Como recurso del articulista, de cualquier articulista, para
llenar líneas de su escrito, cuando carece de ideas para
moldear el mismo, es recurrir al tiempo climatológico
reinante en el momento de raspar la pluma sobre el papel. A
pesar de ello, es uno de los temas que más rondan en las
conversaciones de la gente cuando no saben qué decirse
después del saludo de rigor.
No se preocupen, no voy a soltar andanadas de tinta sobre
los cambios climáticos porque esos están a la vista de todos
y son susceptibles de ser interpretados al respectivo gusto
de cada uno.
Como soy tal como soy así, nada ni nadie puede detener o
cambiar mi forma de ser. La vida, dura en diversos episodios
de mi ya largo camino hacia la meta marcada para todos los
humanos sin excepción, me ha forjado tal como soy. Llevado
por esa franqueza que siempre sale de la profundidad del
ente que soy, acostumbro a expulsar cualquier peso que
aumente de mala manera el de mi cerebro y que conlleva, como
daños colaterales, una producción indeseada de llagas
estomacales que, de no resolverlo, se transforman en
dolorosas úlceras que, a la larga, hacen malvivir a quienes
las padecen. Esta misma forma de ser mía ha impedido que
arraiguen esos malditos bichos que corroen las entrañas, se
llamen como se llamen. En otras palabras: se llama
depresión.
Acabo de recibir el primer amago de tirón de orejas por mi
tendencia a escribir de manera muy crítica sobre otros
articulistas y que, dicha sea la verdad, no sale, esa manera
de escribir mía, a la luz… tal vez porque existe una censura
previa. Ello no resuelve el problema de quienes se amparan
en seudónimos y, a veces, me atacan sin orden ni concierto
en los miles de foros “internetianos”, llamados hoy
digitales. Pero como, normalmente, prefiero ser apaciguador,
pacifista o como quiera que se llame, dejo correr el asunto…
como con una cortina de humo.
Aunque solamente quería rebatir ciertas tendencias a
exagerar y mentir sobre temas candentes de actualidad
basados, precisamente, en la libertad de expresión que nos
ampara nuestra Constitución. Exactamente por esa misma
libertad, algunos que despotrican contra esas mismas
libertades, se aprovechan de ello para seguir despotricando
con inmisericordes invectivas que a nada conducen. A nada
conducen dada la bajeza del despotricante de turno, que solo
acepta esa libertad de expresión y no acepta el resto de
libertades democráticas. ¿No te jode?
Quitado este peso de encima, mi mente queda clara y diáfana
para recomenzar unos Escritos durante el Camino que quedaron
en un punto ficticio de abandono y que recomienzo con
narraciones de historias verídicas. Abandono, temporalmente,
la redacción de artículos novelados y con personajes
ficticios para entrar, de lleno, en una crónica real pero
con nombres suplantados por eso del derecho a la intimidad.
Quedan advertidos, quienes se consideren por aludidos, para
que sepan que sólo saldrán a la luz pública por su propia
iniciativa personal, nunca por mí mismo.
Ello no quiere decir que deje de lado Las Notas del Quim,
seguirán saliendo como hasta ahora. Los Escritos durante el
camino saldrán, si no existe impedimento alguno por parte de
los “jefes”, los jueves. Así podré dejar descansar a mis
células grises en su afán por recordar aquellos tiempos que
no volverán. Las opiniones no cansan… salen solas.
Si bien no me canso de escribir, me sale de manera tan
fluida como el sudor en días de levante, si me canso de no
hacer nada y el no hacer nada me trae situaciones que de
otra manera no las habría sufrido. Me refiero con éste
párrafo a un hecho que me ha ocurrido mientras tomaba un
ardiente té moruno en uno de los bares de la Gran Vía ceutí.
Resulta que estaba pasando la tarde leyendo las curiosas
noticias desarrolladas a cuenta de los políticos locales en
El Pueblo de Ceuta cuando un mendigo, que siempre anda
rondando la zona, se para delante de mí y queda mirándome
fijamente, tan fijamente que yo me autopreguntaba si tenía
intención de hipnotizarme. Cual no sería mi sorpresa,
acompañada por un sobresalto, cuando inesperadamente el
mencionado mendigo introduce, rápidamente, el dedo índice de
su mano izquierda en el vaso del té moruno. Verdaderamente
me hipnotizó. Casi no conseguía contenerme ante tamaña
acción, pero un punto de lucidez me hizo comprender que el
tipo no es precisamente lúcido. Lo dejé correr, no le dije
nada. Hice que me cambiaran el vaso por uno nuevo.
Esta anécdota implica un hecho puntual de atención por
cuanto a cualquiera puede pillarle un acto inesperado y
fuera del mundo de la lógica. Tan fuera del mundo de la
lógica como esas intenciones de los llamados terroristas
etarras, que para mí no son más que asesinos de cerebros
vacuos y plenamente miserables.
Por lo demás, la vida continúa igual. Turistas, pocos, que
vienen y van. Moros, muchos, que vienen y se quedan.
Tribulaciones, muchas, de nuestros políticos que parecen
liarse la manta a la cabeza con declaraciones sin pies ni
cabeza acerca de temas candentes de tan fácil solución que
no entiendo porqué no hacen resoluciones en los plenos de la
Asamblea. Funcionarios municipales, poquísimos pero
influyentes, que parecen vivir en el pasado del café con
leche de tres horas. Policías locales, casi todos, que lucen
palmito a mediodía pero que se ausentan a medianoche y ello
permiten a jóvenes, alocados motoristas, hacer el caballo
con sus máquinas en plena Gran Vía, con sus cerebros
desprotegidos al no llevar casco, en chulerías ante
jovencísimas chicas minifalderas sin bragas.
Un buen amigo mío me expresó, en cierta ocasión, que la
ciudad es el culo del mundo… ¿tendrá razón mi amigo?
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