Las intervenciones de María
Antonia Palomo en los plenos causaban dolor de cabeza a los
diputados del Partido Popular. Lo recordaba yo, en este
espacio, la semana pasada. Ahora, en cambio, sucede todo lo
contrario: cuando habla Inmaculada Ramírez, la actual
portavoz socialista, las carcajadas que se producen suenan
con cerca de cien decibelios. Procuremos verle el lado
bueno: la risa es terapia recomendada para combatir las
dolencias.
Las dolencias del Partido Socialista de Ceuta son ya
crónicas. Y, al parecer, la misión de la señora Ramírez
consiste en ser la primera figura de ese vodevil del cual
habla Gonzalo Testa en su crónica parlamentaria.
Los socialistas llevan mucho tiempo sin levantar la cabeza
en una ciudad donde sus vecinos, mayoritariamente, piensan
que los dirigentes del PP son más amantes de los hechos
autoritarios y mucho más de comunión diaria. Lo cual les
induce a pensar que la seguridad de esta ciudad, en todos
los aspectos, ha de estar bajo el control de quienes
vivieron con Aznar la mejor época de su historia.
Los socialistas de Ceuta no han conseguido aún, después del
momento cumbre vivido en los años ochenta, adaptar sus
valores a las circunstancias modernas de una tierra que pide
a gritos la visita del Rey. El día que se produzca tan buena
nueva, el conservadurismo existente será renovado y ampliado
hasta límites insospechados. En una palabra: que el Partido
Popular seguirá ganando las elecciones con la misma
facilidad, o más, que Roger Federer atesora títulos.
Cuando María Antonia Palomo accedió a la secretaria
general, el partido estaba bajo mínimos y a la sede acudían
los de siempre. Las personas que nunca han renunciado a su
forma de ser socialista. Aunque sigan sin percatarse de que
ser de izquierda no consiste en tener la mente puesta en
tiempos de Maricastaña.
Tampoco faltaba esa minoría de aprovechados que son capaces
de aguantar el diluvio universal con tal de que cuando
escampe ellos consigan meter la cabeza en sitios donde se
dobla poco el espinazo y se gana una pasta gansa.
Fueron años en los cuales parecía que la voluntad apasionada
de MAP podría obrar el milagro de una recuperación
socialista que, al menos, se convirtiera en la segunda
fuerza más votada en la ciudad.
Mas entonces surgió la figura de Mohamed Alí y se
llevó con él no sólo a los votantes del PDSC sino también a
quienes se hubieran convertido, por medio de un bien
organizado clientelismo gubernamental, propiciado desde la
plaza de los Reyes, en un caudal de votos que podría haber
recalado en la calle de Daoíz.
Vayamos al grano: si los socialistas de Ceuta no son capaces
de crecer ni siquiera cuando su partido gobierna España, es
que sus dirigentes están incapacitados para continuar en sus
puestos o bien desde Madrid piensan que no merece la pena
luchar, lo más mínimo, por ganarse la confianza de los
votantes en esta ciudad.
Por todo ello, la dimisión de MAP en su día, demuestra que
fue una decisión tan acertada cual inteligente. Ella, la
candidata a la presidencia de la Ciudad, sabía que cuatro
años más combatiendo en los plenos contra el bloque
granítico del PP, suponía someterse al suplicio de
Tántalo.
Un esfuerzo baldío que acabaría con su salud. Y,
posiblemente, su vehemencia, tan dada a causar migraña entre
sus oponentes, llevaba ya camino de convertirse en
esperpento que moviera a la risa de quienes la detestaban.
Risas que ahora genera una señora cuya portavocía le viene
ancha. Inmaculada Ramírez causa carcajadas y Enrique Moya
tristeza. Una contradicción que es el lema de un partido
descabezado y sin futuro en esta tierra donde Juan Vivas
hace y deshace.
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