como un medio para que la
izquiera frente populista pueda alcanzar sus fines
partidistas.
Es deprimente constatar como, poco a poco, esta mancha de
aceite del socialismo progresista y separatista, se va
extendiendo por España, sin que parezca que importe ni poco
ni mucho a los que nos gobiernan; a un ejército domado y
convertido en algo parecido a una ONG cualquiera, que
permanece ciego, sordo y mudo ante este intento de la
desmembración del territorio nacional y sin que tampoco,
quien debiera ser el máximo garante de la unidad del país y
de que se cumpla la Constitución de 1978, parezca
mínimamente preocupado por que, debajo sus augustos pies, se
vaya segando la hierba de la identidad de España por los
seguidores de aquellos que fueron los culpables de que sus
antepasados fueran desterrados de España; a no ser que,
precisamente, por eso, prefiera permanecer ausente cazando
osos por estos mundos de Dios. Que todo se puede esperar de
esta nación en la que vivimos.
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