Mala cosa cuando se rentabiliza
una tragedia y la expresión y explosión sentimental se
transforman en billetes de banco, en negocio puro y duro,
con “asesores de imagen”, “managers” y hasta secretarias,
que van dosificando apariciones televisivas, entrevistas y
comparecencias. No lo comprendo. Pero es que nunca he
comprendido el circo siniestro en el que, los padres de la
pequeña Madeleine, convirtieron la desaparición de su hija.
Ni encuentro lugar en mis sentidos para la infinita frialdad
de la pareja británica ¿Qué dicen? ¿Qué son peces fríos
anglosajones incapaces de exteriorizar sus sentires? Aún así
siempre he asistido con estupefacción a la exquisita
contención de esa madre, impertérrita, con el osito de su
pequeña entre las manos, la mirada huidiza y la voz neutra,
pensaba para mi interior “O esta va colocada con
trankimazines o no tiene sangre en las venas”.
Porque, en la memoria de todos los padres de España está la
imagen de la madre del niño canario Yéremi, también
evaporado en la nada, el rostro desencajado, la mirada
enloquecida por el dolor, las frases gimientes, a tropezones
y el shock terrible que envió a la madre directamente a un
hospital psiquiátrico. Nada de elegante flema, ni de gélidas
palabras ante las cámaras. La madre de Yéremi no acudió
cobrando a los platós y el padre menos, porque no estaban en
condiciones ni físicas ni psíquicas, si acaso cuatro
palabras sollozadas en la puerta de su casa, en el corazón
de la barriada y sin asesores de imagen, ni marketing
publicitario, ni montajes mediáticos. ¿Que son diferentes
caracteres el español y el inglés? Aún así, el duelo y sus
expresiones son universales y unos padres que piensan lo
peor, que no saben si su hija ha caído en manos de una red
de inmundos pederastas o si ha sido asesinada, ni pueden
viajar en tournées con interminables ruedas de prensa, ni se
les ocurre sacar dinero del drama, ni vender lacitos
amarillos y fotos para financiarse y todo con la alcachofa
del periodista siempre a punto y sumando dividendos a toda
pastilla. Algo tan horrible no habíamos presenciado desde
que, una enloquecida Alicia Hornos, madre de la joven y
desventurada Rocío Whaninkoff, irrumpiera en programas
televisivos de pago, blandiendo la foto de la niña asesinada
y acusando por activa y por pasiva a Dolores Blázquez en el
más vergonzoso juicio paralelo del que España tiene memoria,
si exceptuamos a las víctimas del montaje Malayo. Dolores
fue condenada y su inocencia se demostró porque atraparon a
Anthony King, asesino múltiple a quien delató el ADN. De no
ser así puede que, Dolores, una excelente mujer que vivió
amoríos lésbicos con la ventajista Alicia Hornos, la pobre
señora, aún estaría hoy penando en prisión por un crimen por
el que la condenaron, primero las televisiones y luego un
jurado de tontos intoxicados.
¿Se imaginan si alguno de ustedes es víctima de la
desaparición de uno de sus niños? ¿Tendrían fuerzas
materiales para pasear su tragedia por todo el continente
hasta acabar en la Plaza de San Pedro? Yo no. Puede que sea
una cobarde, en absoluto una “madre coraje” pero le pido y
les invito a que pidan conmigo al buen Dios que no nos mande
todo aquello que somos capaces de soportar. Porque la
capacidad de sufrimiento del ser humano es inconmensurable.
Pero, lo más normal es que se cortocircuite el cerebro ante
el dolor atroz, que nos demenciemos por el brutal choque
emocional, que pidamos la muerte a gritos y que jamás se nos
pase por la cabeza el contratar a un equipo de expertos,
bien seleccionados, para publicitar el asunto y pactar
entrevistas y apariciones. ¡Pobrecita Maddie con sus
flemáticos progenitores! Bienaventurado Yéremi con sus
modestos padres dándose cabezazos contra las paredes para
atemperar el dolor, padres rotos ante las cámaras, sin
atinar ni a expresarse coherentemente. Pobre, pobre niña…
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