Algunas amistades caballas-magrebís
que han encontrado un ratito para acercarse hasta la “tierrina”,
después de haber conocido -incluso bíblicamente hablando-
tanto la costa (que por aquí dicen “la marina” o “la mariña”)
como la montaña comentan, invariablemente y no sin asombro,
dos cosas: la bondad del clima, que permite dormir de vicio
y la seguridad que se respira, siendo raras en las casas la
existencia de enrejados en las ventanas u otros sistemas de
protección pasiva. Y es que vivir en el Principado, como
dice el mensaje y canta la tonada (“Todo el que nació en
Asturias puede, ya, decir que nació en la gloria”), es vivir
en el Paraíso.
En cuanto al clima poco hay que decir, salvo que como el
Díos del Génesis es el que es y pese a algún inclemente
chaparrón (la arruga es bella… y la mojadura también) no
deja de ser un consuelo estar a suficiente distancia de la
morena línea de Despeñaperros (¿qué “infieles” despeñarían?:
¿musulmanes o cristianos…? Quizá por turnos…) y, por tanto,
de esa España del sur que hacia finales de este siglo se
verá sometida, según un solvente informe del ‘Instituto
Nacional de Meteorología’ dado a conocer en febrero de este
año, a una “saharización” sin precedentes, con una reducción
de las lluvias en un 40% y un aumento de varios grados en la
temperatura Pero nada, sigamos concentrando todo tipo de
población y construyendo campos de golf para que al final la
realidad luzca conjuntada, como los anuncios de las rebajas:
africanización “pret a porter”, demográfica y climática. Un
doble reto éste, “el mayor al que se enfrenta España” (el
cambio climático) según advirtió la atractiva y pizpireta
ministra Cristina Narbona.
Otro de los debates suscitados fue el de la seguridad, con
referencias comparadas a Cataluña y Levante de donde algunos
eran originarios. Si la doble amenaza terrorista (islamista
y de ETA) ha vuelto a ponerse en cabeza en las
preocupaciones de los españoles, la sensación de inseguridad
(asaltos a viviendas, bandas organizadas de delincuentes,
alza de la criminalidad…), cierta o no, se está empezando a
sentir sobre todo en algunas regiones, por lo que la calma y
tranquilidad que se respira por estas tierras norteñas no
dejaban de apreciarse como valores en alza: un lujo, digo.
-“Y es que, pateando por los pueblecitos de la montaña,
salvo en tu casa apenas hay rejas en las ventanas…”. Después
de responder con un lacónico “ya”, tomo carrerilla: “pero
hay una escopeta debajo del colchón de cada matrimonio”.
-“Qué dices…?”. “Pues eso” -y remato-: “Por aquí la gente es
amable y sosegada, hospitalaria pero un poco bruta (y me
incluyo): si alguna de esas bandas que pululan por otros
lugares de la geografía española se les ocurre en mala hora
perderse por aquí… pues van a perderse para siempre, pero en
forma de abono. Más temprano que tarde, dada la
idiosincrasia geográfica y cultural de la comarca, alguno
caerá entre las manos del vecindario y, si es de noche y
después de haberla armado, ese no amanece… Y luego que
investiguen, aquí como en Fuenteovejuna: si la autoridad
competente no protege eficazmente a la ciudadanía, ésta se
verá obligada a tener que defenderse y lo hará sin temblarle
el pulso”. Lo dicho.
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