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OPINIÓN - LUNES 3 DE SEPTIEMBRE DE 2007

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

Las misiones pedagógicas

Por Andrés Gómez Fernández


En el transcurso del presente año, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones culturales ha organizado una magnífica exposición sobre las Misiones Pedagógicas, la extraordinaria obra educativa, que realizaba por fin los ideales de la Institución Libra de Enseñanza y de dos personajes de la talla de Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío. Ya en el 1881, el primero de ellos había propuesto entre otras medidas de mejora de la educación de la España de la inmensa mayoría -es decir, la rural- la organización de "misiones ambulantes" que llevaran cultura de las ciudades a los pueblos y aldeas.

Pasado el tiempo, tanto el espíritu de renovación educativa del liberalismo regeneracionista como la maduración del proyecto misional, rendirían su fruto, pero obvio que el impulso patriótico de Cossío tuvo la fortuna de ir acompañado de la formación, entre las generaciones del 14 y el 27, de colaboradores de primera fila y dispuestos a dar lo mejor de sí mismos en la empresa pedagógica. Educados en un ambiente institucionalista reforzado por el impulso de la Junta de Ampliación de Estudios fundada en 1907, que hizo del encuentro con el mundo rural y de la excursión campestre instrumentos de mejora personal y colectiva, habituados a alojarse en fondas modestas, al raso, en un pajar, viajeros siempre en vagones de tercera, "porque querían sentir la cercanía de los lenguajes, los olores, la tosquedad y el talento del pueblo".

En este sentido, lejos de obedecer a ningún excepcionalismo, aquellos misioneros -entre los cuales figuraron María Moliner, Ramón Gaya, Carmen Conde, Alejandro Casona…- fueron muy europeos, como querían ser los españoles progresistas de aquel tiempo, donde posiciones políticas bien diferentes, pues se presumía -el caso del británico Gerald Brenan, "Don Geraldo", confinado a la Alpujarra desde 1920 es paradigmático-. Muy en la línea de un revitalizado nacionalismo, que el contacto con lo popular y la pobreza constituían una experiencia de virtud. Lo que sí resultó muy español fue el entusiasmo -con Cossío, impulsor de las misiones hasta su muerte en 1935- y la dificultad en presupuestos y continuidad salvada con un voluntarismo de los participantes que hoy asombra.

El patronato de las misiones pedagógicas repartió en aquellos años más de cinco mil bibliotecas por escuelas rurales, con el "Museo del pueblo", una colección de cuadros de grandes maestros del Prado, de Velázquez a Goya, Ribera o El Greco, hechas por pintores jóvenes se enseñó a los campesinos el valor de sus obras y se pretendió hacerlas como suyas; de la mano del "cinematógrafo educativo", niños y mayores se acercaron en muchos casos por primera vez al invento del siglo, el milagro de la imagen en movimiento; el "teatro del pueblo", cuya creación aconsejaron Antonio Machado y Pedro Salinas, llevó un repertorio con obras de Cervantes, Lope de Rueda, Ramón de la Cruz, Lope de Vega…; el "guiñol" o "retablo de fantoches" atendió a divertir y enseñar al público infantil, y el servicio de música y coros extendió la educación en este campo tan olvidado.

El esfuerzo de las misiones pedagógicas, fue afectado por la crisis política de una España que se encaminaba a la Guerra Civil. A este respecto, Americo Castro, publicó un foribundo artículo en "El Sol" el 4 de Junio de 1935, tan triste como premonitorio". Los dinamiteros de la cultura"; para defenderlas.

El cataclismo duró tres largos años y a pesar de que las misiones se clausuraron en plena guerra, su labor fue continuada tanto por algunos de sus participantes que se integraron en el bando franquista, como los exiliados que, en Guatemala, Colombia, Cuba o Uruguay, continuaron "misionando" hasta el final de sus días.
 

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