En el transcurso del presente año, la Sociedad Estatal de
Conmemoraciones culturales ha organizado una magnífica
exposición sobre las Misiones Pedagógicas, la extraordinaria
obra educativa, que realizaba por fin los ideales de la
Institución Libra de Enseñanza y de dos personajes de la
talla de Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé
Cossío. Ya en el 1881, el primero de ellos había propuesto
entre otras medidas de mejora de la educación de la España
de la inmensa mayoría -es decir, la rural- la organización
de "misiones ambulantes" que llevaran cultura de las
ciudades a los pueblos y aldeas.
Pasado el tiempo, tanto el espíritu de renovación educativa
del liberalismo regeneracionista como la maduración del
proyecto misional, rendirían su fruto, pero obvio que el
impulso patriótico de Cossío tuvo la fortuna de ir
acompañado de la formación, entre las generaciones del 14 y
el 27, de colaboradores de primera fila y dispuestos a dar
lo mejor de sí mismos en la empresa pedagógica. Educados en
un ambiente institucionalista reforzado por el impulso de la
Junta de Ampliación de Estudios fundada en 1907, que hizo
del encuentro con el mundo rural y de la excursión campestre
instrumentos de mejora personal y colectiva, habituados a
alojarse en fondas modestas, al raso, en un pajar, viajeros
siempre en vagones de tercera, "porque querían sentir la
cercanía de los lenguajes, los olores, la tosquedad y el
talento del pueblo".
En este sentido, lejos de obedecer a ningún excepcionalismo,
aquellos misioneros -entre los cuales figuraron María
Moliner, Ramón Gaya, Carmen Conde, Alejandro Casona…- fueron
muy europeos, como querían ser los españoles progresistas de
aquel tiempo, donde posiciones políticas bien diferentes,
pues se presumía -el caso del británico Gerald Brenan, "Don
Geraldo", confinado a la Alpujarra desde 1920 es
paradigmático-. Muy en la línea de un revitalizado
nacionalismo, que el contacto con lo popular y la pobreza
constituían una experiencia de virtud. Lo que sí resultó muy
español fue el entusiasmo -con Cossío, impulsor de las
misiones hasta su muerte en 1935- y la dificultad en
presupuestos y continuidad salvada con un voluntarismo de
los participantes que hoy asombra.
El patronato de las misiones pedagógicas repartió en
aquellos años más de cinco mil bibliotecas por escuelas
rurales, con el "Museo del pueblo", una colección de cuadros
de grandes maestros del Prado, de Velázquez a Goya, Ribera o
El Greco, hechas por pintores jóvenes se enseñó a los
campesinos el valor de sus obras y se pretendió hacerlas
como suyas; de la mano del "cinematógrafo educativo", niños
y mayores se acercaron en muchos casos por primera vez al
invento del siglo, el milagro de la imagen en movimiento; el
"teatro del pueblo", cuya creación aconsejaron Antonio
Machado y Pedro Salinas, llevó un repertorio con obras de
Cervantes, Lope de Rueda, Ramón de la Cruz, Lope de Vega…;
el "guiñol" o "retablo de fantoches" atendió a divertir y
enseñar al público infantil, y el servicio de música y coros
extendió la educación en este campo tan olvidado.
El esfuerzo de las misiones pedagógicas, fue afectado por la
crisis política de una España que se encaminaba a la Guerra
Civil. A este respecto, Americo Castro, publicó un foribundo
artículo en "El Sol" el 4 de Junio de 1935, tan triste como
premonitorio". Los dinamiteros de la cultura"; para
defenderlas.
El cataclismo duró tres largos años y a pesar de que las
misiones se clausuraron en plena guerra, su labor fue
continuada tanto por algunos de sus participantes que se
integraron en el bando franquista, como los exiliados que,
en Guatemala, Colombia, Cuba o Uruguay, continuaron
"misionando" hasta el final de sus días.
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