Los más jóvenes de ustedes
seguramente no recordarán una canción que hace años tuvo
mucha difusión, se titulaba “La Parrala” y decía aquello de:
“Que sí, que si, que no, que no; que a la Parrala le gusta
el vino; que sí, que sí, que no, que no, que sólo bebe para
olvidar”. Aparte de que la tal Parrala demostró ser una
defensora de nuestros caldos nacionales –a diferencia de la
cruzada en pro de la sobriedad espartana propugnada por la
defenestrada ministra de Sanidad, repescada para el
ministerio de Administraciones Públicas, doña Elena Salgado
– al mostrarse, fuera por gustarle o por tener la necesidad
de olvidar, tan aficionada al lingotazo de tintorro; lo
cierto es que existía una duda razonable respecto a la causa
de sus peas. Creo que algo parecido nos podría ocurrir a los
españoles si es que nos fijamos en las contradicciones que
se dan en nuestra vida nacional.
Podemos ver, por ejemplo, como un señor, sacerdote por
añadidura que, por raro que pueda parecer y en una de estas
contradicciones a las que la vida nos tiene acostumbrados,
llegó a ser propuesto para el Premio Nóbel de la Paz, cuando
la mayor parte de su vida la dedicó a atizar y provocar a
los catalanes para que dieran su sangre para lograr la
independencia de Catalunya y, fue él mismo, quien también
protestó por el entendimiento de la iglesia con el estado,
sin tener empacho en declararse amigo de la ETA. Sin
embargo, ahora que ha fallecido, al parecer por suicidio,
todos los próceres catalanes ( para los que en vida supuso
un incordio y acabaron por abandonarle hartos de sus
barrabasadas) se han deshecho en alabanzas para con el
difunto, llegando a ser calificado como “un profeta bíblico”
por don Jordi Pujol y como un mártir de la patria por las
esquerras republicanas. Lo más chocante es que, a un señor
como este –a quien le deseo un feliz descanso eterno –, se
le trate como si hubiera sido un gran personaje y se le
rindan honores por el president en funciones de la
Generalitat, señor Carot Rovira; me imagino que por su
sincronización de ideas como separatistas y amigos de ETA.
¡Vaya por Dios!
Algo que tampoco los ciudadanos de a pie podemos digerir, al
menos sin una buena dosis de bicarbonato, es el que en el
País Vasco se celebren un día sí y otro también, actos de
homenaje a los etarras fallecidos; porque, vamos a ver: ¿son
o no son estos sujetos unos asesinos sanguinarios que
durante años han estado masacrando a inocentes para
atemorizar y chantajear al Estado español?, ¿ son o no son
estos bandidos unos extorsionadores que han tenido
atemorizados a todos los empresarios vascos, exigiéndoles el
pago de fuertes cantidades con la amenaza de que, si no lo
hacían, ellos y sus familias pagarían las consecuencas?
¿Debemos entender que estos, autodenominados guradis de la
independencia de las tierras vascas, deben recibir el
reconocimiento público de aquellos ciudadanos que han
colaborado con ellos o, al menos, han apoyado moralmente sus
acciones? Es evidente que estamos ante unos actos de apoyo a
los terroristas, una manifestación de soporte y solidaridad
con sus métodos asesinos y un claro acto de apología del
terrorismo, pero ¿ustedes se han apercibido de que les pase
nada?, ¿ alguno de ustedes ha visto que el Fiscal Gebneral
del Estado, el furibundo señor Fernández Bermejo, el que fue
tan compasivo con Otegui y aquel que casi le facilita los
preservativos a De Juana para que se acostara con su novia
en el hospital, haya dado ordenes a sus subordinados para
que hagan detener a los manifestantes y los empapelen para
que sean juzgados? ¿Eh que no? Pero cómo va a actuar si, el
propio Presidente del gobierno estaba conchabado con los
etarras, negociando con ellos.
Vean, por si fuera poco, lo que está ocurriendo con las
banderas españolas. El máximo símbolo de la unidad de
España; aquel estandarte que todos los militares juran
defender y resguardar; aquel crespón rojo y gualda ante el
cual el propio Rey saluda e inclina la cabeza, y que es el
orgullo y seña de todos los españoles que nos sentimos como
tales; pues este icono de la españolidad es continuamente
despreciado, humillado, quemado e insultado tanto en el País
Vasco como en Catalunya, sin que nadie se escandalice, sin
que los autores de tales delitos de lesa majestad sean
detenidos y juzgados. Hasta ha llegado el extremo de que los
ciudadanos que contemplan tales tropelías las están viendo
como algo normal, que no tiene importancia y que hay que
tolerar.
Y es, señores, que nuestro país ha dejado de ser una nación
solidaria; la ciudadanía ha dejado de creer en ideales y se
limita a vegetar, nadie levanta un dedo por los demás y a
nadie le importa lo que hagan los políticos con los votos
que les otorgaron, mientras puedan usar sus coches, salir de
vacaciones en verano y atiborrarse en los restaurantes. Es
aquello que aparecía en los frontispicios de las casas
romanas de la gente pudiente: “Comamos y bebamos que mañana
moriremos”. Entre tanto, caemos en el desinterés, nos
aburren los políticos y creemos que nos engañan, nos estafan
y nos manipulan, pero no nos importa, nos da pereza hacer
algo para evitarlo y, al fin y al cabo ¡cómo todos hacen lo
mismo!, dejémolos que sigan con sus fechorías. Si nos
asomamos a la Historia encontraremos ejemplos numerosos de
países que fueron grandes imperios y que, por culpa de la
molicie de sus ciudadanos, de la corrupción de sus
gobernantes y de la perversión de sus costumbres acabaron
por ser conquistadas y destruidas por sus enemigos. El
enemigo de España lo tenemos dentro, en los nacionalismos,
en el laicismo agresivo y en el menosprecio de toda ética
política o personal. Atengámonos a las consecuencias.
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