Al final va a ser que no. Tan
cerca y he sido tan torpe de no haber encontrado este verano
la ocasión propicia para ir a darme un paseo por Mondoñedo,
monumental ciudad de la melancolía y el silencio, compartir
alguna cacharrada en el antro del chismoso mago Merlín y
sentarme en cualquier taberna, ante un vaso de buen
“Ribeiro”, con un libro entre las manos de uno de sus más
célebres hijos, Alvaro Cunqueiro, escritor feraz y socarrón,
con más arte y enjundia a mi entender que el desigual aunque
laureado Camilo José Cela. La estatua de Cunqueiro
(Mondoñedo, diciembre 1.911-Vigo, febrero 1.981) contempla,
estólida y orgullosa, la románica catedral de añadidos
barrocos alzada, a impulsos del Císter, en el corazón de la
bretona Galicia, entre dos antiguas juderías. Polifacético
autor de dilatada obra tanto en castellano como en gallego,
puede situársele en la estela del realismo fantástico
cultivado por Borges o Italo Calvino, estilo en el que
Cunqueiro brilló con la mágica luz de su tierra
recordándonos que “En las asperezas de la vida cotidiana,
soñar es necesario”. Aficionado a la lectura desde su más
temprana edad, escribió de adolescente una novela sobre el
legendario Oeste en la que, haciendo gala ya de su fino e
irónico humor, “los blancos hablaban castellano y los indios
gallego” según comentó con su habitual sorna en cierta
ocasión. De entre su bibliografía destacaría, posiblemente,
“As crónicas do sochantre” (hay edición en castellano) así
como un primerizo poemario escrito en 1.933: “Poemas do si e
do no”. Échenles el ojo y pasarán seguro un buen rato.
Algo parecido me ocurrió hace un tiempo en Marruecos. Pasé
por Tarudant y no tuve un rato para acercarme a Igran, la
patria chica de Ali Sedki Azayku de quien, por cierto, se
cumple el próximo 10 de septiembre el tercer aniversario de
su muerte. En su Igran natal está enterrado, a la sombra de
un argán, uno de los más célebres presos políticos bereberes
bajo la férula de Hassan II. Azayku fue detenido y
trasladado a Laâlou, la antigua prisión de Rabat, tras
publicar en 1.982 en la revista “Amazigh” un artículo
titulado “Para una verdadera aproximación a la cultura
nacional”. Historiador y poeta, era últimamente conocido por
sus páginas periódicas en “Le Monde Amazigh”, desde las que
reinterpretaba la historia de Marruecos buceando en sus
raíces bereberes (paganas primero, judías a veces, más tarde
cristianizadas y, por último, enganchadas no sin una feroz
resistencia al emergente Islam) “antes de la época de Mulay
Idris”, como gustaba recordar. Aunque menos conocido, su
corazón de poeta latía ya en 1.984 cuando publicó su primer
poemario, “Timitar” (Signos) y más tarde, en 1.995,
“Izmoulen” (Cicatrices), obra escrita en prisión. Con ambas
se esforzó en modernizar el acervo poético beréber, siempre
con una mira: “Un pueblo que no conoce su historia no puede
ir hacia delante”.
Suyo es este poema entresacado de “Timitar”, en la versión
francesa traducida por Claude Lefébure:
“Beréber por tanto, beréber mi hablar franco.
Apenas se habrá roto entre nosotros la concha, que vuestros
corazones inflaman como tantos astros unidos en nuestra
parte de los cielos”.
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