El clima resulta extremadamente bochornoso. El plomizo cielo
oculta, a la vista de todos, el sol de los últimos días de
julio y sin embargo el calor resulta tremendo. El cuerpo
expulsa por sus poros el agua que ha comenzado a bullir
desde su interior. No es para menos cuando el Levante
comienza a hacer de las suyas.
La frontera anda un poco revuelta, cosa que no es de
extrañar porque ocurre cada día desde que Marruecos obtuvo
su independencia. Los cincuenta y un años transcurridos
desde que el general español y el general francés, jefes de
Estado, entregaron la llave de la libertad al sultán Mohamed
V, liberándolo de las esposas que le ataban las manos y los
pies (tenía la marca de fábrica siguiente: “protectorado”),
los súbditos del sultán, auto convertido en rey, guiaban sus
nómadas pasos hacía los confines del país, regados por el
mar, en busca de un sustento que su propio rey les negaba.
En esa revuelta frontera, un hombre espera pacientemente a
que la policía marroquí le devuelva el pasaporte junto con
el visado de entrada que ha tenido que rellenar poco antes.
Ese hombre lleva, consigo mismo, unos importantes secretos
de Estado bien guardados en un simple diskette de ordenador,
depositado en uno de los bolsillos de la liviana chaqueta
azul.
Esos secretos de Estado le reportaría una ganancia como
nunca la pudo obtener honrosamente. Una ganancia
representada en un millón de euros y una casa en una ciudad
marroquí muy cerca de donde vive el ex presidente del
Gobierno español, Felipe González Márquez. La población se
llama Arcila.
Atrás dejaba, ese hombre, a una mujer desolada y un país que
le había dado todo lo que era hasta ahora. Al cruzar la
frontera hispano-marroquí del Tarajal sabía certera y
firmemente que no regresaría en cierto tiempo. El paso que
estaba dando estaría marcado por el signo de la traición.
El moreno policía marroquí sale de la oficina de Inmigración
y le entrega el pasaporte visado y con una sonrisa, más
falsa que la de una hiena, le da la bienvenida y le indica
que puede pasar. Con un suspiro, imperceptible para el
gendarme, marcha directo hacía el coche que aguarda en la
larga cola y enfila la carretera de Castillejos con la
parsimonia que le da la frialdad de su acto.
Porta importantes secretos de Estado que afectan a las
ciudades de Ceuta y Melilla. Los ha ido recopilando
pacientemente, aprovechando su trabajo en la sede del Centro
Nacional de Inteligencia español, con informaciones sobre
organización y desarrollo de las actividades de los
servicios de contrainteligencia aderezado con los nombres de
varios agentes dedicados a la labor propia del Servicio en
ambas ciudades y diversa información relativa a los sistemas
de defensa y control fronterizo.
Va camino de Tetuán, donde entregará el diskette a un agente
del Servicio Secreto del país. Este agente es a la vez el
imán de la mezquita principal de la antigua capital del
protectorado español. Imán que tiene mucha influencia en
determinado sector de la población marroquí con ansías de
expansión y que viene financiando un grupo específico,
entrenado especialmente en ignorado campamento del desierto
libio, de hombres sin más meta que las promesas de Alá
promulgadas por el clérigo musulmán.
Acaba de entrar en Castillejos cuando una chispa de
iluminación le hace recordar que no ha borrado los datos que
tenía guardados en el ordenador de su casa. Un miedo cerval
comienza a dominarle ascendiendo por la espina dorsal y
agarrando las estribaciones de su cerebro…
En un lugar de España, una mujer despechada comienza a
teclear en el ordenador buscando no sabe qué. De pronto los
ojos de la mujer se fija en un fichero de extraño nombre: su
propio nombre. El contenido de la carpeta de “Recientes” le
ha dado la oportunidad de conocer la existencia de un
fichero que la deja asombrada para el resto de su vida. Un
fichero que contiene un conjunto de claves, nombres,
situaciones, informes…
El hombre que acaba de cruzar la frontera del Tarajal, presa
de un ataque de nervios pese a su formidable entrenamiento,
hace girar el volante y emprende el camino de vuelta. Tiene
que llegar cuanto antes a su casa. Tiene que destruir las
pruebas de su traición antes de que alguien las descubra.
En Tetuán, el imán mira pacientemente cómo corren las agujas
segunderas de su reloj, reloj comprado en un bazar ceutí
regido por uno de los tantos acólitos como tiene repartido
por la ciudad. Suspira y reza a Alá.
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