El inicio, durante el próximo mes
de septiembre, de los trabajos para la elaboración de la
primera carta arqueológica submarina por encargo de la
Consejería de Cultura demuestra que, aunque a veces no lo
parezca, Ceuta también mira hacia sus aguas y hacia lo que
está debajo de ellas consciente del valor que, tanto en el
presente como en el futuro, puede albergar a nivel no sólo
cultural y patrimonial, sino también económico y turístico.
La noticia debe, por tanto, acogerse con alborozo. Tanto por
lo antes mencionado como por los secretos que la empresa
malagueña ‘Nerea Arqueología Subacuática’ adelanta que
pueden encontrarse en el litoral más próximo a la costa
ceutí. No se trata de encontrar fortunas sumergidas como las
que han hecho muldialmente conocida a la compañía ‘Odissey’,
sino de relevantes vestigios de la multitud de culturas que
han pasado o se han establecido en la ciudad a lo largo de
los siglos.
La necesidad de conocer y proteger el patrimonio
arqueológico subacuático es un debate superado en tanto que
nadie en su sano juicio la pone en cuestión. El siguiente
paso, que corresponde a los políticos en tanto que son a
quienes se les ha encomendado el poder ejecutivo, es ganar
tiempo en el adelanto de medidas de protección para con este
patrimonio. En estos días es habitual hablar y urgir sobre
la obligación que tenemos de que se controle la expoliación
de los fondos marinos, máxime dada la proliferación de
atentados y la escasa incidencia de la protección penal en
muchos de los casos, pero tampoco deberían perderse de vista
las riquezas de tipo medioambiental que ya han sido
descubiertas y que, por conocidas, no merecen menos
atención. Hace escasas fechas, la presentación en Ceuta de
la última joya de Chocron, inspirada en esos mismos fondos,
devolvió al primer plano de la atención pública el coral
rojo sobre el que tanto ha demandado atención Septem Nostra.
Este puede ser sólo la punta del iceberg de lo que se
encuentra, a todos los niveles, bajo nuestras aguas.
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