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OPINIÓN - SÁBADO, 1 DE SEPTIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Confusión y desorden


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A Juan Vivas, saliendo de un acto celebrado en la catedral, dedicado a Alejandro Sevilla, le dije, hace ya su tiempo, que le esperaban cuatro años de gobierno muy difíciles.

El presidente me respondió que tenía ya prevista la tarea en favor de la ciudad. Y que su única ilusión era el poder realizarla, durante este mandato. Y apostilló: Porque bien merecen los ciudadanos que yo les responda a la confianza que han depositado en mí, nuevamente.

Como pensó Maquiavelo, los hombres sólo hacen el bien cuando no lo pueden evitar. Pero dueños de elegir en libertad y de cometer mal impunemente, nunca dejan de llevar a todas las partes la confusión y el desorden.

Me imagino que Juan Vivas habrá leído la obra de Maquiavelo, por la cuenta que le trae. Y estará conmigo que a él como a cualquier gobernante, le toca vivir prevenido y hacer de la prudencia hábito. Cual recomendaba el famoso personaje florentino.

Sí, ya sé que aquella época y aquel país, peligrosos en extremo, convirtieron a Maquiavelo en un ser desconfiado. Pero, cambiando lo que haya que cambiar, la verdad es que hay hombres que están siempre dispuestos a darle la razón al gran hombre renacentista.

Son tipos, además, cuyo mayor disfrute consiste en llevar las cuentas de sus fechorías. Las lucen como si fueran muescas al estilo de los célebres pistoleros del lejano Oeste estadounidense. Y, encima, alardean de ellas en cuanto tienen un público dispuesto a los aplausos para quienes se jactan de ser tan listos como para sobrevivir a todos los gobiernos.

Me estoy refiriendo a esos fulanos carentes de escrúpulos y, por tanto, capaces de ir enumerando sus acciones de patio de Monipodio con la misma naturalidad con que suele torear José Tomás. Son figuras, sin duda, del arte del engaño. De apropiarse de lo ajeno y referirlo como si tal cosa. Es decir, como si tales acciones les sirvieran para ir ganando enteros en una sociedad que los terminará distinguiendo como habilidosos trileros para llevarse la pastizara de todos los sitios donde consiguen meter la jeta.

En suma: tales sinvergüenzas nunca dejan de llevar a todas las partes la confusión y el desorden. Con el único fin de hacer caja y de paso dejar bien sentado que disfrutan de patente de corso.

Entre esta gente, los hay que suelen padecer el mal de Rousseau. Lo que unido a lo dicho anteriormente conforman individuos capaces de buscarle una ruina incluso a alguien nacido en Lepe. El mal de Rousseau, por si ustedes no lo saben, es cuando a una persona se le ayuda en momentos complicados y en vez de agradecerlo lo primero que piensa es que esa ayuda le ha sido prestada con el fin de aprovecharse de ella. Y la respuesta es jugarle una mala pasada al benefactor. A ser posible por medio de una putada de la que nunca pueda olvidarse.

A Jesús Fortes se la hicieron en su día. O sea, la putada. Y cuando quiso darse cuenta ya estaba perdido. Aún me parece estar viendo su cara de sorpresa cuando en una comida le anuncié que olía ya a cadaverina política. Es lo mismo que tratarán de hacer con Juan Vivas, durante estos años. Si bien la empresa es mucho más compleja y hasta es posible que los sinvergüenzas más osados dejen en el intento más que pelos en la gatera.

De momento, el presidente sabe que debe cortarles, cuanto antes, las alas a quienes se atribuyen poder suficiente para poner en aprietos al gobierno de la Ciudad, si acaso no consiguen las prebendas que desean. Y, desde luego, mal asunto sería que, antes estos ataques, Vivas y Gordillo anduviesen transitando por veredas distintas. Ante la confusión y el desorden, presidente, la unión hace la fuerza. Y la fuerza consiste en poner a los trileros en su sitio.
 

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