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OPINIÓN - VIERNES, 7 DE SEPTIEMBRE DE 2007

 
OPINIÓN / ESCRITOS CABALLAS

Merendamos abuela

Por Javier Chellaram


Estando el otro día con mi madre, le dije entusiasmado, al tener una musa revoloteando las altu-ras, mamá, voy a escribir del Pa-tio Morales, me dijo ¿pero si ya una vez lo hiciste?, pero este rincón emble-mático del centro de Ceuta merece un deta-lle, historias de niñez, que afloran mis senti-mientos de tanta ternura en mi corazón.

Pero fue la magia, el pensamiento divino, me quedé dormido en un café local, con el café puesto, suspirando su humo y rezumando olores de tiempos añejos, viendo el televisor, me dormí, años atrás, una tarde de agosto, nos asomamos a la Muralla del Recinto la rocha, siempre decimos en Ceu-ta, lo que no valga lo tiramos por la rocha abajo, luego entramos por la parte alta del Patio Morales, curioseamos las tenebrosas rejas de la antigua casa de la sal, y por la ca-lle Espino en casa Angustias pedimos un du-ro de chucherías, preguntamos por Antoñito Guzmán si le dejan salir, vamos buscando amigos para jugar, antes jugábamos a im-provisar cualquier entretenimiento, los ju-guetes en el zoco de la plaza, que ilusión te hacía. Las abuelas retiraban las ropas blan-cas y relumbrantes lavadas con Gior y escu-rridas en esas tablas de lavar jabón de lagar-to, tablas encargas en factorías navales de las de entonces en Ceuta. La abuela Anica con su vestido negro, recogía la caña que sostenía el cordel, cordel que se mecía como las traíñas que ronroneaban al paso de la almadrabeta, la abuela nos avisaba niños no despistarse me voy a freír los tostones que traje de Alquian, de Almería. Javi Fernández nos enseñaba su nuevo balón de reglamen-to, mientras la madre le avisa de que ya mis-mo le echaba el bocadillo para la merienda. Deseábamos por Encarna del puesto, otro duro y pedíamos caramelos de eucalipto, mien-tras a los gatos, que paseaban orgullosos por las tejas del puesto, Francisco Carlos el Kiosko, el terremoto del patio, preguntaba por el abuelo Bernando para que le ajustase el sedal para ir a pescar, el abuelo era un ex-perto en tareas marineras, pero todavía no había vuelto de estar con los amigos, conver-sando en la balaustrada de la Lonja. Ana Mesa con su toquilla para saludar a la abue-la, comentan la calor que hace y los niños en el solanera con la pelota, y luego echaré agua a las macetas. Ana la de abajo, ve por televisión una corrida de toros y se escucha gritar ante los amagos de cogida del torero, ay Ana que te va a entrar un sofoquín con los toros, Vitoria llama al fondo del patio a su hi-jo que es la hora del café y que ya le ha plan-chado el pantalón para irse de paseo a ver las películas de karate, luego al cine de vera-no del Cortijo. En Casa de Maruja de Bao, las mujeres de todas edades, entablan tertulias interminables y cotilleos de épocas que se van y otras que vendrán, entre golpes mili-métricos de aguja y dedal. José el de Paca, ya va quitando de los clavos de la pared, las jau-las de los pajarillos, mientras el solecito se va desplazando renqueante por los zócalos de cal.

Manolo de Francisca, como buen marine-ro, en su murallita de casa puerta otea al ho-rizonte, la mar en calma que se recogen las gaviotas en el atardecer. La familia de Tula, van subiendo escalones, adornados con ma-cetas y enredaderas que trepan paredes a un caliente del solanera agosteño, mientras se esconden las salamanquesas por los plie-gues. Encarni prepara ese café con recuerdo añejo, y a las mesa van las galletas María y el pan con aceite, entre charlas de reunión an-te la mesa y los cánticos de los programas in-fantiles en la tele.

Juan Carlos el hijo de Dolores, que asoma allá por el patio con una raqueta y una pelo-ta y causa sensación a los noveles en el de-porte y hacemos cola para ver eso del tenis y al día siguientes todos con raqueta en mano. Mi hermano Juan Carlos, que no se quitaba las botas camperas y el casco de moto, y to-das las mujeres, le decía niño los pies, niño el pelo que no transpira que va a criar bichos algo así, venía corriendo de la calle Velarde, de comprar onzas de chocolate a Paco el ten-dero. Mientras a la abuela me hacía señas que fuera a la Farmacia Perales, que Doña Elena me iba a dar un medicamento de en-cargo, la abuela Anica, que entona su grito de aviso de niños el café, los tostones, los pedacitos de pan frito y recordándonos que la semana que viene, vienen los primos de Ma-drid para la Feria, la abuela enciende la luz solitaria con su casquillo y mi hermano Car-los, que le brilla el sudor por la frente del cas-co, se ríe y se cae de espaldas con la silla, y casi vuelca el barreño de debajo de la mesa, la abuela decía niño te voy a dar una japuana como no te estés quieto ¡rayo encendido! y viendo los payasos de la tele, fuimos me-rendando, mientras Ana Mesa recogía el parchís con el que jugaban los vecinos y ve-cinas con el abuelo Bernando por la tarde.

El camarero me llamó, me desperté, esta-ba en el bar, y el café seguía calentito, le iba a preguntar por los tostones, pan, las galletas, veinticinco años son Dios mío un sueño, aquella esencia de Patio Morales donde yo me crié con toda esa güena gente que tantos buenos momentos allí se juntaron, y donde mi niñez allí disfruté.

Mi recuerdo ni homenaje a los que allí un día estuvieron, y juntos en el cielo están, yo muevo este café con lágrimas en mi cuchara porque hace treinta años yo dije merendamos abuela.
 

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