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OPINIÓN - LUNES, 13 DE AGOSTO DE 2007

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

Sexismo en el lenguaje

Por Andrés Gómez Fernández


Sexismo es una palabra –y un concepto- relativamente nuevos. En la últimas décadas del siglo pasado irrumpió en nuestras vidas desde culturas externas que ya se habían planteado la revisión de ciertos desequilibrios ligados al sexo de las personas. La academia define “sexismo” como “Discriminación de personas de un sexo por considerarlo inferior al otro”, y la 2ª edición del Diccionario de uso del español de María Moliner, como “Discriminación por motivo de sexo”. De modo que, a pesar de que, cuando hablamos de “sexismo” pensemos siempre en la mujer como sujeto paciente del mismo, podría y puede haber un sexismo que afecte al hombre.

Sin embargo, por mucho que las cosas hayan mejorado en el mundo occidental, todavía resulta inevitable ligar “sexismo” a la idea de discriminación de una historia de siglos basada en una construcción androcéntrica del mundo, que ahora está siendo sometida a revisión en distintos frentes. Porque, como es sabido, hay muchos tipos de “sexismos” por ejemplo; el de los que actúan con violencia contra las personas del sexo contrario o el de quienes ningunean a alguien por razón de sexo.

Al principio, con las primeras reivindicaciones de los feministas –ellas y ellos- se vivió una reacción en contra que las consideraban totalmente ajenas, excesivas e inapropiadas, incluso objeto de burla. Luego, pasada la perplejidad primera, muchas personas empezaron a mirar con otros ojos su propia forma de hablar y de escribir, y a veces descubrieron hasta qué punto están interiorizados unos usos inconscientes que parte de una cultura de por sí sexista.

Hay que admitir que, a lo largo de los últimos treinta años, se ha avanzado en un profundo proceso de sensibilización que ha ido más allá que el superficial movimiento de lo “políticamente correcto” de los años noventa.

Sin hacer batalla de cuestiones como la del plural inclusivo, que oculta la presencia femenina, conviene tener en cuenta a la hora de escribir que hay ocasiones en las que se puede recurrir a la duplicación, no a la que nos hace sonreir en tiempos de ganar votos, cuando los femeninos “inundan” en paralelo los discursos políticos, sino a la más natural de Sebastián de Covarrubias, cuando en su “Tesoro de la lengua castellana o española”, de 1616, para definir convento, escribía: “En nuestra lengua castellana, vale la casa de religiosos o religiosas”.

Todavía la lengua vacila entre situaciones nuevas y a los hablantes les cuesta acostumbrase a femeninos tan fáciles como “médica” por eso, en los pueblos españoles, es tan frecuente encontrar “doctora” como femenino de médico. En cambio “jueza”, “concejala”, “presidenta”… se han adoptado con rapidez y naturalidad, mostrando la fuerza de la analogía. ¿Por qué no médica? Habrá que pensar que es un femenino “ocupado” por la antigua costumbre de llamar así a la mujer del médico no parece suficiente, porque habría ocurrido lo mismo en los otros ejemplos.

En la escuela, referido a mi experiencia, no conseguía diferenciar, en la expresión oral, “alumno” y “alumna”, es decir, en mis explicaciones en el aula, había asimilado sólo el masculino. Por ejemplo, referido al “grupo clase”, decía mis alumnos, y no mis alumnas, forma lingüística totalmente sexista. Pude incorporar el término “alumnado”, más globalizado y nada sexista.

En la actualidad hay un exceso, a veces, llegando a la más espantosa ridiculez. Por ejemplo: “marido” y “mujer”, pues bien hay quien piensa que lo correcto sería “marido” y “marida”.
 

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