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OPINIÓN - SÁBADO, 18 DE AGOSTO DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

De Mondoñedo a Tarudant o de Galicia a Marruecos
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

Al final va a ser que no. Tan cerca y he sido tan torpe de no haber encontrado este verano la ocasión propicia para ir a darme un paseo por Mondoñedo, monumental ciudad de la melancolía y el silencio, compartir alguna cacharrada en el antro del chismoso mago Merlín y sentarme en cualquier taberna, ante un vaso de buen “Ribeiro”, con un libro entre las manos de uno de sus más célebres hijos, Alvaro Cunqueiro, escritor feraz y socarrón, con más arte y enjundia a mi entender que el desigual aunque laureado Camilo José Cela. La estatua de Cunqueiro (Mondoñedo, diciembre 1.911-Vigo, febrero 1.981) contempla, estólida y orgullosa, la románica catedral de añadidos barrocos alzada, a impulsos del Císter, en el corazón de la bretona Galicia, entre dos antiguas juderías. Polifacético autor de dilatada obra tanto en castellano como en gallego, puede situársele en la estela del realismo fantástico cultivado por Borges o Italo Calvino, estilo en el que Cunqueiro brilló con la mágica luz de su tierra recordándonos que “En las asperezas de la vida cotidiana, soñar es necesario”. Aficionado a la lectura desde su más temprana edad, escribió de adolescente una novela sobre el legendario Oeste en la que, haciendo gala ya de su fino e irónico humor, “los blancos hablaban castellano y los indios gallego” según comentó con su habitual sorna en cierta ocasión. De entre su bibliografía destacaría, posiblemente, “As crónicas do sochantre” (hay edición en castellano) así como un primerizo poemario escrito en 1.933: “Poemas do si e do no”. Échenles el ojo y pasarán seguro un buen rato.

Algo parecido me ocurrió hace un tiempo en Marruecos. Pasé por Tarudant y no tuve un rato para acercarme a Igran, la patria chica de Ali Sedki Azayku de quien, por cierto, se cumple el próximo 10 de septiembre el tercer aniversario de su muerte. En su Igran natal está enterrado, a la sombra de un argán, uno de los más célebres presos políticos bereberes bajo la férula de Hassan II. Azayku fue detenido y trasladado a Laâlou, la antigua prisión de Rabat, tras publicar en 1.982 en la revista “Amazigh” un artículo titulado “Para una verdadera aproximación a la cultura nacional”. Historiador y poeta, era últimamente conocido por sus páginas periódicas en “Le Monde Amazigh”, desde las que reinterpretaba la historia de Marruecos buceando en sus raíces bereberes (paganas primero, judías a veces, más tarde cristianizadas y, por último, enganchadas no sin una feroz resistencia al emergente Islam) “antes de la época de Mulay Idris”, como gustaba recordar. Aunque menos conocido, su corazón de poeta latía ya en 1.984 cuando publicó su primer poemario, “Timitar” (Signos) y más tarde, en 1.995, “Izmoulen” (Cicatrices), obra escrita en prisión. Con ambas se esforzó en modernizar el acervo poético beréber, siempre con una mira: “Un pueblo que no conoce su historia no puede ir hacia delante”.

Suyo es este poema entresacado de “Timitar”, en la versión francesa traducida por Claude Lefébure:

“Beréber por tanto, beréber mi hablar franco.

Apenas se habrá roto entre nosotros la concha, que vuestros corazones inflaman como tantos astros unidos en nuestra parte de los cielos”.
 

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