Este día he vuelto a Benzú, a la playa que más me encanta y
que me trae una paz que la céntrica Ribera o El Chorrillo no
me la da. Aunque la verdad es que una de las razones,
secretas razones que dejan ahora de ser secretas porque lo
escribo, de mi preferencia por esa playa arisca está en mi
deseo de encontrarme con Paco. No, no se confundan. No es
ninguno de los Paco Sánchez que conozco (París o Montoya).
Es un habitante de los mares, habitante bastante apegado a
las rocas y que debe rondar los 50 años. Bueno, es una
tontería lo que escribo, pero el recuerdo de aquel mero, de
cerca de un metro, que me encontraba cada vez que me
sumergía no es para olvidar. Se trataba de un enorme mero,
un mero de gruesos labios. Entre todos los que formábamos la
pandilla de intrépidos buceadores, de tubo y boquilla,
acordamos en bautizar a aquél mero con el nombre de Paco, en
memoria de los miles de pacos que nos observaban o vigilaban
en las cumbres de los montes cercanos. Era intocable y lo
siguió siendo durante un tiempo después de mi partida.
Ignoro cómo fue su final: si en la cazuela o de puro viejo.
El mar, en Benzú, es de puro azul ultramarino; sus frías
aguas calman mis neuronas de una manera tan directa que
diríase que me zambullo en el congelador de una enorme
nevera. Este mismo mar es el que observo desde la ventana de
mi casa y desde la ventana de mi casa observo asimismo el
puerto deportivo; puerto deportivo que dispone, a todo lo
largo del frente marítimo coronado por el Paseo de las
Palmeras, de numerosas plazas de aparcamiento absolutamente
vacías y sirviendo de solaz para bichos y bichones. Zona de
caza de aviones, esas aves, rapaces de insectos, de cortos y
curvados picos y largas alas que pasan raudos delante de mi
propia nariz, sin miedo alguno, y con intenciones poco
claras.
Si nuestro Presidente acepta sugerencias, sugerencias que no
tienen otros fines que dar uso útil y justo a una zona ceutí
de escaso contenido social y mucho vergel decorativo, podría
ser que las estudiara con un poquito de atención. Me refiero
al aparcamiento en la dársena del puerto deportivo separado
de la ciudad por una verja discriminatoria de escalas
sociales. En todos los puertos deportivos que he conocido,
la verja en cuestión está justamente en el borde cercano al
mar, tal como están las que ahora disponen los accesos a los
amarres. Está solamente para salvaguardar los barcos, yates
y lanchas, no para separar a la ciudad de un derecho
inalienable como es la utilización de un espacio libre.
En realidad, mi sugerencia radica principalmente en la
eliminación de esa zona inutilizada que comprende el paseo
con parterres, bellamente decorados eso sí, que va de punta
a punta a lo largo de la mencionada dársena y convertirla en
zona de aparcamiento público, colocando la calzada de
circulación del mismo en el centro, mientras que al otro
lado, pegado al muro del desnivel, se colocaría la segunda
fila del aparcamiento con lo que se ganaría el doble de
plazas. En el desnivel se colocarían unas escaleras.
Sería conveniente reconvertir esos salientes cuadrangulares
del Paseo de las Palmeras, los que contienen bancos que casi
nadie utiliza, en huecos de escaleras y/o de ascensores para
facilitar el acceso al nivel inferior y viceversa. Y colocar
pasos cebras en cada uno de estos accesos, por donde cruzar
la calzada del desdoblamiento. Sería buenísimo que todos los
vecinos del mencionado paseo tuvieran acceso a las plazas
del parking, yo entre ellos. Obvio es que el puerto
deportivo dispondrá de un paseo, el que corresponde a la
actual acera y que sería suficiente, que servirá para el
solaz de los ciudadanos ceutíes que quieran admirar los
botes anclados en el puerto deportivo. Como pasa en casi
todos los puertos deportivos del país. El de Ceuta parece
que es un coto privado ampliado usurpando terrenos de los
vecinos. No es mala idea ¿verdad?
En fin, como la sugerencia ya está soltada, vuelvo al
recuerdo de aquél mero rey de los mares de Benzú. Un rey que
asoma cautelosamente la enorme cabeza con esos ojos girantes
que subyugan al buceador y, sin abandonar las cercanías de
su morada, se deja acariciar entre las agallas mientras sus
gruesos labios, de voluptuosa mujer subsahariana, se mueven
acompasadamente expeliendo y tragando átomos dispersos por
el agua.
En fin, señor Presidente, la sugerencia es solo eso: una
sugerencia. No creo que lleve a cabo una sugerencia hecha
más bien para que los inmigrantes, escondidos en las
escolleras de los muelles, en los bajos de los vehículos, en
barcos viejos y desvencijados vean la puerta del cielo
abierta y la palma de Alá extendida sobre el mar en forma de
lancha rápida. Las denuncias, por sustracción, de los
patronos estaría a la orden del día y la labor de las
Fuerzas de Seguridad del Estado se complicarían aún más,
dando oportunidad a que los farmacéuticos no den abasto al
Gobernador, de tantos dolores de cabeza como tendría
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