Mis queridos diocesanos:
1. Fiesta entrañable y popular
El día 15 de Agosto celebra la Iglesia, en toda la
cristiandad, la solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora
en cuerpo y alma a los cielos. Santa María, desde su
Asunción a los cielos, acompaña con amor materno a la
Iglesia peregrina y protege sus pasos hacia la patria
celeste, hasta la venida gloriosa del Señor, cantamos en el
Prefacio de este día. Esta es una de las fiestas más
entrañables y populares de las que la Iglesia dedica a la
Virgen María.
Toda clase de personas durante este mes de Agosto, mayores y
niños, gentes piadosas e, incluso, turistas observadores,
conectan con la fe de sus mayores y buscan, en este tiempo
de perplejidades e indiferencia, hacer el camino de la
peregrinación a la Virgen de su pueblo, según las múltiples
advocaciones, como signo de esperanza.
2. Asunción de María
Os invito a penetrar brevemente en el misterio de la
Asunción de María; su glorificación corporal anticipada en
íntima unión con Jesucristo es complemento y perfección de
toda la obra de Dios en su esclava.
El día 1 de Noviembre de 1950, el Sumo Pontífice Pío XII,
con su Constitución Apostólica Humificantissimus Deus, hizo
la definición dogmática de esta verdad de fe cristiana. Sus
palabras fueron estas: Por eso, después que una y otra vez
hemos elevado a Dios nuestras preces suplicantes e invocando
al Espíritu de la verdad..... proclamamos, declaramos y
definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada
Madre de Dios, siempre Virgen, cumplido el curso de su vida
terrestre, que fue asunta en cuerpo y alma a la gloria
celestial.
3. Obras grandes ha hecho Dios en María
Todos aquellos que conocéis la historia de la salvación por
estar familiarizado con la Sagrada Escritura, reconocerán
que, sin existir en sus páginas una declaración explícita
del misterio de la Asunción de María, toda ella es un
testimonio bíblico en su favor.
Desde el Protoevangelio hasta la la mujer vestida de sol del
Apocalipsis (Gn 3,25; Ap 12), la inmaculada Madre de Dios,
siempre Virgen María está junto a Jesucristo, en íntima
relación con Dios, muy por encima de todas las criaturas
conforme al plan divino de salvación.
María asunta antecede con su luz al pueblo de Dios
peregrinante como signo de esperanza segura y de consuelos (LG
68)
Cuando los cristianos contemplan a María en el Trono de su
gloria todos los labios la aclaman, bendiciendo al Señor por
su causa. Se cumple siempre lo que ella misma anunció: Me
llamaran bienaventurada todos las generaciones porque el
todopoderoso ha hecho obras grandes en mí (Lc. 1,49)
4. María peregrinó en la fe y la gracia de la esperanza.
María que avanza en la peregrinación de la fe, crece cada
día en medio de las pruebas y contrariedades y es feliz
porque ha creído. En este proceso de su vocación maternal,
la Virgen encontrándose en el centro mismo de aquellos
inescrutables caminos y de los insondables designios de
Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando
plenamente y de corazón abierto todo lo que está dispuesto
en el designio divino.
Con su trayectoria la Virgen María inicia también aquel
camino de la fe, la peregrinación de la Iglesia a través de
la historia de los hombres y de los pueblos. En esta verdad
sobre su Madre se encuentra y vive la Iglesia, tanto en el
gran desafío que presenta la sociedad actual, de increencia,
indiferencia e ideologías, como en el camino más
personalizado de nuestra fe y nuestra esperanza.
5. Plegaria ferviente
En esta solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora en
cuerpo y alma los cielos, digamosle: «María, Coronada en el
cielo como Madre y Reina nuestra, tú eres signo de esperanza
cierta, de consuelo y felicidad para nosotros que todavía
peregrinamos en la tierra.
Danos un corazón sencillo y pobre como el tuyo, para poder
esperar verdaderamente. Danos un corazón orante y
contemplativo para descubrir constantemente el paso del
Señor en nuestra historia hasta que nos abramos al encuentro
definitivo, en la visión.
Danos un corazón lleno de caridad que viva en disponibilidad
total a la voluntad del Padre y en servicio generoso a los
hermanos.
Danos un corazón sereno y fuerte para que gustemos la cruz
pascual y contagiemos a los hombres de esperanza.
Danos un corazón de peregrinos para caminar contigo, oh
Madre y Señora nuestra, hasta el encuentro definitivo con el
Hijo que nació de ti y reina con el Padre y el Espíritu
Santo por los siglos de los siglos.»
Reza por vosotros, os quiere y bendice
Obispo de Cádiz y Ceuta
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