Elena Sánchez, días antes de lo
suyo, me confesaba el mucho dolor de cabeza que tenía que
soportar en los plenos, causado por las intervenciones de
María Antonia Palomo. Y a mí sólo se me ocurríó
recomendarle a la diputada que tuviera siempre a mano un
espidifen. Aunque también le recordaba que la secretaria
general de los socialistas era igual de vehemente que cuando
contribuyó al derrumbe del GIL por medio del voto de
censura.
En otra ocasión, otro político del Partido Popular me decía
que a veces estaba tentado de no asistir a los plenos para
no tener que aguantar las incongruencias que salían de la
boca de la diputa socialista. Y le respondí que María
Antonia Palomo era la misma persona cuyo voto influyó
decisivamente para acabar con unos fulanos que estaban
fomentando las normas que imperaban en el célebre patio de
Monopodio de la Sevilla cervantina.
María Antonia Palomo vivía la política de manera impetuosa y
apasionada. Se entregaba de lleno a su tarea. Y es verdad
que esperaba la llegada de los plenos con el único fin de
hacer una oposición que sacara de la modorra a una mayoría
absoluta que acudía al acto a sestear.
Mujer vitalista, excesiva, diligente y deseosa de ganarse la
confianza de los ciudadanos, asistía a las sesiones
plenarias dispuesta a debatir duramente. A veces, muchas
veces, se excedía en sus denuncias más por la aspereza con
que las relataba que por la falta de razón.
Así, mostrándose en sus réplicas contra el Gobierno
claramente, sin ambages, parecía una mujer poseída por la
acrimonia. Incluso en sus momentos más acalorados, cuando
parecía que estaba sometida a un fuerte estado emocional,
uno temía que rozara el histerismo y pudiera derrumbarse
sobre el escaño. Era cuando su exuberancia se imponía en el
escenario.
Y era también, cómo no, cuando los componentes del Gobierno
de la Ciudad comenzaban a impacientarse y a bisbisear
maldades contra ella. Se les veía, a los diputados del PP,
claro está, revolverse en sus asientos y se les notaba el
crecimiento de la cólera a medida que ésta se iba reflejando
en sus mofletes. La miraban con inquina y, de vez en cuando,
carraspeaban la mala leche que terminaba ocasionándoles la
migraña correspondiente.
Pues bien, ahora, pasados ya varios meses, hay ciudadanos
que dicen echar de menos a María Antonia Palomo en los
plenos. Y no crean que esos ciudadanos pertenecen al Partido
Socialista. No. Los hay que forman parte del clientelismo
político de los populares.
Y el argumento que esgrimen es que los plenos sin ella, sin
Toñi, son plúmbeos e insoportables. Alguien, con cierta
gracia, me dijo que son más pesados que los artículos
firmados por el deán que ostenta la dignidad del buen
escribir (!) en la catedral decana del periodismo. Con eso
está dicho todo.
Pero lo peor de todo es que la falta de Toñi Palomo ha
contribuido a que los actuales opositores acudan a realizar
su cometido sin la menor pizca de ilusión. Faltos de ese
estímulo que les proporcionaba el comportamiento de la
entonces secretaria general de los socialistas. Hecho que me
hizo decir que bien haría Juan Vivas en cantarles a
todos una nana para que la soñarrera les fuera más
agradable.
En fin, María Antonia, que esta columna es la que te debía
por no haber transigido contigo en un momento difícil para
ti, y encima engañada por los listos de turno. Y, sobre
todo, porque la última vez que nos vimos fue cuando la
visita de Gaspar Zarria a Ceuta. Y en el Parador de
La Muralla estuviste juncal. Y, mejor aún, te vi rezumando
felicidad y luciendo tus mejores galas en todos los
sentidos. Un abrazo, amiga.
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