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OPINIÓN - MARTES, 14 DE AGOSTO DE 2007

 
OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

La tortuga ninja

Por Quim Sarriá


Últimos días, que paso en la Feria, de una velada agradable, pero que tiene el prólogo de un incidente desagradable. Si bien el bochornoso Levante sigue enseñoreado de todo el espacio aéreo ceutí, con las irritantes secuencias directas, que no colaterales, de tener el cuerpo empapado de sudor, no quita las ganas de uno por divertirse una noche más sin la fiebre esa de la movida. La fiebre ya viene incluida en el menú del Levante.

Sin embargo, resulta que los días que llevo en la ciudad parecen sacados del Almacén de Antigüedades de Charles Dickens, aderezados con retazos de la Comedia Humana de Balzac y rellenados con detalles y puntos del Satiricón del elegante Petronio, a juzgar por la auténtica mina de oro que encuentro, para llenar páginas y páginas con artículos de todos los colores (aunque siempre salgan en negro económico).

Aunque la noticia ya saliera a la palestra, no deja por ello de ser noticia de la que se puede sacar un jugo apetitoso para el conocimiento de la ley de la gravedad de manera tan directa. Ley de la gravedad protagonizada por una simple tortuga, sí han leído bien: tortuga (no me pidan que les explique la clase de bicho, su nombre en latín, la familia, la especie ni la subespecie que no cobro por dar clases de fauna, ni mucho menos de flora)… como escribía, una tortuga ha querido imitar a esas tortugas ninjas del mundo infantil (a veces no tan infantil) con nombres tan estrafalarios (los nombres italianos lo son). La tortuga ceutí, tal vez sea marroquí, ha querido imitar una de las gestas de las ninjas dando un triple salto mortal que, por la distancia de un pelo visto de perfil, no resulta mortal para un ser humano.

Explicaré el párrafo anterior. Resulta que estábamos reunidos, en plácida tertulia las mentes más “preclaras” de la ciudad (creo que sobra lo de pre y aún más lo de claras), saboreando sendas tazas de café con leche y algún que otro vaso tetero, de esos que son llamados morunos aunque existan hasta en Cuba, y en la que se mentaba a la madre del cordero, de manera tan perentoria, con diversidad de pareceres en el tendido.

En determinado minuto de determinada hora, apareció no el cordero si no una tortuga de respetable tamaño liliputiense y de más de un kilo de peso regateado en el mercado. Apareció como llovida del cielo, en plan mortero lanzado por algún “paco” oculto, con las patas extendidas, en la consabida pose karateca, prestas a dar el golpe mortal que tumbara definitiva e indefinidamente al enemigo. El zambombazo que soltó el tremendo golpe, del quelonio suicida, contra el embaldosado parecía el cañonazo de las doce soltado a escasos centímetros de las orejas y mal calibrado por error del artillero, gracias a Dios, Alá, Yavhé, Shiva, Buda o a quién sea. La tertuliana que seguía, pero no intervenía, atentamente las divagaciones del resto de tertulianos se llevó el susto de su vida. Y no era para menos. Si el supuesto artillero hubiera apuntado mejor le habría abierto, irremediablemente, el cráneo con las terribles consecuencias que eso trae consigo.

Ya en plan serio, las investigaciones que se realizaron a continuación (y no precisamente por las Fuerzas de Seguridad del Estado o Locales) sacaron la conclusión de que no podía haberse caído sola, en su incierto caminar tortuguero por el solado de algunas de las terrazas que asoman a la avenida, porque no existen aperturas suficientemente amplias para que pudiera pasar. Pensar que habría escalado el repecho de cualquier balcón sería de idiotas, ninguna tortuga es capaz de escalar una pared vertical fuera del agua. O mal fue arrojada por un inocente niño o mal por alguien con aviesas intenciones sin porqués contra una persona. Menos bien que yo me encontraba a cubierto, si mal hubiera sido el alcanzado… menuda sería la noticia después del patatús. Parece que en esta ciudad estoy destinado a sufrir atentados casuales. La tertuliana sufre aún las consecuencias del susto.

Si esto hubiera ocurrido en Cataluña, la cosa habría terminado en el Juzgado de Guardia y todo el edificio habría sido intervenido hasta hallar al culpable de tal atentado, casual o no, con las responsabilidades a las que hubiera lugar. Sea o no casual, de la indemnización no se habría librado, ni aunque fuera por la inocente mano de un niño, los padres, como siempre, responsables.

De la tortuga con aspiraciones de ninja no supe nunca más, de momento, la entregué a un miembro de la policía local, en el mostrador de control de entradas de la Asamblea, y se limitó a decirme que se cuidarían de ellas. Espero que, después de que sane de las heridas debidas al morrocotudo tortazo, cumpla condena encerrada en una jaula hasta el cumplimiento de su pena. El remolque que porta se repara solo.
 

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