Llegué a Ceuta justo para disfrutar de la primera actividad
religioso-cultural que organiza la Ciudad: Ntra. Sra. Del
Carmen, la Patrona del Mar, como me gusta llamarla.
La verdad es que el viaje no resultó ser un placer. Para
comenzar, las medidas de seguridad del aeropuerto barcelonés
de El Prat de Llobregat se me antojaron demasiado rigurosas.
Me explico, el arco de registro de seguridad para entrar en
la zona de embarque está controlado por empleados (no puedo
llamarlos miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado
porque no lo son) de la empresa de Seguridad contratada al
efecto que carecen de la experiencia exigida para esas
funciones y su control sobre las personas raya en el
paroxismo. Me tuve que quitar los zapatos y hasta hice amago
de quitarme el pantalón (me lo enseña la tele con sus
anuncios publicitarios tipo Iglesias) todo porque me olvidé
del mechero “Zippo” escondido en un bolsillito pequeño del
pantalón. Encima va el tío y se lo quiere quedar alegando
que es un arma de destrucción supuestamente masiva. No tengo
más remedio que dirigirme al guardia civil que supervisa la
labor de los “seguratas” que le indica me lo devuelva.
El mal humor ya se ha asentado en mi espíritu, que anda un
poco rebelde por haberme levantado a una hora tan
intempestiva: las 4 de la mañana… para coger el avión a
Málaga de las 6:30.
No voy a narrar los cuatro días que me quedé en Torre del
Mar (Málaga) porque eso ya pertenece al ámbito íntimo de
uno. Sólo diré que el viaje a Algeciras, en un autocar de la
empresa Portillo, hizo que mi espíritu se rebelara aún más
de lo que estaba a pesar del relax en el pueblo malagueño.
Resulta que es una mentira lo del directo Málaga-Algeciras…
para su buen tiempo en Marbella para recoger otros
pasajeros. Lo mejor de todo resultó ser la travesía del
“charco”. El carnet de socio de la Casa de Ceuta en
Barcelona obró el milagro de abaratar el billete de ida y
vuelta hasta compararlo con los residentes. El “cacharro” de
Buquebus parecía fuera de la OPE, tan pocos viajeros como
iban…
Llegado a mi ciudad natal, lo primero que hago es mirar el
engendro arquitectónico conocido por “La Manzana del
Revellín” que yo lo traduciría como “El Puré del Revellín”…
ignoro si alguien habrá puesto antes en consideración la
obra arquitectónica y sus efectos medioambientales. No
critico la construcción en sí ni la estética de la misma
porque todo arquitecto tiene el derecho de crear su propia
obra de la forma que quiera. Lo que sí quiero poner en
consideración es si no atentará contra el medio ambiente
cuando se ponga en marcha todo el entramado de servicios
propios de la mastodóntica construcción, a más de que si no
repercutirá en el resto de ciudadanos el formidable consumo
de suministros que necesitará para su conservación y
mantenimiento.
Un conglomerado de bloques de hormigón con menos y poco
ajustadas aperturas al espacio necesitará un específico
diseño de circulación de aire mediante torres de
refrigeración y un consumo excesivo de kilowatios que
bloquean la libertad de la naturaleza por la emisión de
gases y de calor al espacio configurando, supuestamente, un
atentado ecologista a más de que la empresa suministradora
de electricidad tendrá que redoblar su producción que, con
el tiempo, repercutirá en un alza de precios con lo que el
conjunto total de la ciudadanía se verá afectada. Y esos que
muchos ceutíes hacen control económico de sus gastos
domésticos. Todo lo que opino aquí es en supuestos, por
cuanto no puedo opinar firmemente hasta no ver terminada la
obra.
Volviendo a mi yo, regresé al hotel para cambiarme y
presenciar con mi mujer e hijo el tradicional acto religioso
de la Virgen del Carmen. Tenía previsto acudir a la
Almadraba, procesión de imperecedero recuerdo, porque así lo
había acordado con mi amigo, el presidente de la Casa de
Ceuta en Barcelona, pero un problema familiar del mismo
anuló mi intención de ir allá. Decidí presenciar la de “los
ricos”, como me indican algunos paseantes, y en plena plaza
de África saludé al Presidente Juan Vivas (no pecaré otra
vez llamándole Juan Luís) y que por las circunstancias del
momento no pude alargar el encuentro con nuestro mandatario
como había sido mi deseo.
Mientras la procesión seguía su curso, tuve que cargar con
una pequeña tropa de niños y llevarlos a comer hamburguesas
cerca del Poblado Marinero. Los padres del resto de
componentes de esa pequeña tropa tenían unos compromisos y
me pidieron les ayudara. Acabé tan mareado y fastidiado
físicamente de tanto correr detrás de uno y otro para que no
se escaparan, hasta que tuve que ponerme en plan general
franquista para que se quedaran quietos y se comieran sus
hamburguesas sin más alteraciones del orden público. Menuda
juerga se pegaron los críos. El mío incluido.
|