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OPINIÓN - VIERNES, 7 DE SEPTIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

María Antonia Palomo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Elena Sánchez, días antes de lo suyo, me confesaba el mucho dolor de cabeza que tenía que soportar en los plenos, causado por las intervenciones de María Antonia Palomo. Y a mí sólo se me ocurríó recomendarle a la diputada que tuviera siempre a mano un espidifen. Aunque también le recordaba que la secretaria general de los socialistas era igual de vehemente que cuando contribuyó al derrumbe del GIL por medio del voto de censura.

En otra ocasión, otro político del Partido Popular me decía que a veces estaba tentado de no asistir a los plenos para no tener que aguantar las incongruencias que salían de la boca de la diputa socialista. Y le respondí que María Antonia Palomo era la misma persona cuyo voto influyó decisivamente para acabar con unos fulanos que estaban fomentando las normas que imperaban en el célebre patio de Monopodio de la Sevilla cervantina.

María Antonia Palomo vivía la política de manera impetuosa y apasionada. Se entregaba de lleno a su tarea. Y es verdad que esperaba la llegada de los plenos con el único fin de hacer una oposición que sacara de la modorra a una mayoría absoluta que acudía al acto a sestear.

Mujer vitalista, excesiva, diligente y deseosa de ganarse la confianza de los ciudadanos, asistía a las sesiones plenarias dispuesta a debatir duramente. A veces, muchas veces, se excedía en sus denuncias más por la aspereza con que las relataba que por la falta de razón.

Así, mostrándose en sus réplicas contra el Gobierno claramente, sin ambages, parecía una mujer poseída por la acrimonia. Incluso en sus momentos más acalorados, cuando parecía que estaba sometida a un fuerte estado emocional, uno temía que rozara el histerismo y pudiera derrumbarse sobre el escaño. Era cuando su exuberancia se imponía en el escenario.

Y era también, cómo no, cuando los componentes del Gobierno de la Ciudad comenzaban a impacientarse y a bisbisear maldades contra ella. Se les veía, a los diputados del PP, claro está, revolverse en sus asientos y se les notaba el crecimiento de la cólera a medida que ésta se iba reflejando en sus mofletes. La miraban con inquina y, de vez en cuando, carraspeaban la mala leche que terminaba ocasionándoles la migraña correspondiente.

Pues bien, ahora, pasados ya varios meses, hay ciudadanos que dicen echar de menos a María Antonia Palomo en los plenos. Y no crean que esos ciudadanos pertenecen al Partido Socialista. No. Los hay que forman parte del clientelismo político de los populares.

Y el argumento que esgrimen es que los plenos sin ella, sin Toñi, son plúmbeos e insoportables. Alguien, con cierta gracia, me dijo que son más pesados que los artículos firmados por el deán que ostenta la dignidad del buen escribir (!) en la catedral decana del periodismo. Con eso está dicho todo.

Pero lo peor de todo es que la falta de Toñi Palomo ha contribuido a que los actuales opositores acudan a realizar su cometido sin la menor pizca de ilusión. Faltos de ese estímulo que les proporcionaba el comportamiento de la entonces secretaria general de los socialistas. Hecho que me hizo decir que bien haría Juan Vivas en cantarles a todos una nana para que la soñarrera les fuera más agradable.

En fin, María Antonia, que esta columna es la que te debía por no haber transigido contigo en un momento difícil para ti, y encima engañada por los listos de turno. Y, sobre todo, porque la última vez que nos vimos fue cuando la visita de Gaspar Zarria a Ceuta. Y en el Parador de La Muralla estuviste juncal. Y, mejor aún, te vi rezumando felicidad y luciendo tus mejores galas en todos los sentidos. Un abrazo, amiga.
 

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