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OPINIÓN - DOMINGO, 5 DE AGOSTO DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

“Sidi: morimos en silencio”
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

“Nos gusta el sexo seguro”. Así rezaba el prometedor título de uno de los innumerables folletos repartidos por la mesa de uno de los centros de internet subvencionados por el Principado y repartidos por todos los concejos de la región, desde los que acostumbro estos días (¡además es gratis!) enviarles estas columnas con mis cosines de siempre. Sin zambullirme en más profundidades y echando un vistazo al entorno, saltaron a la vista los efluvios del verano y, al compás del gozoso turismo, las ‘tres eses’ anglófonas que lucen como mascaron de proa en esta época del año: “sun”, “sea”, “sex”. No deja de ser curioso que los hijos espirituales del común padre Abraham coincidan en su “alergia” al libre contacto con el sexo opuesto, manteniendo en general como nos muestra su historia unos ribetes de intolerancia bajo los que se esconde, presto a salir cuando el entorno lo permita, un enfermizo fanatismo con el que chingar al personal. Y si hablamos de las enfermedades sexuales en general, con el VIH en cabeza, podemos encontrarnos con una clara respuesta: “castigo de Dios a la humanidad por su promiscuidad”. Esto es particularmente evidente en aquellos países en los que el discurso religioso, convenientemente anclado en la administración y en la oratoria política, juega un papel punitivo tanto en el derecho positivo como en la práctica social, siendo el caso más cercano el de nuestros vecinos del sur.

El VIH como enfermedad de origen sexual provocada por un virus y más conocida como SIDA, se ha extendido ya como una plaga de norte al sur del país, cebándose en las grandes ciudades y las zonas más turísticas. Desde que el primer caso fue detectado a primeros de la década de los ochenta, veinte años más tarde el contagio alcanza según fuentes más fiables próximas al PNLS (Programa Nacional de Lucha contra el Sida) a más de 34.000 casos, con un avance estimado en 5.000 nuevos infectados por año. Como se sabe, el SIDA es hoy por fortuna una enfermedad tratable aun cuando su padecimiento comporta un fuerte rechazo social que deriva, en la práctica, en un auténtico estigma. Hace tiempo me encontré en un pequeño “aduar” de la montaña a una joven decrépita en la que, pese al deterioro, aun latían destellos de la belleza de su raza; cansina y resignada, conocedora de su enfermedad, después de mirarme fijamente con unos ojos negros y profundos alcanzó a confiarme en un hilo de voz: “sidi, morimos en silencio”. Pese a que el Reino de Marruecos firmó la declaración sobre el VIH/SIDA adoptada por la ONU en 2001, aun hay mucho que hacer. Un primer paso es la prevención; el segundo un tratamiento digno. Y por encima de todo la lucha contra el oscurantismo religioso… Es impresentable que un radical diputado de un conocido partido islamista increpara en su intervención en el Parlamento de Rabat, durante una reunión de la Comisión de Salud en otoño de 2003, a la doctora Hakima Himmich (responsable en Casablanca del Servicio de Enfermedades Infecciosas y presidenta de ALCS) por su abnegada y científica labor: “¿Cuándo se va a poner fin a las actividades de esta mujer que distribuye preservativos?”. Vinieron a mi mente algunas situaciones parecidas en España… Y es que esta gente tan perfecta, tan sumisa a su concepción de Dios, desconoce una ley de la vida, garantía de supervivencia de la especie: “la jodienda no tiene enmienda”. Gocen pues amigos y disfruten de la vida. Pero sean precavidos.
 

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