Corría la primavera de 1979,
cuando recibí la llamada de Francisco Ferrer Palacios:
presidente del Portuense y, sobre todo amigo. Ambos habíamos
ido a los mismos colegios desde niño y crecimos con las
dificultades lógicas de una posguerra tan gris como trágica
en muchos sentidos.
Paco, hipocorístico por el cual era conocido, me citó para
comer en Casa de Flores. Quería hablarme de un proyecto
deportivo. Y en vista de que yo llevaba ya tres temporadas
en el Mérida, pensé que había llegado la hora de abandonar
la ciudad emeritense y regresar a El Puerto de Santa María;
a cuyo equipo había entrenado en el último tercio de la Liga
70-71.
Se jugaba entonces en el campo de Eduardo Dato: un
pequeño y viejo recinto donde me fue posible salvar del
descenso a un equipo que estaba abocado a perder la
categoría, casi irremisiblemente. Pero se produjo el
milagro: creo recordar que de once partidos sólo perdimos
uno con el Triana y otro ante la Agrupación Deportiva Ceuta.
Donde jugaban futbolistas de la talla de Lima, Zacarizo,
Azurmendi, Aramburu...
A lo que iba. Que mi amigo y presidente, Ferrer Palacios,
quería contratarme porque el equipo llevaba varias
temporadas dando barquinazos y estaba convencido de que en
uno de aquellos vaivenes podría perder la categoría.
Llegamos a un acuerdo que se refrendó con un apretón de
manos. Y nos dispusimos a afrontar una tarea delicada:
rejuvenecer el equipo con chavales procedentes de toda la
Andalucía la Baja. Sin olvidar un mercado, el manchego, del
cual nos surtimos perfectamente, gracias a las gestiones
realizadas por un entrenador extraordinario: Ventura
Martínez.
Se hizo la plantilla tarde y de prisa y corriendo. Y, entre
la desconfianza casi general, yo recuerdo aún mis palabras
de aliento el día de la presentación en el estadio de
José del Cuvillo: “Si somos capaces de ganar el primer
partido de Liga al Eldense, os aseguro que vamos a estar muy
cerca del ascenso”. Y es que el primer partido del
Campeonato nunca es fácil y menos cuando el rival es fuerte.
Y el Eldense, de entonces, era un conjunto aguerrido.
El Portuense, equipo que se había acostumbrado a perder,
ganó y salió reforzado del envite. Hasta el punto de
quedarse a un punto del ascenso a Segunda División A. Plaza
que obtuvo la Agrupación Deportiva Ceuta. Y a partir de ahí,
con un presupuesto tan modesto como causante de admiración
entre la gente del fútbol, nos convertimos en un club que
dio mucho que hablar. Por ser modélico en muchos sentidos.
Gracias, sin duda, a la labor de unos directivos a quienes
sigo recordando con enorme afecto. No en balde estuve con
ellos tres temporadas. De ahí mi pesadumbre, la temporada
anterior, cuando el Portuense, magníficamente dirigido por
Burgueña, no pudo conseguir el objetivo soñado: el
ascenso.
Mas he de volver al pasado; ya que sería imperdonable el que
me olvidase de los hombres que hicieron posible el milagro
de convertir un club modesto en uno respetado y temido. Casi
todos ellos jugarían, actualmente, en primera línea del
fútbol español. Solano, Mario, Suano, Baby, Ángel,
Barrientos, Benítez, Ríos, Cisnero, Calzado, Poblete,
Reales, Nicolás, Quintero... Fueron siempre jugadores
fundamentales que dieron vida a aquella bonita historia ya
lejana.
Diego Quintero, El Coco. El hombre que hoy se sentará
en el banquillo ceutí, tras haber jugado en ambos equipos,
tiene el fútbol metido en la cabeza. Cuando he hablado con
él, en pocas ocasiones, cierto es, he comprobado que su
vida, en estos momentos, está dominada por un deseo:
ascender a la ADC y volver a la División de Honor. Como
primer técnico. Que así sea...
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