Francisco Olivencia, a
medida que va cumpliendo años, se nos muestra más belicoso.
Tal vez sea motivado por las muchas medallas que le han ido
otorgando durante su vida, que el hombre piensa más como si
fuera un militar del XIX que un político de los tiempos
actuales.
De ahí que aprovechando la celebración del Día de la Ciudad,
en el Patio de Armas de las Murallas Reales, tuvo a bien
recordar en su discurso, cual galardonado, la gesta de
Perejil.
-No queremos la paz de los pusilánimes... prefiero una dosis
de perejil que no un vaso grande de agua... Y no cualquier
serenidad, si no tenemos las cosas por las buenas cogeremos
la vara de Meneses...
Las palabras de FO, en ese espacio grande que es veneno para
los agorafóbicos, las hubieran firmado los espadones
antañosos. Ávidos siempre de que las relaciones entre
naciones o ciudadanos se rompiesen para intervenir con mano
militar. Me parece a mí que en un día de fiesta, como es el
Día de la Ciudad, no venía a cuento arengar a la gente en un
acto donde se imponía hablar, por encima de todo, del futuro
de una Ceuta que quiere contar con la denominación de ciudad
autónoma, aunque sea a la carta.
Francisco Olivencia, tan premiado por ser muy trabajador y
hombre cabal, según quienes lo han ido atiborrando de
reconocimientos, vive obsesionado con la intervención de
Perejil. Y, en cuanto se le calienta la boca, allá que mete
baza al respecto. Y está en su perfecto derecho de recrearse
en la acción ordenada por Aznar y dirigida por
Trillo: “Al alba y con viento fuerte de levante”. Pero
tampoco es menos cierto que mete la pata cuando se recrea en
la suerte de aquel desembarco, en sitio y momento
inadecuados. Lo cual ocurrió en en el Patio de Armas de las
Murallas Reales.
En una ocasión, durante la lectura de una entrevista que le
hice a Juan Vivas, Olivencia, como asesor del presidente,
insistió en que se hablara del desembarco del islote con más
contundencia. Y el presidente y yo nos miramos perplejos y
le dimos a su opinión una larga cambiada.
Mas el domingo se daban todas las circunstancias favorables
para que el hombre distinguido con la Medalla de la Ciudad,
diera rienda suelta a su acendrado patriotismo e hiciera
alardes de sus pensamientos tradicionales. Sin percatarse de
que su mensaje era una provocación en toda regla.Y no tocaba
herir susceptibilidades en tales momentos.
Y, desde luego, FO ha de tener en cuenta que su vocación de
héroe no debe olvidarse del mundo en el cual vive. Porque la
heroicidad, sin inteligencia, acaba siendo la actitud de
quienes desean la batalla cruenta a la batalla de la
diplomacia. Y no está el mundo para bromas en ningún
sentido.
Y, por tanto, conviene recordarle que lo del vaso del agua,
tremendo error de José Luís Rodríguez Zapatero en
Sevilla, fue subsanado por éste con una rápida visita a una
ciudad donde nunca pusieron los pies, como presidentes, ni
Felipe González ni José María Aznar: el héroe
de las Azores y el hombre que le ha ganado el corazón a
Francisco Olivencia.
Por lo demás, me parece que, por una vez, le tengo que dar
la razón a Juan Luis Aróstegui, en relación con lo
dicho sobre las entregas de las medallas: “Un festín en el
que los del PP se las ponen unos a otros”.
En suma: que en el Día de la Ciudad, celebrado en el marco
incomparable de un espacio abierto donde los que padecen de
agorafobia excusan su presencia, Francisco Olivencia
desentonó con su perorata caduca. Y Mustafa Mizzian,
secretario general del PDSC, faltó a la cita. Y lo hizo en
señal de protesta porque de lo “suyo” el presidente sigue
sin decirle ni pío. ¡Menuda fiesta!...
|