El terrorismo fundamentalista, cuyo principal objetivo es la
muerte del mayor número de personas posible y de manera
indiscriminada, apareció el 11 de marzo de 2004 en España
como una nueva fenomenología del terrorismo. Los atentados
del 11 de marzo en Madrid supusieron un punto y aparte en la
historia del terrorismo de nuestro país y una nueva amenaza
para la cual debemos estar preparados en nuestro inmediato
presente.
Sin embargo, a pesar de la gravedad de la amenaza, las
implicaciones políticas del 11-M han supuesto que buena
parte de las reflexiones, debates, noticias y rumores
generados por la clase política y amplificadas por los
medios de comunicación, se hayan dirigido a la justificación
de la derrota electoral del PP o a la victoria en las urnas
del PSOE, dejando en un segundo o tercer plano aquellos
debates o aspectos que nos ayudan a comprender cómo se
genera, cómo actúa y cómo se puede prevenir este tipo de
terrorismo.
Comprender las circunstancias, motivaciones y
justificaciones de los autores del 11-M centrándome
precisamente en los propios protagonistas de la historia de
más concretamente en uno de sus líderes, Serhane ‘el
Tunecino’, es el motor de esta historia. Su elección no
radica solamente en su capacidad de liderazgo, sino también
en mi relación personal con él durante sus años de
universidad y mi conocimiento de las circunstancias de su
vida para filtrar, interpretar y seleccionar las opiniones y
noticias generadas sobre el 11-M.
Adivinar las motivaciones de la célula terrorista del 11-M
no apuntan a una única causa, sino a diversas circunstancias
y contextos que entraron en conexión en un momento dado,
explosionando en el mayor atentado terrorista cometido en
nuestro país.
La historia de Serhane
Serhane Fakhet Abdlelmajib, de nacionalidad tunecina y
nacido en una familia de clase media-alta, llegó a Madrid a
mediados de los noventa para realizar un Doctorado. Cuando
llegó a España apenas sabía chapurrear castellano. A pesar
de ello era una persona afable, respetuosa, con ganas de
integrarse en la comunidad universitaria. De hecho,
consiguió renovar su beca de la Agencia Española de
Cooperación Internacional (AECI) varias veces y formar parte
de un grupo de investigadores sobre Relaciones
Internacionales del cual yo también formaba parte.
Durante su estancia en la universidad dio muestras de un
activismo mayor que otros alumnos musulmanes poniendo en
marcha diversos proyectos como una asociación islámica de
estudiantes, la reserva de un aula como espacio de oración
para musulmanes e incluso el establecimiento en España de
una emisora de radio en lengua árabe, proyectos que en su
mayor parte no llegaron a concretarse.
La tradición familiar y la historia de vida de Serhane no ha
podido influir como detonante en su actividad terrorista: su
perfil no coincide con el clásico suicida palestino criado
en medio de la pobreza y la humillación de un conflicto
armado inacabable y que ha sido entrenado o adoctrinado
desde su infancia en la lucha contra el ejército de Israel.
Realmente no hay nada en la historia de su vida hasta unos
años antes del 11-M que indique comportamientos radicales o
militancia en grupos extremistas islámicos. Por lo tanto, su
radicalización y la adopción de cierto liderazgo entre un
grupo de desencantados se produce de una forma relativamente
espontánea pocos años antes del 11-M.
¿Qué llevó, entonces, a Serhane a desear la muerte de los
demás y la suya propia? Es común ante atentados como el del
11-M preguntarse si los sujetos que los cometen tienen sus
facultades mentales perturbadas.
La respuesta es que no, o por lo menos no en el grado
suficiente para que pueda interferir en la planificación,
organización y realización de los atentados. Difícilmente
una persona con graves problemas psicológicos puede formar
parte de un grupo operativo y mucho menos tener la calma y
la pericia necesaria para orquestar atentados así. Sin
embargo, algunos psicólogos estiman que sí existen sujetos
con determinados perfiles psicológicos que son más proclives
a realizar actividades terroristas.
Entre ellos se cuentan Kaplan, que afirma que los
terroristas lo son porque poseen ciertas características
psicopatológicas que facilitan su actividad criminal; Weiss,
que siguiendo teorías freudianas también establece vínculos
directos entre la psique del individuo y la realización de
actos terroristas suicidas; y Jerrold Post, para quien el
detonante final en la comisión de delitos terroristas es la
pertenencia a un grupo o estructura que adiestra, adoctrina
y produce terroristas.
Al analizar el perfil de Serhane desde estas perspectivas
podemos extraer varias conclusiones: es cierto que mantenía
unas malas y tensas relaciones con su familia, aunque el
origen de dichos problemas no tiene por qué deberse
necesariamente al complejo de Edipo y, además, este aspecto
yo no podría corroborarlo en función de mi información.
“Hostilidad heterosexual”
Otro rasgo psicológico de su personalidad que me llamó la
atención fue su capacidad para relacionarse de manera
natural con las mujeres manteniendo una actitud de
prejuicio, estereotipo y conducta discriminatoria con
respecto al sexo femenino que coincidía plenamente con las
características de paternalista dominador; diferenciación de
género competitiva y hostilidad heterosexual, esto es,
considerar que las mujeres tienen un poder sexual que las
hace peligrosas y manipuladoras para los hombres.
