De los miles de viajes que he realizado en mi vida, ninguno
puede compararse con el que he hecho a mi ciudad natal. A la
tierra que más etnias invadió a lo largo de toda la historia
y villa que más gobernadores de distintos países tuvo.
La vuelta a mis orígenes resulta un poco engorrosa, por
cuanto me encuentro con una situación socio-política que
sólo tiene parangón en un pueblo de las montañas aragonesas
donde el alcalde es el único habitante y por ende el único
votante.
He leído y leeré cientos de artículos escritos por gente
ceutí y no tan ceutí, publicados en los diarios locales.
Lamentablemente esta gente ceutí que aludo está tan
férreamente marcada por una época que resultó siniestra para
la mayoría de la gente del país y, supuestamente,
beneficiosa para ellos mismos.
No es una ecuación difícil saber que este tipo de gente, a
la que califico sin ambages como anticuados y arcaicos
nostálgicos, escribe con un deje de odio y una rabia mal
contenida. Gente que escupe palabras de rencor cuando
escribe de política y sobre políticos de quienes no tienen
ni puta idea por no conocerlos con profundidad, por
confundir patata con boniato. La ignorancia supina de esta
gente deja a uno, que lee esos artículos, con el desprecio
asomado en el rictus no contagioso de saber que nunca podrán
ser demócratas; de saber que seguirán como figuras de museo
vivientes; de saber que no se adaptan a tiempos en los que
la mente se abre de manera clara y diáfana.
Cualquier ciudadano, con un dedo de frente, no tardará en
darse cuenta de que esos artículos están burdamente
manipulados, de manera que su contenido parezca una crónica
de unas actuaciones políticas, en realidad inexistentes, con
la bilis de un odio en parte comprensible y en parte
ditirámbico. No produce otro efecto que el que demuestra su
autor: la baja estofa del mismo. La nula autoestima que
demuestran; la nula capacidad de superación en momentos
claves de la vida ciudadana; la inútil necesidad de hacer
publicidad gratuita. No es más que el vómito contagiado de
quién tuvo tiempos mejores y no supo sacar provecho de
ellos.
La exagerada y ofensiva apreciación de las cualidades de
cualquier político, vilipendiado por ellos, demuestra a las
claras que esa gente, que escriben de esa manera, no son
respetables y, por tanto, no se les puede respetar. Si ellos
no respetan a las personas que asumen cargos o que se ponen
el cartel de político… ¿cómo quieren que sean respetadas?.
No estoy en contra de que escriban mal de ellos cuando son
fundadas las acusaciones. Pero inventarse cosas y hechos que
en realidad no existen ya no es de recibo.
Tan acostumbrados están a insultar de manera gratuita -no
dudo de que en el seno de sus respectivas familias las
palabras soeces están a la orden del día- que no les duelen
prendas utilizar epítetos ofensivos hacia la persona a la
que critica de esa manera tan desaforada. La inclusión de
adjetivos apelativos, principalmente con “ese tal”, no deja
de demostrar el bajo índice de inteligencia que tienen y la
nula capacidad de reacción para con el pueblo para el que
escriben. Función digna del Sr. No, o más recientemente, del
Presidente de ese producto, imposible de digerir, que es la
Faes.
Contrariamente a lo que parece ser, yo jamás insultaría
groseramente con epítetos ofensivos a los políticos, ni a
los no políticos, sobre quienes vierto opiniones críticas.
Jamás mencionaría a un político a través de una despectiva
descripción de sus posibles defectos físicos ni de sus
peores cualidades intelectuales. Crítico lo que hacen, por
lo que entiendo que hacen, no porque sean guapos o feos;
altos o bajos; gordos o gordinflones (delgaditos los veo
escasos), sean del PP o sean del PSOE. Si esa gente que
escribe esos artículos, que pretenden ser críticos, usan
siempre ésta clase de insultos encubiertos con palabras que
suenan a violín no esperen recibir otro trato diferente. Tal
vez, el desprecio hacia esa gente se demuestre con
respuestas que no tienen vuelta de hoja.
Ya sé que me pueden decir que no lea esos artículos. Eso es
fácil decirlo. Me interesan porque aprendo cada día más
sobre el carácter y maneras de esa gente. Desde luego que no
me revuelven ni la conciencia ni el estómago, esto se
traduce que mi bilis se queda, tranquila, en su depósito. La
adrenalina no sacude mi cuerpo cuando leo esa clase de
artículos redactados por esa clase de gente. Al contrario,
suelta la vena cómica y me produce, si no carcajadas, una
risa conmiserativa.
En definitiva. Pueden seguir ese camino. Me importan un
pimiento morrón (los odio, a los pimientos ¡eh!) que sigan
por la vía única de su pensamiento. Si me atacan, que lo
dudo, no tardaré en replicarles como corresponde; aparte les
estaré agradecidos por encumbrarme merced a esos supuestos
ataques, aunque no tengo vena de mártir.
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