Mal asunto es eso de acostarse a la hora de las gallinas y
despertarse en medio de la madrugada. La soledad de la
habitación del hotel queda compaginada con su anodina
frialdad estética. He mencionado soledad. No es cierto, en
la habitación duerme a pierna suelta mi familia. Me refiero
a la soledad del ambiente, a la soledad del insomnio, a la
soledad de no poder compartir con nadie las sensaciones que
uno tiene después de un día de emociones un poco menos que
fuertes.
En medio de ésta soledad encuentro fuerzas para escribir y
meditar en algunos aspectos de la vida pasada, presente y
futura (una imbecilidad esta última definición, supongo, no
soy adivino) y constatar que pocas cosas han cambiado en el
sistema sociológico de la ciudadanía ceutí.
Paseando por las calles de la ciudad tropieza uno con seres
variopintos y, en algunos casos, entrañables que siguen ahí
como si nada hubiera ocurrido a lo largo de ese espacio de
tiempo en que estuve ausente. Espacio que no resultó ser
corto.
Gente pedigüeña las hay en todas partes, mendigos que piden
un mendrugo de pan siempre existirán y de hecho me encuentro
en las principales calles y paseos una multitud de
pedigüeños que dan una sensación, no de lástima, sino de
miseria y desvergonzada caradura.
Por un lado mujeres musulmanas persiguiendo al ciudadano que
creen pudiente y pidiéndole el óbolo correspondiente; por
otro lado mendigos musulmanes sentados en el suelo de las
aceras y alzando la mano con la palma hacia arriba en busca
de la sensibilidad de los corazones para que abran la tacaña
cerrazón de las carteras; jóvenes de familias bien pidiendo
un óbolo en pleno centro de la ciudad, amenizado con música
de cuerda con algún que otro desafinado acorde, para
costearse un viaje para ver al Papa…
En el Revellín, a las 8:00 de la mañana, una joven mujer
musulmana me persigue unos metros con la mano extendida e
introducida por el hueco que queda entre el sobaco y el codo
del brazo derecho. No llevo chaqueta y ello confiere que no
tengo nada que me pueda sustraer. La insistencia de esta
joven musulmana es molesta y ello me hace preguntarle por
qué no se lo pide a su rey; por qué no le pide a ese rey tan
rollizo que se preocupe un poco de su población nómada y con
hambre. Ignoro si me entendió, por las trazas parecía que
sí. Lo cierto es que se quedó cortada y moviendo la cabeza
de arriba abajo en un silencioso “sí”. Un problema para Alí.
Como escribo más arriba, eso de los pedigüeños está en todas
partes y lo que en verdad me choca es que nuestro Gobierno
autonómico lo sea también. Pide con la mano extendida
cualquier óbolo al Gobierno de la nación, como si de un
ciudadano cargado de dinero fuera. Son pedigüeños ricos,
bien vestidos, bien afeitados y bien perfumados con caras
colonias…, exactamente igual que el resto de mendigos
ceutíes y/o marroquíes. Los que piden el óbolo por las
calles de Ceuta, con alguna que otra “honrosa” excepción,
van bien vestidos. Las mujeres musulmanas pedigüeñas van
correctamente vestidas con ropas, no con harapos. Buenos
zapatos que arrastran por las aceras ceutíes. Algún que otro
apunte en sus rostros, afilando las cejas y con labios
pintados de rojos brillantes y rosas sugerentes. Hombres
musulmanes apoyados cómodamente en las carrocerías de los
coches aparcados junto a los bordillos de las aceras y con
chilabas, que no son baratas, en permanente contacto con el
duro y sucio “rajol” que configura las superficies de las
aceras…
Lo que me llama la atención es el grupo de niños y niñas,
jóvenes adolescentes que obtienen ayudas económicas de los
ciudadanos ceutíes, en pleno centro de la ciudad, con el
objetivo de acudir a ver al Papa sin aclarar dónde. Esperan
obtener una cantidad que sufrague, en parte, los gastos de
un viaje en grupo… ¿por qué no piden ayuda a la propia
Iglesia? ¿La Iglesia no fomenta subvenciones para ayudar a
reforzar la fe?
El Papa, imagino, no es un cantante que va a organizar un
concierto único en determinado lugar del planeta. El Papa,
como afirman, es el representante de la Iglesia cuando en
realidad es el presidente de un pequeño Estado, muchísimo
más pequeño que Andorra pero muchísimo más rico que las tres
cuartas partes de los países que conforman nuestra bola en
el sistema solar. Encima, ese pequeño país, obtiene
superávit en su balanza económica. Superávit que ya lo
quisiera muchos países de la ya mencionada bola. Superávit
que ya empieza a oler a queso de bola. Superávit que ya
comienza a poner la mosca detrás de la oreja divina.
Superávit que no lo utilizan, ni utilizarán jamás para
salvar hambrientos enfermos sin una miseria que llevarse a
la boca. Mientras nuestro Gobierno, tan tonto del bote,
invierte en países y en la propia Iglesia extranjera lo que
debería invertir en el nuestro. La prepotencia, en ambos
casos, no tiene perdón. Ni de Dios ni mío.
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