Serhane cumplía a la perfección ese último patrón de
conducta, pero esta actitud ante las mujeres probablemente
tenga más un origen cultural que psicológico y tampoco
resulta una prueba concluyente de su conversión en
terrorista pues la mayoría de los hombres que sufren este
tipo de misoginia seguramente no serán terroristas.
A mi juicio el factor decisivo para la conversión de Serhane
en un terrorista suicida probablemente tenga que ver más con
las circunstancias sociológicas y grupales en las que se
desenvolvió.
Intuyo que su radicalización total se agudizó o coincidió
cuando empezó a contar de verdad como hombre de confianza
para la red Al-Qaeda, aunque ninguna fuente es capaz de dar
una fecha exacta sobre cuándo se produjo su definitiva
inmersión en Al-Qaeda (pero, de acuerdo con mis recuerdos es
aproximadamente a partir de 1999 cuando Serhane comienza a
tener comportamientos más sectarios que de costumbre).
En mis últimos encuentros con él parecía flotar y
encontrarse en un estado continuo de beatitud. Cualquier
tema de conversación que iniciáramos siempre derivaba hacia
el Islam, hacia ese Islam idealizado y militante que él
destilaba. Fuera del Islam no existía nada para Serhane.
A finales de los noventa su presencia en la facultad era
cada vez más esporádica y, cuando ésta se producía, siempre
venía acompañado por algunos de sus amigos: Ahmidan ‘el
Chino’, Abdala Kounya y los hermanos Oulad, además de
algunos otros que se han borrado de mi memoria. Todos ellos
se inmolarían en Leganés unos años más tarde.
La verdad es que cuando Serhane venía a la universidad uno
tenía la sensación de que llegaba rodeado por una guardia
pretoriana, pues apenas se relacionaba con otros
estudiantes, y si lo hacían conmigo o con otros compañeros
era porque compartíamos el mismo despacho, al cual solían
acudir a última hora de la tarde, cuando ya no quedaba
nadie, para conectarse a internet, instrumento este último
que se ha convertido en una herramienta de propaganda,
contacto y adoctrinamiento del terrorismo transnacional y
que la célula del 11-M utilizó con asiduidad.
La última señal de que Serhane había elegido el camino del
terrorismo probablemente tuvo lugar pocos meses antes de los
atentados del 11 de septiembre, cuando casi todas sus
pertenencias desaparecieron definitivamente del despacho;
seguramente en ese momento ya era un hombre operativo para
Al Qaeda.
Un “líder ideológico”
Serhane se había convertido en una especie de líder
ideológico entre sus futuros compañeros de suicidio, y
razones tenía para ello. Si atendemos a los perfiles de sus
amigos ninguno de ellos coincide con el suyo: no tenían
formación universitaria, procedían de familias humildes y su
misión en España, antes que formarse académicamente como ‘el
Tunecino’, era el progreso económico realizando cualquier
tipo de trabajo.
Con estos datos está claro que Serhane, de acuerdo con su
rango familiar, económico y educativo, tenía ciertas
cualidades para tener un cierto liderazgo ideológico, aunque
no todo eran diferencias entre ellos. Serhane guardaba
ciertas similitudes que reforzaban su relación con el grupo
más allá de sus creencias fanáticas: no era un inmigrante de
tipo económico, pero sufría la misma problemática que ellos
aunque en menor grado. Entre esas dificultades se contaban
las limitaciones económicas, complicadas legalizaciones de
papeles, dificultad para encontrar trabajo cualificado
acorde a sus estudios, su catalogación como ‘moro’ pese a su
alto estrato social y el sentimiento de rechazo, cierto o
imaginado, que experimentaba por parte de la sociedad
española hacia sus valores fundamentalistas.
Pero hay un aspecto clave para que se integrara en Al-Qaeda
y tuviera cierto protagonismo en la organización del 11-M:
el sentimiento de prestigio, temor o admiración que los
miembros de estas redes inspiran en la comunidades o en los
círculos cercanos donde se mueven estas células.
Serhane encontró prestigio y liderazgo entre jóvenes
musulmanes inmigrantes peregrinando por todas las mezquitas
de Madrid, pero no entre los jóvenes musulmanes
universitarios. Fracasó en su vida universitaria, pero Al-Qaeda
le otorgó un protagonismo.
Hay teóricos que establecen un patrón general del proceso de
adhesión a Al-Qaeda sobre cinco pasos:
1) Fuerte filiación social por lazos familiares o amistad en
el seno de un grupo de islamistas. Todos los implicados en
el 11-M, especialmente los que se inmolaron en Leganés, eran
amigos, sobre todo Serhane, Kounya y Ahmidan.
2) El grupo se embarca en un proceso de aislamiento
progresivo donde se acentúan las diferencias entre creyentes
(nosotros) y no creyentes (ellos). Este proceso lo advertí a
partir de 1999, cuando su actitud se volvió cada vez más
sectaria.
