Recojo los bártulos y el equipaje para meterlos en el
Mercedes. Ignoro si cabrán tantos bultos en el portamaletas.
Creo que tendré que colocar algunos en el habitáculo de los
pasajeros, al estilo de los moros que cruzan de punta a rabo
la piel de toro, destino a sus respectivos lugares de antes
de emigrar, para pasar sus vacaciones o bien de regreso al
finalizar éstas. No, no llevaré baca. A tanto no llego.
Regreso a mi ciudad de manera definitiva, aunque aún tendré
que regresar al país que tantos dardos venenosos recibe de
los extremistas de la derecha esa. Todavía tengo pendiente
varias gestiones, principalmente derivadas del Gabinete de
Arquitectura, y como es cosa de hacerlo bien y con calma,
pues eso: regreso.
Los días que he pasado en mi ciudad de residencia hasta
ahora, Mataró, han resultado bastante entretenidos y
bastante movidos. Desde el primer día en que embarqué en el
autobús del mar. Menuda paliza. Después de desembarcar en
Algeciras agarramos el autocar a Málaga para pasar unos días
en Benalmádena, invitados por nuestros queridos amigos José
Vera y Esperanza Borja, matrimonio ceutí y caballa donde los
haya, pero que residen en Barcelona capital.
Luego en el aeropuerto Pablo Picasso de Málaga me dan una
picassiana receta: me prohíben volar. No sea que la máquina
de bombear ese líquido rojo y brillante me la juegue. La
presión arterial la tengo cerca de la estación espacial y…
se nota que las tapas ceutíes han dado su “fruto”. Dicho y
hecho no nos queda más remedio que acudir a la estación del
tren (¿se llama ahora Adif o Renfe?) de María Zambrano, en
pleno corazón de la ciudad malagueña. Todo está ocupado,
hasta los coches de alquiler brillan por su ausencia. No me
queda más remedio que agarrar el tren a Madrid, el día
siguiente, y de ahí a Barcelona, para enfado de mi mujer.
Estos días pasados en Cataluña no me han resultado
agradables; el tiempo se está portando de una manera tan
traviesa que ha soltado inmensos tanques de agua,
acompañados por descargas eléctricas de campeonato, sobre
ésta comunidad anegando algún que otro pueblo y matando a
dos personas, por los rayos. Dado que no podemos disfrutar
de la playa, sí disfrutamos de las noticias sobre los
turistas que vienen y creen encontrarse en la lluviosa
Escocia. Menuda rabieta agarraron merced a la furia de los
elementos atmosféricos y la mala uva de Poseidón que no
dejaba de enviar olas y olas contra la costa, empujando el
agua con sus poderosos brazos.
Hasta un inocente tiburón gris (bueno, tiburona porque es
hembra y ya sabemos como las gasta el personal en eso del
sexo) se atrevió a hacer turismo por su cuenta y se acercó a
la costa de la playa del Miracle, en Tarragona -se traduce
del catalán por Milagro, por si no lo sabían, haciendo bueno
el nombre de la mencionada playa porque numerosos bañistas
decían que habían visto manadas de tiburones. Como si el
milagro de los peces, realizado por Jesús, fuera una
realidad- y tanto se acercó que a causa de su voraz apetito
no paró de tragar tapas y tapas hasta que se tragó un
anzuelo de respetables dimensiones que acabó con su vida.
Los esfuerzos de los chicos del Acuario de Barcelona
resultaron inútiles.
Un poco más abajo, en Valencia, un enorme cachalote, de unas
ocho toneladas de peso, dio el último suspiro en la playa
después de hacer turismo gratuito.
Lo de los tiburones ya es una pasada de la imaginación
popular, sólo era uno. Bueno una. Hablando de los populares
ya vemos que los tiburones de la derecha comienzan a
merodear por los alrededores de la cúpula y sueltan de vez
en cuando cruentas dentelladas que ponen nervioso a Mariano
Rajoy. Como decía en uno de mis anteriores artículos,
Alberto Ruiz-Gallardón, junto con Juan Jesús Vivas, es uno
de los políticos peperos que más me agradan y es el que ha
visto, tan claro como el agua, el fúnebre crepúsculo de la
actual cúpula pepera para las próximas elecciones. Si no
tiene cuidado puede correr la misma suerte que José Piqué:
patada en el culo y condenado al ostracismo. Todavía existen
tiburones más grandes y más hambrientos.
¡Anda!, estoy mirando, por el ventanal de mi despacho, la
acumulación de estratos en el espacio aéreo de Mataró cuando
un fogonazo me deja casi candidato a vendedor de la ONCE. El
retumbar consiguiente de ese fogonazo casi me levanta del
sillón. Tremendo rayo ha caído sobre el edificio de al lado
y, supongo porque no he podido verlo, habrá seguido la
trayectoria del pararrayos hacía recónditos lugares del
suelo. Eso sí que es un señor rayo. Zeus debe estar
divirtiéndose de lo lindo. Sus dardos pueden convertirse en
la silla eléctrica del menos prevenido. Una razón más para
que me largue de aquí. Si he de morir por un rayo que sea en
el Pozo del Rayo.
Espero que cuando esté en mi ciudad natal, el funcionario
municipal del bigote, las gafas y el cabello retintado sea
más amable y me zanje el asunto del empadronamiento. Es una
historia digna de figurar en los anales de la absurdidad y
eso que quieren seguir exclamando la españolidad de la
ciudad, cuando la verdad es que hacen cosas que no se
parecen en nada a esa españolidad. En fin, tratándose de
gente anclada en el pasado, en ese pasado en que los
funcionarios se consideraban la elite de la burocracia del
café con leche de tres horas, bien está que lo considere
personalmente como una pieza de museo viviente. Debo armarme
de paciencia.
Así las cosas, acabo de recibir una oferta de un medio de
comunicación para que pase a engrosar sus filas. Les he
pedido un tiempo para meditarlo por cuanto las cosas bruscas
salen bastante chungas y no estoy en edad de comprarme
pirulís, cuando menos chupa-chups a ver si dejo de fumar.
Pero la oferta tiene su qué de interesante. Ya veremos.
En fin, casi puedo decir, amables e hipotéticos lectores,
que aquí me tienen, en la misma ciudad en que nací y corrí.
Espero seguir contando con sus inteligentes ojos.
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