El paseo por mi ciudad se ha convertido en un hábito que
ayuda a matar el tiempo y a la vez me mantiene en buena
forma física. No es que vaya a cantar aleluya alguna porque
haya bajado el volumen de alguna parte de mi cuerpo pero, en
el mejor de los casos, siento que mi cuerpo se vuelve más
ligero. Aunque se convierta en una auténtica catarata de
sudor.
Mis pasos me han llevado a una zona de la ciudad que tiene
muy gratos recuerdos para mí. Escribo del Recinto Sur, en la
zona que transcurre desde la confluencia de la calle Sevilla
y el principio de Escuelas Prácticas. Zona de intensa
actividad infantil entonces y que hoy en día se ve invadida
por animales mecánicos de cuatro patas, digo ruedas.
Totalmente desierta, tal vez la hora y las cercanas playas
tengan la culpa, de niños y niñas que, con sus carreras,
juegos y grititos, confabulaban un ambiente de alegría y de
plena vivacidad es ahora un espectáculo que se lo negaría a
los turistas. Es zona digna de ser visitada pero que no debe
serlo. Las vistas, que se ofrecen desde esa privilegiada
atalaya, sobre la bahía sur y las cercanas costas de
Marruecos inspirarían a los poetas y pintores.
Pero ahora y hoy, inspirar… sólo inspiraría, la zona que
describo, a los amantes de las basuras, a los estercoleros
sin escrúpulos. ¡Vamos! La basura que se acumula hasta lo
profundo del precipicio de los acantilados bastaría para
ahogar a cualquier centro de tratamiento de residuos y
asienta la razón en quienes creen que las enseñanzas
religiosas convierten en incívicos a los componentes de
cierto sector de la población ceutí. Carecen de los mínimos
necesarios de educación cívica.
Ignoro si las autoridades locales son conscientes del
deprimente espectáculo que ofrecen los acantilados del
Sarchal (en otro artículo de opinión ya mencionaba este
problema) y peor aún con la propaganda de una supuesta
atracción del paseo en barco por las costas de la ciudad. A
mí me parece que nuestras autoridades no están por la labor
de limpiar lo que tiene que, forzosamente, limpiar y
prefieren mantener “su” zona impoluta, archivigilada y
emperifollada.
Mucho hablan nuestras autoridades de normas y leyes, multas
y sanciones, etc. cuando se refieren a las playas
“señoritas” de la ciudad y sin embargo… ¿es que los
acantilados, calas, playas, ensenadas, etc, del resto de
costas pertenecen a Marruecos? A juzgar por lo que he visto
durante mi largo paseo parece que sí.
Otras cosas que también me llama la atención, y sobre las
que también escribí un artículo, son las estrafalarias
construcciones sin terminar y que ocultan la vista a uno de
buena parte del Monte Hacho y la extrema despreocupación del
Servicio de Urbanismo (si es que existe en esta ciudad) por
el estado y la conservación de las calzadas y aceras (cuando
las hay). Mis ruedas, digo mis piernas, tropiezan de vez en
cuando con un desnivel del tamaño de medio escalón normal,
producto del descuido en el mantenimiento, amenazándome con
un descalabro masivo si doy con mis huesos en el duro
pavimento. Ignoro si aquí pasa lo que pasa en otras
latitudes, principalmente en Cataluña, donde cualquier
peatón que tropiece, siquiera con una baldosa callejera
levantada, puede hacerse rico con las indemnizaciones a las
que se ve obligado el Ayuntamiento culpable de tal descuido.
Y no escribamos de las plantas silvestres que crecen por
cualquier hueco de las junturas baldosianas. Cualquier día
en que tropiece y caiga, tal vez me encuentre todo un matojo
de cardos borriqueros introducidos de golpe y porrazo por
los agujeros nasales; una ramita seca y dura dándome un
estocazo en todo el ojo, digno de orejas y rabo; los dientes
esparcidos en un radio de diez metros y la nariz convertida
en una alcachofa rebozada de cardos borriqueros. ¡Qué cuadro
me ha salido!
Sugeriría a las autoridades que se preocuparan un poco de
tal flanera que atrae moscas y moscardones y espanta
turistas y tritones. No estaría de más que admitieran más
trabajadores y así tendríamos el índice de parados con menos
ganas de escalar posiciones en el listado del país.
Pero como estas autoridades van a lo suyo (como muestra, la
mano alzada del vice presidente en su confusión al votar en
el pleno) yo cumplo con mi deber de ciudadano normal al
describir ésta anti ecológica situación de una zona de la
ciudad que fue parte esencial de mi vida… y, pese a todo, no
quedo tranquilo ni satisfecho.
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