Continuando en la línea de lo
expuesto ayer, advirtamos que el régimen marroquí -único en
su tipo- no es ni mucho menos un “totum revolotum”, pero se
da en el mismo tal amalgama entre política y religión que no
se sabe muy bien cuando empieza la una y cuando termina la
otra. De ahí que, permítaseme la expresión, el rey sería por
definición el primero de los “islamistas” mientras que, por
extensión, no pueda hablarse en principio de ningún “partido
islamista” pues todos son de obligada “referencia islámica”
en el seno de una sociedad, por otro lado, nominalmente
islamizada si bien a su modo, pues el Reino de Marruecos es
bajo parámetros occidentales el país de órbita islámica que
más se acercaría a nuestra escala de valores, tendencia que
está siendo particularmente incentivada -guardando su
tradición- por el actual rey Mohamed VI.
Pero si la legitimidad última del monarca y la figura del
‘Comendador de los Creyentes’ que lo sustenta descansa en la
religión, el Islam y la escuela jurídica predominante en
todo el Magreb sunní, la “malikí”, explicita que para
alcanzar tal honor (el de “Príncipe de los Creyentes”)
bastaría con ser un buen musulmán… lo que echaría por tierra
los cimientos del discurso que nos ocupa abriendo las
puertas, lisa y llanamente, a la insurgencia al menos
teórica. Finalmente otro de los polémicos ribetes que
adornarían la institución real marroquí, de nula “referencia
islámica” por cierto, sería un “culto a la personalidad” más
o menos encubierto que, en ciertos aspectos y desde el
estricto punto de vista de la ortodoxia islámica podría
pasar por ser (y si ese mensaje llega a “calar” sería
gravísimo) una forma larvada de “adoración” a un ser humano
y, aun peor, a su propia imagen, tal y como se empeñan en
deformar hasta la saciedad desnudándolo ante la opinión
pública la extremista corriente del Islam que amamanta al
terrorismo islamista, el salafismo yihadista, además de
alguna que otra “tarika” de origen sufí desembarcada en la
arena política.
Efectivamente, no es difícil rastrear en la sociedad
marroquí lo que algunos ya han insinuado como “idolatría
colectiva de un jefe de Estado”, que desembocaría en un
larvado culto a la personalidad institucionalizado, por lo
demás, en la normativa jurídica y reforzado en la praxis
cotidiana por el protocolo de palacio. Esta
“desnaturalización de la autoridad por exceso” se ve
acentuada en Marruecos por toda una serie de mecanismos como
la institucionalizada sacralidad del Rey y la vinculación de
sus ancestros dinásticos, los alauís, a la ascendencia
directa del “sello de la profecía” y Mensajero del Islam,
Mahoma, que nos lleva directamente al mismo tratamiento que
al reservado al Profeta: “Sidna”, Nuestro Señor. En cuanto a
la “hiba” y la “b´eia”, quedan para otra ocasión. Confío en
que estas líneas sirvan como respuesta a las preguntas que
me han llegado desde distintos foros sobre la polémica
figura del Rey en Marruecos.
Un detalle añadido: una de las “pistas” determinantes para
clasificar a personajes y partidos políticos marroquíes
sería su postura referente a una eventual reforma
constitucional y al futuro de la institución monárquica, en
dos direcciones: una, recortando sus poderes; otra,
separando la figura del Rey como Jefe del Estado de la de
“Comendador de los Creyentes”, siendo esta la alternativa
más peligrosa y desestabilizadora para el régimen vigente en
nuestro vecino país del sur. En todo caso, que Alá nos pille
confesados.
|