Estamos huérfanos. Todos los que
creimos que en nuestro país se habían acabado los rencores,
los agravios seculares y la eterna lucha entre extremismos,
estuvimos equivocados. Los que pusimos con entusiamo
nuestras esperanzas en la transición de la época de Franco a
la democracia; aquellos que pensamos que, gracias a la
habilidad de Adolfo Suarez, a la rectitud y visión de futuro
de don Torcuato Fernández Miranda y a la renuncia de muchos
de los que fueron parte integrante de la política del
antiguo régimen; que supieron ceder en sus legítimas
aspiraciones, renunciar a sus propias ideas y admitir, en un
gesto de grandeza, que sus antiguos adversarios –aquellos
que fueron derrotados en la Guerra Civil; aquellos mismos
contra quienes muchos habían luchado y con los que quedaban
pendientes viejos pleitos – regresaran del exilio para
ocupar puestos de relevancia y responsabilidad en las Cortes
de la Nación. Toda aquella juventud de la posguerra, que
supimos ver, en la transición, un instrumento de
reconciliación nacional; contemplamos ahora, con estupor,
como los soportes en los que se basaban los asentamientos
fundamentales de la democracia, tan duramente conseguidos,
se están resquebrajando sin que, aparentemente, podamos ver
una lógica que lo justifique.
Los tres pilares esenciales en los que debe basarse un
estado moderno en el que el Derecho y la Justicia, con
mayúsculas, sean las directrices y garantía de su existencia
y de su recta interpretación y aplicación; las cámaras
legislativas las encargadas de darles las armas legales para
que puedan desarrollar, con garantías, sus funciones éticas
y sociales, y el poder Ejecutivo sea el que se encargue de
que los ciudadanos las respeten y las cumplan, en bien del
orden constitucional, la equidad y desarrollo ordenado de la
patria; parece que, en el corto espacio de tres años, hayan
sido sometidos a la acción de un maléfico efecto que los
haya trastocado, confundido y demudado hasta el extremo de
que, ahora, cuando los queremos reconocer, nos es imposible
distinguir cuál es uno y cuál es el otro, al verlos
convertidos en un totus revolutus que nos impide discernir
quienes fueron los primitivos destinatarios de tales
competencias. Ello, sin duda, ha sido el resultado de una
visión totalitaria de la política, producto de una mente
febril, improvisadora y enrevesada de un personaje, ZP, que
actúa por impulsos repentinos, guiado por una idea obsesiva
de federalización de España y destrucción de las estructuras
ideológicas y morales que han venido rigiendo nuestra
sociedad.
Hacía falta inventarse problemas inexistentes y el señor
Rodriguez Zapatero se los ha inventado; hacía falta
regenerar los sentimientos separatistas que permanecían en
estado larvado, pues se han reavivado; hacía falta demoler
la moral cristiana y subvertir los conceptos del bien y el
mal, de lo honesto y lo deshonesto, de lo correcto y lo
incorrecto, de la libertad y el libertinaje; pues se han
puesto en funcionamiento los mecanismos para desacreditar
las instituciones fundamentales, las que impedían que se
desmandasen las costumbres y hacían que se respetaran las
esencias de nuestra cultura ancestral. Para ello ha usado la
piqueta demoledora del Estado laico y retrógrado, que se ha
esmerado en socavar la autoridad de la familia y
deslegitimizar la función moralizante y educadora de la
Iglesia cristiana. Hoy en día, la sociedad española ha
quedado sodomizada, como en su día lo fueron Sodoma y
Gomorra, y narcotizada en una cultura nueva basada en el
relativismo, en el todo vale y en el egoísmo. Se ha
sustituido el culto a la moderación, las buenas constumbres,
el respeto por los demás, la disciplina en las aulas, el
premio al esfuerzo y a la aplicación, y todos aquellos
principios que hacían que la sociedad se mantuviera
cohesionada (no cohibida, como algunos nos quieren vender
hoy en día), solidaria (no revuelta ni enlodazada) y
envuelta en principios éticos que la mantenían respetuosa
con las normas y considerada con los sentimientos ajenos;
por el “vive como quieras, que lo que importa es gozar sin
limite, no importa cómo, de qué manera ni a quien
perjudicas” .
Esta labor que, con tanta aplicación, ha llevado a cabo el
Ejecutivo socialista, con la inapreciable colaboración de
los progresistas de turno; los colectivos marginados por sus
costumbres licenciosas; los arribistas y oportunista que
tanto partido han sabido sacar de sus patrocinadores (a
costa de las subvenciones del Estado y a cargo de los
sufridos contribuyentes); separatistas (que han rebrotado
como hongos de los viveros de antiguas organizaciones
terroristas); ha producido, contra todo pronóstico, los
efectos deseados por el señor ZP y su partido, el PSOE. Sus
resultados están a la vista: incremento exponencial de la
drogodependencia; fracaso escolar fruto de leyes que
permiten pasar de curso a muchachos sin preparación; falta
de disciplina y agresiones sin sancionar en las aulas;
incremento de la delincuencia y aumento de los crímenes
mafiosos y también pasionales; divorcios a la carta y, cada
día, más numerosos, causados por la irresponsabilidad de la
juventud que ha elevado la sexualidad al grado mácimo de la
pirámide, dejando relegado el amor verdadero a la categoría
de excepción; falta de respeto a la vida humana,
favoreciendo la eutanasia y el aborto ( deshacerse de los
viejos incómodos y de los frutos embarazosos de un amor
esporádico y evanescente); promoción de la vida fácil y sin
responsabilidades ( okupas, antisistemas, desarraigados) y
menosprecio del trabajo; promiscuidad, lascivia y
homosexualidad como contrarios a vida ordenada; en fin, todo
lo que convenía a los fines de un sujeto, ZP.
Y aquí estamos, huérfanos como les decía al principio de
este artículo. A pocos meses de unas nuevas elécciones que,
si Dios no lo remedia, puede que vuelvan a darnos más de lo
mismo. Unas elecciones que el señor ZP espera como agua de
mayo para acabar de dar la puntilla a esta España de
nuestros amores y también de nuestras desdichas. Toda esta
juventud que vive tan ajena al peligro que se cierne sobre
ella, acomodada a esta vida muelle que le ha tocado
disfrutar, pero indiferente a los peligros que la historia (
no olvidemos que gira en un eterno retorno) les tiene
preparados; debería reaccionar antes de que sea tarde y se
haya convertido en protagonista involuntaria de algo más
peligroso e inminente, que el anunciado cambio climático que
nos auguran; la robotización del individuo, su masificación
que lo convierta en un número más dentro de la gran turba
formada, al estilo hitleriano, por una ciudadanía obediente
a la voz de su amo el “ Estado protector”. Cuando el
individuo deja de ser dueño de su destino, de su libre
albedrío y se deja conducir por la tiranía de la masa, ha
comenzado la decadencia de la raza humana. Como decía
Horacio:”Tu interés está en juego cuando la casa de tu
vecino arde”
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