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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 29 DE AGOSTO DE 2007

 
OPINIÓN / ESCRITOS DURANTE EL CAMINO

Carcharhinus plumbeo

Por Quim Sarriá


Recojo los bártulos y el equipaje para meterlos en el Mercedes. Ignoro si cabrán tantos bultos en el portamaletas. Creo que tendré que colocar algunos en el habitáculo de los pasajeros, al estilo de los moros que cruzan de punta a rabo la piel de toro, destino a sus respectivos lugares de antes de emigrar, para pasar sus vacaciones o bien de regreso al finalizar éstas. No, no llevaré baca. A tanto no llego.

Regreso a mi ciudad de manera definitiva, aunque aún tendré que regresar al país que tantos dardos venenosos recibe de los extremistas de la derecha esa. Todavía tengo pendiente varias gestiones, principalmente derivadas del Gabinete de Arquitectura, y como es cosa de hacerlo bien y con calma, pues eso: regreso.

Los días que he pasado en mi ciudad de residencia hasta ahora, Mataró, han resultado bastante entretenidos y bastante movidos. Desde el primer día en que embarqué en el autobús del mar. Menuda paliza. Después de desembarcar en Algeciras agarramos el autocar a Málaga para pasar unos días en Benalmádena, invitados por nuestros queridos amigos José Vera y Esperanza Borja, matrimonio ceutí y caballa donde los haya, pero que residen en Barcelona capital.

Luego en el aeropuerto Pablo Picasso de Málaga me dan una picassiana receta: me prohíben volar. No sea que la máquina de bombear ese líquido rojo y brillante me la juegue. La presión arterial la tengo cerca de la estación espacial y… se nota que las tapas ceutíes han dado su “fruto”. Dicho y hecho no nos queda más remedio que acudir a la estación del tren (¿se llama ahora Adif o Renfe?) de María Zambrano, en pleno corazón de la ciudad malagueña. Todo está ocupado, hasta los coches de alquiler brillan por su ausencia. No me queda más remedio que agarrar el tren a Madrid, el día siguiente, y de ahí a Barcelona, para enfado de mi mujer.

Estos días pasados en Cataluña no me han resultado agradables; el tiempo se está portando de una manera tan traviesa que ha soltado inmensos tanques de agua, acompañados por descargas eléctricas de campeonato, sobre ésta comunidad anegando algún que otro pueblo y matando a dos personas, por los rayos. Dado que no podemos disfrutar de la playa, sí disfrutamos de las noticias sobre los turistas que vienen y creen encontrarse en la lluviosa Escocia. Menuda rabieta agarraron merced a la furia de los elementos atmosféricos y la mala uva de Poseidón que no dejaba de enviar olas y olas contra la costa, empujando el agua con sus poderosos brazos.

Hasta un inocente tiburón gris (bueno, tiburona porque es hembra y ya sabemos como las gasta el personal en eso del sexo) se atrevió a hacer turismo por su cuenta y se acercó a la costa de la playa del Miracle, en Tarragona -se traduce del catalán por Milagro, por si no lo sabían, haciendo bueno el nombre de la mencionada playa porque numerosos bañistas decían que habían visto manadas de tiburones. Como si el milagro de los peces, realizado por Jesús, fuera una realidad- y tanto se acercó que a causa de su voraz apetito no paró de tragar tapas y tapas hasta que se tragó un anzuelo de respetables dimensiones que acabó con su vida. Los esfuerzos de los chicos del Acuario de Barcelona resultaron inútiles.

Un poco más abajo, en Valencia, un enorme cachalote, de unas ocho toneladas de peso, dio el último suspiro en la playa después de hacer turismo gratuito.

Lo de los tiburones ya es una pasada de la imaginación popular, sólo era uno. Bueno una. Hablando de los populares ya vemos que los tiburones de la derecha comienzan a merodear por los alrededores de la cúpula y sueltan de vez en cuando cruentas dentelladas que ponen nervioso a Mariano Rajoy. Como decía en uno de mis anteriores artículos, Alberto Ruiz-Gallardón, junto con Juan Jesús Vivas, es uno de los políticos peperos que más me agradan y es el que ha visto, tan claro como el agua, el fúnebre crepúsculo de la actual cúpula pepera para las próximas elecciones. Si no tiene cuidado puede correr la misma suerte que José Piqué: patada en el culo y condenado al ostracismo. Todavía existen tiburones más grandes y más hambrientos.

¡Anda!, estoy mirando, por el ventanal de mi despacho, la acumulación de estratos en el espacio aéreo de Mataró cuando un fogonazo me deja casi candidato a vendedor de la ONCE. El retumbar consiguiente de ese fogonazo casi me levanta del sillón. Tremendo rayo ha caído sobre el edificio de al lado y, supongo porque no he podido verlo, habrá seguido la trayectoria del pararrayos hacía recónditos lugares del suelo. Eso sí que es un señor rayo. Zeus debe estar divirtiéndose de lo lindo. Sus dardos pueden convertirse en la silla eléctrica del menos prevenido. Una razón más para que me largue de aquí. Si he de morir por un rayo que sea en el Pozo del Rayo.

Espero que cuando esté en mi ciudad natal, el funcionario municipal del bigote, las gafas y el cabello retintado sea más amable y me zanje el asunto del empadronamiento. Es una historia digna de figurar en los anales de la absurdidad y eso que quieren seguir exclamando la españolidad de la ciudad, cuando la verdad es que hacen cosas que no se parecen en nada a esa españolidad. En fin, tratándose de gente anclada en el pasado, en ese pasado en que los funcionarios se consideraban la elite de la burocracia del café con leche de tres horas, bien está que lo considere personalmente como una pieza de museo viviente. Debo armarme de paciencia.

Así las cosas, acabo de recibir una oferta de un medio de comunicación para que pase a engrosar sus filas. Les he pedido un tiempo para meditarlo por cuanto las cosas bruscas salen bastante chungas y no estoy en edad de comprarme pirulís, cuando menos chupa-chups a ver si dejo de fumar. Pero la oferta tiene su qué de interesante. Ya veremos.

En fin, casi puedo decir, amables e hipotéticos lectores, que aquí me tienen, en la misma ciudad en que nací y corrí. Espero seguir contando con sus inteligentes ojos.
 

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