Las Fiestas Patronales han
empezado y los ceutíes gozarán de una semana donde correrá
el vino y se hará presente la alegría como terapia pasajera
para combatir los problemas y el cansancio acumulados
durante meses.
Vengo leyendo, desde hace ya no poco años, que las ferias se
han quedado antiguas. Que son festejos obsoletos, en cuyos
recintos existe el riesgo de ingerir alimentos en malas
condiciones y donde los oídos sufren de lo lindo por estar
expuestos a la furia de unos altavoces que lanzan bramidos
confusos. Hasta el punto de que pueda uno ingresar en el
club de los sordos por culpa de un trauma acústico.
Es verdad que en los recintos feriales los ruidos
desproporcionados han acabado con esa otra necesidad de
sentarse a una mesa, en el interior de una caseta, para
pegar la hebra. Porque en las ferias, como en cualesquiera
otras fiestas, el vino, bien bebido, es un desinhibidor que
ayuda incluso a que personas que hablan con monosílabos se
atrevan a contar historias para no dormir.
Lo que yo daría, por ejemplo, por encontrarme a Felipe
Escane, tan parco en palabras él, en un sitio del
recinto ferial en el cual los ruidos no pertubaran la
comunicación para meternos en cháchara. Y así, trasegando
catavinos de manzanilla, con orden y concierto, preguntarle
al presidente si la Asociación Deportiva Ceuta conseguirá
esta temporada, al fin, los logros que se obtenían no ha
mucho: jugar promociones de ascenso.
Pero, dado que actualmente ello es imposible, por mor de la
algarabía reinante en los bajos de la Marina, Felipe Escane
se vería obligado a hablarme en morse y tal hecho bien
podría inducirme al error de creer que éste me decía que si
todos los equipos del Grupo IV fueran como el Betis, seguro
que no se les escaparía ni la clasificación ni el ascenso.
Por lo tanto, ante la imposibilidad de comunicarme con él,
como mandan los cánones, en estos días feriales, me va a
permitir que le felicite, desde aquí, por la buena impresión
que causó el equipo. Aunque espero que el resultado no le
confunda ni a él ni a ninguno de sus directivos.
En cuanto a los técnicos, Diego Quintero y José
Enrique Díaz, estoy seguro de que ni con una copa de más
ni desorientados entre los rugidos que amenizan el ambiente
de la Feria, serían capaces de lanzar al vuelo las campanas
de una euforia que podría convertirse en bumerán contra
ellos.
Ahora bien, sería injusto negarle al entrenador esta
satisfacción: situó muy bien a sus jugadores en el césped.
Y, sobre todo, hizo bien en corregir defectos desde el
primer momento. Es preferible, casi siempre, y mucho más en
los ensayos durante la pretemporada, que a uno lo tachen de
hablar por exceso que por defecto.
Defectos los míos. Que he principiado la columna dispuesto a
hablar de que las ferias se ha convertido en antiguallas. Y
que los ruidos, descontrolados, son capaces de hacer que
todos terminemos como el presidente de la Federación de
Fútbol de Ceuta, o sea sordos para hacernos el lipendi. A
fin de eludir esa auditoría que la federación anda pidiendo
a gritos y yo recordándoselo menos veces de las que debiera.
Y, no obstante, he acabado hablando de la Asociación
Deportiva Ceuta.
Y es que degenerando, degenerando, como decía aquel
banderillero de Belmonte, uno puede si no llegar a
gobernador civil, como él, sí a decir que trataré de ir a la
Feria. Aunque sólo sea un día. Cierto es que todo tiene su
explicación: estuve, después de muchos años, en la Feria de
la Primavera y del Vino Fino de El Puerto de Santa María. Y
me lo pasé tan bien que me he curado de mis fobias. Sean
felices..., y que le vayan dando por retambufa a los ruidos
e incomodidades.
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