Como se dice en esta tierra de
María Santísima: “Esto es más patético que un cuarentón
,haciendo botellón” Y me refiero a las arrobas y arrobas de
palabrería huera que se van a lanzar en estas fechas sobre
la vida y la muerte de la pobre Lady Di. “Pobre” en el
sentido espiritual e intelectual de la palabra, porque para
mí no era más que una pobre chica, absolutamente perdida y
que no tenía esa rara vocación que se requiere para ser
miembro de la irreal realeza. ¡Como es la vida! Y lo digo
sin más información de las majestades y príncipes varios que
las de la revistas del cuore, regios personajes que tienen
en el Hola y en otras revistas ñoñas y cortesanas, su
principal escaparate. Del papel couché se nutre el mujerío
del que formo parte activa, pero a quienes, ni nos llega ni
nos alcanza la imaginación a explicarnos el por qué de seres
que, en virtud de haber sido paridos en regia cuna, lo
tienen todo. Lo merezcan o no. Sean o no sean dignos de
ello.
La descansada Lady Di tenía una inmensa fortuna, belleza,
glamour, dos hijos estupendos a quienes consintió meter en
un rígido internado cuando no alzaban dos palmos del suelo.
Y libertad para equivocarse. Y su vida fue un cúmulo de
errores y desvaríos que, la prensa rosa y los tabloides
amarillos británicos, donde sí reina una auténtica libertad
de expresión y de opinión y no como aquí que andamos
acojonados por las represalias de los poderosos, que, las
revistas, en una palabra, nos presentaban semanalmente.
Desde las visitas publicitadas y con gran parafernalia
fotográfica a la Madre Teresa de Calcuta, al melindre de
hacerse la foto con el negrito de la campaña contra las
minas antipersona. Cuando, con el precio de su vestuario tan
solo hubiera tenido para mantener la fundación de la Madre
Teresa durante un lustro y con el de sus joyas para haberles
solucionado la vida a todos los negritos.
Será que, las caridades, con fotógrafos del corazón
incluidas, de los famosos y de los poderosos, me parecen
especialmente aborrecibles, sobre todo porque han de ser,
necesariamente, “exóticas”. Todavía no he conocido ni a un
famoso ni a un poderoso que renuncie a la foto étnica, donde
hay que poner gesto de inmensa dulzura e infinita compasión.
A ninguno he conocido que se adentre en un poblado marginal,
imperio de la droga, a solas y sin fotógrafos, para llevar
termos con caldo de gallina y su miajita de hierbabuena a
los enganchados, para que se consuelen las tripas las
criaturas. Ni que se partan el culo y vendan sus propiedades
para construir auténticos albergues para los indigentes que
duermen entre cartones, albergues donde puedan vivir y
morir, tranquilos, calentitos y alimentados, aunque luego se
pasen el día callejeando porque, las calles forman parte de
sus vidas de vagabundos, pero luego, al helor, tener un
lugar al que regresar. Pero no ser recogidos quince días y
luego a la puta calle. Y no estoy hablando de los pobres
inmigrantes abandonados en España por los corruptos
gobernantes de sus países de mierda, sino de esos vagabundos
españoles, llamados eufemísticamente “transeúntes” como si
estuvieran esperando un tren o un autobús. Los que,
cobijados entre cartones y si son afortunados, en las
entrañas del metro, pasan sus vidas, ninguneados por el
Sistema porque no votan y encima seguro que les ha caducado
el DNI, por desastrados y por marginales, hablo de esos que
no esperan nada. ¿Qué si se les da limosna se lo gastan en
vino o en drogas? Bueno, por su mala cabeza, porque, si
recaudan unas monedas al día también podrían invertir en un
fondo de inversiones o jugar en la Bolsa en lugar de
consolarse las tripas y el corazón. ¿Para cuando un garbeo
de la Realeza por las alcantarillas de las ciudades? Pero
sin cien escoltas ni doscientos fotógrafos del Hola. ¡Lady
Di! ¿A quien le importa la princesa rubia vestida de Versace?
¿A quienes nos importan los fastuosos yates reales para
vacacionar? La vida no es así. La vida es la abuela con
doscientos euros de pensión que espera avergonzada, en la
última semana del mes, en una esquina de cualquier cafetería
a que, una señora, le pague un vaso de leche. La vida no es
irrealidad, ni lujo, ni privilegios ofensivos. La vida es
como es.
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