No es de lo que más me gustaría
escribir, y mucho menos cuando con tiempo de levante tengo
que cruzar el Estrecho.
Por eso, por el miedo que yo paso, cada vez que he de viajar
con el mar zarandeando el barco, voy a dedicar esta columna
a todos aquellos, que por necesidad, porque viven de eso,
únicamente, tienen que hacerse a la mar un día y otro, para
lograr el sustento de los suyos.
Hay varias profesiones duras, algunas durísimas, pero
considero que trabajar en la mar es, con diferencia, la más
complicada.
El mar nos da muchos “productos”, eso es cierto, pero el mar
no es conocido, no es bien conocido, ni por aquellos que,
día tras día, lo están surcando, sea como sea el barco en el
que navegan.
En tierra firme siempre puedes encontrar un punto de agarre,
en el mar estás siempre expuesto al “rugido del monstruo”
que no sabes por donde va a salir.
Y esto es lo que ha pasado a los pescadores del “Nueva
Pepita Aurora”, cuando su barco zozobró por el fuerte
viento, mientras faenaban a doce millas, muy cerca de
Tarifa.
Varios muertos, varios desaparecidos y Barbate de luto, por
la pérdida de varios hombres, de varios pescadores que ya no
volverán a casa.
En un primer intento se pudo rescatar con vida a ocho de los
dieciséis marineros. Esos, afortunadamente, seguirán con los
suyos, no sé si volverán a faenar en la mar, pero ahora
están en casa. Los otros ocho nos han dejado a todos, a los
que no los conocíamos, a los vecinos y a los familiares.
Desde el primer momento, a las pocas horas del percance, ya
se sabía que había tres muertos, también había la esperanza
de que los otros cinco pudieran ser rescatados con vida,
pero eso era más complicado. Muy pronto se dio a estos cinco
como desaparecidos. Es lo que hay en el momento que estoy
escribiendo.
Sobre las dos y media del mediodía, del miércoles día cinco,
la Estación Costera de Pesca recibió una llamada de alerta
de otro pesquero, el “Moby Dick” que indicaba como un golpe
de mar había ocasionado el naufragio.
De inmediato se intentó hacer todo lo posible por salvar lo
más que se pudiera, Salvamento Marítimo envió desde Jerez de
la Frontera un avión, además de que dos buques salieron en
ayuda. También han tratado de intervenir helicópteros del
Ejército del Aire, pero ... el daño ya estaba hecho.
El mar no amaga, el mar, cuando dice que da, da muy fuerte y
en esta ocasión, además, las pésimas condiciones
meteorológicas en la zona no han permitido trabajar en
condiciones para salvar a alguien más si es que se podía
salvar a alguien.
Y es que, en unas circunstancias como estas, cuando se ha
intentado, de inmediato, prestar ayuda, ya no había remedio.
A las pocas horas, el barco se hundía, parecía que había
vuelto a salir a flote, pero las pérdidas materiales ya
estaban hechas y lo peor, las pérdidas humanas que no se
podrán reparar, de ninguna forma.
Porque, tras un accidente como este, son muchos los
curiosos, son muchos los que ofrecen ayuda, es muy emotivo
eso de tres días de luto, pero todo eso pasa y las familias
que han perdido a los suyos, las familias de esas ocho vidas
humana perdidas no tendrán más que el recuerdo y poco más.
Las ayudas, si las hay, llegarán con la parafernalia de
discursos políticos, aquí no creo que nadie culpe a nadie de
lo sucedido, pero a costa de la tragedia habrá quien busque
votos, aunque las familias de los desaparecidos o de los
muertos tengan que buscarse la vida, Dios sabe como.
Los que hemos nacido tierra adentro no sabemos distinguir y
posiblemente, tampoco, valorar lo que significa el mar
alborotado. Los que siendo del interior de la Península y
llevamos tiempo en Ceuta, podemos ir calando un poco en lo
duro que es trabajar en un barquito, “una cáscara de nuez”
para buscarse sustento.
Hoy quisiera que mi columna fuera el homenaje sincero a
todos los hombres de la mar, que día a día con buen y mal
tiempo tienen que salir a faenar. A ellos se la dedico de
todo corazón.
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