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OPINIÓN - SÁBADO, 28 DE JULIO DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

Libertad y hedonismo en el Islam
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

La canalla fundamentalista que intenta, arteramente, debelarnos después de haberles abierto incauta y estúpidamente la puerta de nuestro hogar, olvida que en aquellos añorados tiempos dorados, de apogeo de los califatos abasida y omeya, a la par que fuerte el Islam era en líneas generales tolerante.

Axioma a tener en cuenta, porque el fanatismo y la intolerancia anidan en un complejo de inferioridad enmascarado tras la careta de la fuerza.

Bagdad y Córdoba, capitales de la cultura, eran focos donde convivían el santón y el guerrero, el ‘fellah’ y el artesano, el cortesano y el libertino. Poetas y pensadores reivindicaban, simplemente, la vida: “Piensa y mira libremente el cielo y la tierra”, cantaba el iraní Omar Khayyam (1038-1124) en sus ‘Rubbayyat’.

La intelectualidad musulmana reivindicaba, con viveza, la placentera lujuria y el derecho a disponer libremente de cuerpo y espíritu, siendo recitadas incluso en las mezquitas mecanas y de Medina las lúdicas odas al amor de Omar Ibn Abi Rabia. ¿Dónde ha quedado aquél Islam del diálogo y la tolerancia…?; ¿ese Islam que debatía sin tapujos sobre cualquier materia, mientras la “Casa de la Sabiduría” de Bagdad o la inmensa biblioteca de Córdoba facilitaban abiertamente y sin restricciones el tesoro del conocimiento de las culturas persa y grecorromana?

Arrumbados en el pasado, cubiertos por la mugre del dogma y la saburra, quedaron espíritus que quizás llegue el momento de rescatar de las brumas del olvido. Claro que no toda era un camino de rosas: el místico Al Hallaj (857-922), que criticó la devoción ritualizada y superficial típica de la mayoría de los musulmanes trascendiendo los aspectos formales de la religión y llegó a escribir “La vinculación a Dios debería quitar la imagen de la Kaaba de nuestros espíritus”, era decapitado en Bagdad a principios del año 820 de la Era Común.

Uno de mis autores preferidos (además del murciano Ibn Arabí, cuyas obras no se les ocurra llevarlas si van de peregrinaje a dar siete vueltas a La Kaaba, pues están ¡prohibidas! en La Meca de la intolerancia, Arabia Saudí) es Ibn Riwandi, destacado teólogo del mutazilismo, por no hablar del hispanoandalusí Ibn Rochd (1126-1198) más conocido en Occidente como Averroes y muchas de cuyas obras fueron transmitidas a la posteridad gracias al hebreo y el latín, pues los originales en árabe fueron quemados por los fanáticos almohades.

Ibn Roch consideraba que no podía existir contradicción entre la ley divina y el espíritu racional. Otro destacado intelectual a repescar es el sirio Aboulá Al Maari (973-1057), pensador escéptico y revisionista autor de un conocido poema: “Corán, Torah, Evangelios… A cada generación sus mensajes”.

Después de citar tan solo al libertino cordobés Ibn Hazm y su clásico y sugerente “El Collar de la Paloma”, del que algún día me ocuparé, concluiré estas líneas con el atrevido poeta Abou Nawas (747-815) y su reivindicación -para escándalo de muchos- del amor homosexual: “He abandonado las chicas por los muchachos y dejado el agua clara por el vino viejo. Lejos del camino recto, he tomado sin remilgos este del pecado, pues yo lo prefiero”.

Me pregunto si todos estos autores podrían escribir hoy, en libertad, estas opiniones en el seno de la mayoría de los países y las sociedades musulmanas…
 

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