El grupo de 38 inmigrantes que salió huyendo del Centro del
Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) el pasado sábado
después de que advirtiesen, al ver cómo les eran retiradas
las tarjetas que les permiten salir y entrar del mismo, la
próxima visita de una delegación diplomática de Bangladesh,
su país de origen, y que permanecen desde entonces
escondidos en las zonas boscosas que rodean el centro perdió
ayer a cinco de sus miembros. Cuatro de ellos volvieron
obligados por su debilidad física al CETI y uno más fue
ingresado a mediodía en el hospital del Ingesa aquejado de
una dolencia cardiaca, según detallaron a EL PUEBLO los
propios inmigrantes ayer por la tarde.
Aunque la Delegación elevó el número de ‘deserciones’ a
veinte y dejó entrever que el grupo volverá “pronto” al CETI
los ánimos en el colectivo no están por esa labor.
“Preferimos morir en Ceuta antes que regresar a Bangladesh”,
asegura con firmeza Mahamud Junman, que ha pasado en el CETI
más de dos años de los 23 que tiene de vida.
El sábado por la cabeza de Junman, como por la de Amir
Hossain, padre de dos niños, o por la de Salauddin Khandkhar,
pasaron las escenas que ya vivieron el pasado mes de marzo,
cuando otros 32 compatriotas fueron repatriados después de
una visita de los diplomáticos ‘banglas’, como se
autodenominan a sí mismos en su precario pero perfectamente
comprensible castellano.
“Todo fue igual que en marzo: comenzaron a quitarnos los
carnés, apareció la delegación de nuestro país y después se
llevaron a 32 ‘banglas’ a nuestro país”, amplía Hossain,
amante declarado de nuestro país, cuyo escudo luce en su
camiseta. “Uno de ellos”, prosigue, “ya está muerto porque
cuando llegó allí no tenía ni casa ni nada: lo había vendido
todo para llegar aquí”.
Según aseguran, sus penosas travesías por media África hasta
llegar a Ceuta han esquilmado no sólo sus patrimonios, sino
el de toda su familia: “Las mafias en Bangladesh nos dicen
que por 2.000 ó 3.000 euros podemos llegar a España”, amplía
otro ‘expatriado’, como se definen a sí mismos, “pero
después, en Marruecos, nos piden más y más dinero para
cruzar la frontera”. Al final, el éxodo desde Bangladesh
cuesta entre dos y tres años de interminables caminatas y
unos 6.000 euros.
Un país “pequeño e inundado”
En el campamento, improvisado y disperso por miedo a la
Policía, montado por los bangladeshíes estos guardan con
celo un montón de recortes de periódico donde se da cuenta
de los últimos monzones que han arrasado su país de origen y
la carta que, firmada por todo el colectivo, han hecho
llegar a la Delegación del Gobierno solicitando “al
ciudadano de a pie, a todas las organizaciones humanitarias
y al Gobierno de España” que les permita “que los pobres
también podamos contribuir positivamente a la sociedad”.
“Todos los ceutíes saben que los ‘banglas’ somos buenas
personas, que no damos problemas, que llevamos dos años aquí
esperando y que nuestra única culpa es ser pobres”, apunta
otro inmigrante con lágrimas en los ojos ante las cámaras de
televisión. “En Bangladesh”, concluyen, “todo son problemas:
todo está inundado y no trabajo, no dinero, no casa”.
“En Ceuta hemos encontrado fuerzas para seguir adelante en
nuestro periplo para alcanzar nuestras metas proque sabemos
y creemos en un mundo libre y lleno de oportunidades como
España, dentro de la Unión Europea”, se deshacen en elogios
antes de pedir “una oportunidad” para quedarse “en la tierra
de los guapos”.
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