El sueño de cualquier
neoconservador: que se celebre el Día de las Fuerzas Armadas
y ver a los Regulares, al son de la chirimía, el más bello
trinar del Universo y al Tercio, con el carnerillo
adelantado, el mono mascota del jerselito verde oliva y los
banderines, desfilando por las avenidas de San Sebastián. Y,
a su paso marcial, cientos de banderitas españolas agitadas
con entusiasmo y el delirio colectivo ante el ondear de las
capas blancas y los sones de “El novio de la muerte”. Y lo
conseguiremos. Porque lo deseamos. De hecho, la antigua
sabiduría dice que debemos ser cautos con nuestros deseos
porque, cuando anhelamos algo con el alma y con el corazón,
el Universo comienza de inmediato a conspirar a nuestro
favor para que se cumpla. ¿Qué regruñen con esas caras de
ratas polares árticas en época de deshielo acelerado por las
vicisitudes del cambio climático? ¿Qué “eso” sería,
sencillamente, un milagro?. Vale. Más milagro fue la Guerra
de los Siete Días cuando, un puñado de samuelitos y su par
de huevos bien puestos cada uno, derrotaron en siete
jornadas a todos los árabes del mundo ¡Y miren que los
judíos tenían enemigos! Pero llegó un general tuerto y creó
un milagro y parió una frase “El que no cree en los milagros
,es que no es realista”.
Servidora es neoconservadora, republicana cristiana y como
tal,fervorosa creyente, que no crédula comemierda. De hecho,
cada vez que, por normas de protocolo, he de estrechar
alguna mano que se me tiende, me apresuro a contarme los
dedos, por si me hubiere sido sustraído alguno en el
apretón. Porque se dice que “la gente es muy mala y hay
mucha envidia en el mundo”. Se dice y es verdad relativa,
aunque eso no signifique que detesto cordialmente cualquier
tipo de relativismo y el moral que se nos quiere imponer,
más aún. Verdad a medias, porque hay gente encantadora en el
mundo, como por ejemplo nosotros, los neoconservadores, que
somos más buenos que el pan y donde entramos, entra la
bendición de Dios.
Lo digo y no es falsa modestia. Pero si España vale dos y la
derecha vale otros dos, juntos no valemos cuatro sino ocho.
Y además de personas virtuosas y positivas, somos
optimistas, en plan Mayo francés del 68 grafitero por
aquello de “Toma tus deseos por realidades”. Y, en plan
personal y sentimental, no puedo menos que recordar con
bochorno, azaro e incredulidad cuando, gobernando los
nuestros, el PP y siendo Ministro de Defensa el ultracursi
Trillo, se celebró el gran desfile militar en Barcelona e
impidieron desfilar a la Legión. ¡Por si los afeminados y
merengosos nacionalistas catalanes que asustaban de tanta
marcialidad, tanta hombría y tantos cojones! Mala cosa
peperos. Mala cosa la política de apaciguamiento y la
dejación de principios y de valores, porque de nada sirve.
Eso sí, Federico Trillo quería, para restar carácter
castrense al acto, que desfilaran tras los hombres que van
dispuestos a matar y a morir por Dios y por España, nada más
y nada menos que ¡los payasines sin fronteras!. Es decir,
unos mamarrachos onegetistas que van de pacifismo
subvencionado, disfrazados de payasos y haciendo el más
deprimente de los ridículos. ¿No recuerdan la anécdota? Yo
sí. Y era y soy pepera y se me heló la sangre en las venas
en aquel entonces y aún me ruborizo recordando la
blandujería, la ñoñería y las bajadas de pantalones de
antaño. ¿Qué lo remedió con el Perejil? No fue Trillo, sino
la testiculina de Aznarín el del Bigotín. Visto lo de
Barcelona, lo mismo Trillo, en lugar de enviar soldados
hubiera enviado a las clarisas a repartir a los invasores
las genuinas yemas de Santa Teresa para vencerles a fuerza
de azúcar. Pero volverán los nuestros al poder.
Con la lección bien aprendida. Nada de claudicación. Nada de
apaciguamiento.”¿El honor español, donde está, donde está?
Lo ha sacado el Aznar del fondo de la mar”.Desfilaremos en
el norte. Palabrita del Niño Jesús.
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