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OPINIÓN - VIERNES, 31 DE AGOSTO DE 2007

 
OPINIÓN / ESCRITOS DURANTE EL CAMINO

Ponga un Medina junto a un Sánchez

Por Quim Sarriá


Pasear por Ceuta es como recordar aquellos tiempos en que no existía la tensión que hoy en día se palpa en cada rincón de la misma. Si bien es cierto que echo de menos aquellos amigos y familiares, con los que frecuentaba mis relaciones y disfrutaba del ocio que se estilaba por entonces, no es menos cierto que los amigos y conocidos que encuentro hoy en día me llenan igualmente de alegría. Bueno, los encuentro entrados en años, cambiados física y anímicamente… ya sabemos que la edad no perdona y resulta extremadamente difícil, creo que no imposible ciencia hay para ello, dar marcha atrás al reloj del tiempo y recuperar la lozanía de la juventud.

Si antes recorría toda la arteria principal de la ciudad con ese “aleteo” que la plena juventud otorgaba entonces, hoy en día ya resulta una aventura hacer lo mismo. El fuelle falla. El sudor se torna frío. Las fosas nasales se abren a tope en sus ansías de aspirar aire y la bomba que tenemos, y a la que llamamos corazón, pone la directa con dificultad y tiene que meter la primera para seguir bombeando.

Es todo un acontecimiento entrar en el establecimiento de Paco Sánchez. No es por ver los aparatos electrodomésticos ni las vajillas de porcelana precisamente. El acontecimiento es encontrar una figura viviente con una memoria que recuerda con pelos y señales hechos y cosas del pasado. No me refiero expresamente al titular del comercio, que por otra parte es un experto, reconocido, en historia de la ciudad, sino a un hombre al que recordé cuando era un niño. Un hombre que siempre estaba por donde yo jugaba y, de hecho, era amigo de mi padre. Me refiero a Carlos Medina cuyo parecido con Alfredo Landa no hay quién se lo quite. Su rostro, a las primeras de cambio, me sonó como el de alguien conocido y no precisamente el de Landa.

Si no fuera porque tenía un compromiso, me hubiera quedado en la tienda de Sánchez escuchando las historias de éste Medina inacabable e inabarcable hasta que cerraran el establecimiento. Historias que traen de todo. Historias que mezclan escenas sangrientas con escenas cómicas. Un buen tío éste Carlos Medina. Su labia es tanta que merece entrar en el corral de la comedia como un gallo entra en el gallinero. Atrae a todas las gallinas. Valga la redundancia y el doble sentido.

Antes, en el hotel pude saludar a José A. Muñoz (que bien pudiera ser mi jefe a poco que se empeñe) y a Francisco Sánchez París, al que no puedo llamar Paco porque el hombre se impone y no precisamente por su continente (a ver si me puede colocar en su Gabinete de Prensa) y al que le estoy agradecido por haber echado una mano a un conocido mío.

Recorro la ciudad en compañía de Tato Ferrer, en una especie de juerga de cafés con leche y pasteles por medio, hablando de tantos temas interesantes que no me atrevo a sacarlos a la palestra. Este Tato se ha empeñado en sacarme de las casillas y casi lo consigue. Buen rollo suelta. Fino instinto de periodista tiene este hombre. Lástima que no lo utilice con frecuencia. Un hombre con esa enorme ironía que destila es digno de ser tenido en cuenta… y no es coba exactamente.

Lo único que lamento de mi estancia en mi ciudad natal es la imposibilidad de mantener contacto con Cataluña. El hotel sigue sin conceder la wifi. El teléfono no me es útil en este caso porque instrucciones y dibujos no circulan en ondas por el aire… el arquitecto de mi gabinete deberá andar con miles de moscas tras la oreja. Creerá que estoy en un rincón perdido del África subsahariana, totalmente incomunicado o sirviendo de plato adobado a supuestos caníbales. Y eso que todavía tengo varios proyectos por terminar, antes de darme el piro. O sea, jubilarme totalmente.

Sentirme como me siento no se paga ni con todo el oro del mundo. Mi mujer se encuentra feliz, mi hijo come de todo cuando en Cataluña era demasiado exigente y meticuloso con los alimentos. La playa y el clima ceutí han hecho éste milagro. Que siga.

Mientras la vida sigue, los políticos locales se sacan ases de la manga, ases pintados por ellos mismos que hacen creer al pueblo lo que no es. ¡Vale!, he entrado en terreno vedado en esta serie de Escritos durante el camino, eso queda para las Notas. Se nota que me tira la crítica.

Regresando al hotel, dando por finalizada la jornada, me encuentro con una grata sorpresa: Paco Sánchez ha tenido la amabilidad de dejar en recepción una foto, buena copia de foto, datada en 1930 de la plaza de Azcárate donde se divisa la “bomba” de gasolina que fue de mi padre. La gasolinera de mi padre. Un detalle que aviva la nostalgia y el recuerdo de aquel hombre que supo encaminar mis pasos, con la rigidez y la dureza de aquellos tiempos, por los senderos de la vida. Merced al esfuerzo que realizó, me siento capaz de escribir durante el camino en mi tránsito hacía la Luz que todos, sin excepción, veremos. Quiéranlo o no.
 

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