Revolviendo papeles, para tirar lo
que sobre, porque de lo contrario, aunque mi casa no es
pequeña y la habito yo solo, algún día tendría que dormir en
la escalera, me encuentro con una serie de apuntes de mis
años de estudiante de Filología Clásica en Salamanca.
Me parecía mentira. ¿ Cómo pude yo coger tantos apuntes, no
con buena letra, que nunca lo fue, sino con la seguridad que
hoy mismo los recuerdo, como si fueran de hace dos meses?.
No me lo explico, pero lo justifico pensando en que en la
juventud se hacen cosas que debiéramos admirar y admitir,
cuando ya vamos entrando en años.
Por esos apuntes voy a traer a colación a cuatro o cinco
profesores, no más, pero si a esos cuatro o cinco que
dejaron en mí algo más que unos apuntes, que todavía puedo
leer hoy.
En primer lugar, no podía ser de otra forma, encontré y bien
ordenados los que nos daba Martín S. Ruipérez, el
catedrático de Griego, el profesor, de los muchos que yo he
tenido, que con más claridad explicaba su materia docente y
que, sin hacer grandes alardes, sentaba unas bases sobre las
que pudimos edificar sin que se resquebrajaran jamás.
Recuerdo de él, ojalá yo hubiera podido haberle imitado, una
forma de traducir perfecta. Jamás hacía poesía, maldita la
falta que le hacía. Él daba seriedad, sin posibilidad de
equívocos, y con la certeza de que en cinco minutos, casi
sin darte cuenta, habías pasado del siglo V antes de Cristo
a los años 60 del siglo XX. Fue el profesor ideal, el más
cabal y, con diferencia, el mejor en su materia, por mucho
que pueda doler a algún patriarca, como por ejemplo Adrados.
En segundo lugar, debo citar a mi padrino José María
Blázquez Martínez. El profesor Blázquez, si no lo conocías
bien, te daba la sensación de que estaba de broma, pero
cuando ahondabas en lo que te había dicho cualquiera de los
días, veías que aquello tenía base y que iba a ser
complicado, yo diría que imposible, encontrar la materia que
él daba, si no habías estado en su clase.
Además, tenía la costumbre de romper los dos o tres folios,
que había estado comentando, cuando terminaba la clase, lo
que significaba que cada día se preparaba su clase y que no
iba a improvisar nunca.
Un lugar especial, no porque le tenga el mismo aprecio que a
los dos que he citado, hay que dejar para el catedrático de
Latín, Manuel C. Díaz y Díaz. Aquí, si lo comparamos con la
fiesta de los toros, podemos hablar del Curro Romero de la
enseñanza, con clases deslumbrantes, alternando con tostones
que no había Dios que los aguantara. Con Díaz y Díaz, si
ibas a tres clases de las buenas, sabías que habías asistido
a todo su curso, a lo que merecía la pena. No daba cada
curso más de 5 con verdadera talla, pero el día que
trabajaba..., eso era insuperable.
Se decía entonces que se preocupaba más de atender las
muchas y grandes riquezas de su esposa en Santiago de
Compostela. No sé si sería cierto lo de las riquezas, pero
él en los años 60 tenía un Citroen Tiburón lo que indica que
su economía no era floja.
Voy a dejar para el final a otros dos profesores de los
grandes, que llegaron a sus academias correspondientes:
Miguel Artola, el profesor distante, con pocos amigos entre
los alumnos, pero con las clases siempre repletas como las
de ningún otro, lo que dice que eran buenas. Las clases que
impartía en primero de carrera eran insuperables y aunque
luego publicó un libro , muy bueno, “Textos fundamentales
para la Historia”, con aquella materia, el libro no llega,
ni de lejos, a lo que él explicaba en clase.
Aprobar con Artola era difícil, pero haber aprobado con él
implicaba tener clara la parte que se había explicado ese
año. Gran profesor, no sé como era como persona, jamás hablé
con él en privado.
Por último, del doctor Lázaro Carreter tengo que decir que
ya entonces se veía que llegaría a la Academia y que una vez
allí podría serlo todo, así fue.
Nadie comenta un texto literario como él lo hacía. Recuerdo
una clase comentando el “Viaje a la Alcarria” que, sólo por
eso me movió a hacer ese recorrido y creo que lo volveré a
hacer. Vi más cosas en su comentario que en el mismo
recorrido.
La lengua no tenía secretos para él, con profesores así,
aunque seas torpe aprendes muchas cosas.
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