3) El grupo experimenta una intensificación de sus
creencias, culminando en una aceptación sin condiciones de
la yihad. Se estructura y se cierra sobre sí mismo.
4) El grupo se somete a los métodos y normas de la red
terrorista obedeciendo a un miembro de Al-Qaeda que les
sirve de enlace con la organización.
5) El grupo comienza a ser operativo. En este caso
seguramente lo fue tras la ‘Operación Dátil’ (2001), cuando
fueron detenidos los cabecillas de la red en España y
entraron en acción grupos de reserva.
Recuerdo en una de mis conversaciones con Serhane que este
criticaba severamente a Occidente por su poca religiosidad,
y le pregunté por qué no volvía a Túnez. Él contestó que
allí no había libertad, lo que indicaba un fuerte desarraigo
cultural y una especie de neurosis cultural. Esa
insatisfacción con respecto a su tradición cultural y su
rechazo a una sociedad laica se torna en ansiedad que Al-Qaeda
utiliza para captar a sus activistas a través de una terapia
grupal.
El factor ideológico
La ideología es un factor esencial para la comisión de actos
terroristas, pues el asesinato masivo de personas de manera
indiscriminada en cualquier cultura es un crimen execrable.
Por eso las redes terroristas tienen que imbuir al individuo
un sistema de creencias con cierta coherencia que explique y
juzgue los acontecimientos de acuerdo a ciertas categorías,
identificando muy claramente lo que está bien y lo que está
mal.
Serhane tuvo como fuente de inspiración y justificación para
el 11-M una doctrina radical derivada del culto salafi.
Dentro del movimiento yihadista hay que destacar el papel de
los clérigos, que juegan un rol esencial en el aspecto
ideológico de Al-Qaeda, pues son los que autorizan y
legitiman el asesinato en masa de inocentes y el martirio.
Así lo atestiguan los libros que Serhane guardaba en su
despacho y, más concretamente, los escritos de dos clérigos
encontrados en su ordenador (hallado por la policía entre
los restos del piso de Leganés).
Las enseñanzas salafistas y yihadistas son, grosso modo en
función de los documentos encontrados, las que inspiraron a
Serhane para participar y organizar la matanza de casi
doscientas personas inocentes en Atocha, aunque todavía es
una incógnita quién fue el clérigo que definitivamente
autorizó dicho asesinato: se sospecha que fue alguno con
residencia en Londres.
El salafismo radical no sólo representa una amenaza para
Occidente (el conflicto de civilizaciones es uno de los
conceptos que mejor manera esta secta radical y los
yihadistas pretenden justamente eso, un choque de
civilizaciones en cuya dimensión sus enseñanzas cobran
sentido y sus atentados se justifican): también para la
mayoría de las doctrinas y escuelas musulmanas suníes,
chiíes y sufíes, pues sus presupuestos ideológicos suponen
un atentado contrala diversidad dentro del Islam que no sólo
se manifiesta en el aspecto ideal, sino también en el
punitivo, pues la práctica del Takfir autoriza el asesinato
de musulmanes si estos son considerados impíos.
Colaboración y respeto
Una de las primeras consecuencias de la globalización
económica ha sido la inmigración, que ha motivado una
extensa comunidad musulmana que vive y trabaja en Europa.
Esto ha supuesto para dicha comunidad la necesidad de
adaptar el Islam tradicional a un nuevo contexto que tiene
poco que ver con su lugar de origen.
El Islam europeo está en un periodo de reflexión sobre sus
valores y costumbres, proceso que genera diversas
interpretaciones de cómo debe entenderse el Islam y cuáles
deben ser sus vías de actuación. Las corrientes radicales
dentro del Islam, claramente minoritarias, parecen estar
tomando ventaja de esta situación.
El Islam radical tiene una firme base social en Europa y
España, como demuestran los atentados de Madrid y Londres.
Serhane y sus compañeros, al igual que los suicidas
británicos, son únicamente la punta de lanza de esos
movimientos radicales que buscan entre miles de inmigrantes
aquellos que son más solícitos a sus planes.
La lucha contra estos movimientos debe hacerse en varios
frentes: con cooperación internacional en materia de
inteligencia; preparando a los Cuerpos de Seguridad del
Estado en materias referentes al Islam radical y colaborando
y acercándose a las comunidades musulmanas moderadas, que en
su mayor parte detestan los atentados suicidas para crear
puentes de comunicación y articular planes conjuntos para
evitar el radicalismo.
Al-Qaeda ya no recluta a sus terroristas en las madrazas de
Pakistán o en los puntos calientes de Irak, Afganistán o
Pakistán, sino en los suburbios de cualquier ciudad europea.
por lo tanto, las medidas militares no van a servir para
eliminar la amenaza. la única solución son unos Cuerpos de
Seguridad entrenados para hacerle frente y fomentar la
comunicación, conocimiento y respeto entre la
Administración, la comunidad musulmana y el resto de la
sociedad civil con el objeto de crear los mecanismos y
acciones adecuadas que eviten el auge del islamismo radical
y la xenofobia contra aquellos musulmanes que son europeos o
viven en Europa.
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